Desde alguna parte, en lo alto, llegó el espeluznante, burlón graznido de un cuervo.
23
Templo de vida. Arboleda de muerte
La noche estival era calurosa, oscura. Los ciudadanos de Palanthas dormían a ratos, si es que dormían algo. Las luces titilaban en muchas casas, y podía verse a la gente asomada a las ventanas, mirando el cielo en una vana esperanza de algún indicio de lluvia, o paseando de un lado a otro por los dormitorios, intentando calmar a los llorosos e inquietos niños. Steel y Palin se mantuvieron a resguardo de las sombras, evitando llamar la atención o que les hicieran preguntas, sobre todo la de por qué iba un hombre por la calle cubierto con una capa haciendo tanto calor.
Estaban cerca de su destino. Steel veía la torre asomando en lo alto, pero parecía incapaz de encontrar la calle que llevaba hasta ella, por lo que se sentía frustrado. Palin no podía ayudarlo. Había estado en la torre antes, pero había llegado a ella viajando por los caminos de la magia. Al llegar a una intersección, los dos se pararon un momento para debatir hacia qué lado girar. Palin dejó la decisión en manos de Steel, pero, al parecer, el caballero tomó la calle equivocada, pues acabaron ante un amplio espacio sembrado de césped que se extendía, como una alfombra de bienvenida, desde la calle hasta un edificio construido con mármol blanco. El aroma a flores sugería la presencia de jardines que sólo se atisbaban borrosamente a la luz plateada de Solinari y el resplandor blanco que emitía el propio edificio. La angustia estrujó el corazón de Steel; era una angustia olvidada hacía mucho, pero que había despertado al removerse los recuerdos.
—Sé dónde estamos —dijo.
—En el Templo de Paladine. ¡El último sitio donde querría estar! —Palin parecía alarmado—. Hemos venido por una calle más al este de lo debido. Tendríamos que haber torcido a la derecha antes, no a la izquierda. —Miró de soslayo al caballero—. Me sorprende que conozcas el templo.
—Cuando era un niño, Sara me trajo aquí después del ataque a Palanthas. Perdimos nuestra casa en el incendio que estalló por toda la ciudad. Sara vino aquí para dar las gracias por haber salvado nuestras vidas. Fue aquí donde me enteré de la muerte de mi madre... y quién era el responsable.
Palin no contestó. Se frotó la parte del cuello donde el demonio familiar de lady Catalina,
Había bultos oscuros desperdigados por el césped, y por un instante Steel creyó que había habido un combate y que eran los cadáveres que habían quedado tras la lucha. Entonces se dio cuenta de que estos cuerpos estaban vivos, y que la única batalla que habían sostenido era contra el terrible calor. La gente dormitaba tranquilamente en la pradera.
Steel conocía bien este sitio, mucho más de lo que había dado a entender. Quizás el haber llegado hasta aquí no había sido un hecho accidental. Quizás había sido atraído hacia el lugar, como había ocurrido a menudo con anterioridad.
La juventud del caballero había sido turbulenta. Nunca había disfrutado de la vida fácil y despreocupada de la infancia descrita por los poetas. El conflicto entre la luz y la oscuridad, entre emociones y deseos contradictorios, no era nuevo para él. Había sostenido esta lucha desde el comienzo de su vida. La oscuridad, representada por la imagen de su madre con su armadura azul de dragón, había impulsado a Steel, aun siendo un niño, a dirigir, a controlar a cualquier precio, sin importar las consecuencias para él o para otros.
Y cuando le resultaba imposible, cuando los otros runos se rebelaban contra su autoridad y rehusaban obedecerlo, la oscuridad lo instaba a golpear, a hacerles daño. La luz, representada en sus sueños por la imagen de un caballero desconocido vestido con armadura plateada, hacía que Steel tuviera remordimientos después. Luchaba con la turbulencia de su alma, sentía como si tiraran de él en direcciones opuestas dos fuerzas poderosas que no comprendía. A veces temía que lo partirían en dos si no elegía una u otra. En estas ocasiones, había huido a su refugio: había venido al Templo de Paladine.