Durante los seis días del viaje de regreso Alan tuvo tiempo de sobra para leer y releer lo escrito por Cavour en los últimos días de su vida y para sacar copias fotográficas de las ajadas páginas de su Diario.
El viaje a Venus había sido fácil para Cavour; había descendido a la hora y el día señalados y había convertido la cueva en morada suya. Pero Cavour decía en su Diario que iba perdiendo las fuerzas a medida que pasaba el tiempo.
Tenía ya más de ochenta años, que no es edad para ir solo a un planeta desconocido. Había que hacer aún algunas cosillas en la nave exploradora para ponerla en buenas condiciones de navegación; pero él no se había sentido con ánimo para hacer ese trabajo.
Intentó hacerlo varias veces, y no pudo. Un día se cayó y se fracturó la articulación de la cadera. Pudo meterse en la cueva; pero, como estaba solo, sin nadie que lo cuidara, no abrigaba esperanzas de salvación.
Le era imposible acabar de dotar a la nave de todo lo que ésta necesitaba. No podía realizar sus sueños. Sus ecuaciones y sus planos morirían con él.
En su último día advirtió que había dejado de hacer una cosa, la más importante de todas: acabar los diseños de su generador, el mecanismo clave sin el cual era imposible lograr la navegación hiperespacial. Luchando con la muerte, James Hudson Cavour escribió otra página en su Diario encabezada así:
Pensó Alan que en esa página estaba todo: los diagramas, las descripciones detalladas de la máquina, las ecuaciones. Con todo eso sería posible construir la nave.
La última página del Diario contenía los pensamientos del moribundo Cavour. En ella perdonaba al mundo el desprecio que le había mostrado. Añadía que esperaba que, algún día, el hombre llegaría fácilmente a las estrellas. Se dijo Alan que era el testamento de un gran hombre.
Pasaron los días, y el disco verde de la Tierra apareció en la pantalla. A la caída del sexto día la
La nave aterrizó en el astropuerto.
Alan llamó por teléfono a Jesperson.
—¿Cuándo ha llegado?
—Ahora mismo.
—¿Ha…?
—Sí. ¡Lo he encontrado! ¡Lo he encontrado!
Podrá parecer extraño, pero Alan ya no tenia prisa por salir de la Tierra. Poseía ya el Diario de Cavour, pero quería hacer una obra perfecta.
Leyendo ese libro, dábase cuenta Alan de que sabía pocas matemáticas, y esto le desesperaba. Pero vencer este obstáculo era solamente cosa de tiempo. Contrató matemáticos, físicos e ingenieros.
Hizo construir un soberbio edificio y alojó en él el
La primera prueba del generador Cavour se hizo a principios del año 3881. Llamado por el director del Laboratorio, Alan regresó inmediatamente de África, donde estaba pasando sus vacaciones.
El generador estaba encerrado en un edificio bastante apartado del Laboratorio. No tenía ventanas ese edificio, porque la energía que había de desarrollar la máquina hacía necesaria esa precaución. Alan hizo funcionar el generador. Presenciaban la prueba los científicos, desde el Laboratorio, ante la pantalla televisora.
El generador se hizo borroso y poco después desapareció de la vista.
Al cabo de quince minutos volvió a hacerse visible. Causó averías en la mitad de las líneas de energía eléctrica del distrito.
Sonreía Alan cuando volvieron a encenderse las luces del laboratorio.
—No está mal para empezar —dijo—. Ha desaparecido el generador. Y ésta es la parte más dura y difícil de la batalla que hemos de ganar. Seguiremos trabajando en el modelo número dos.
El modelo número dos estuvo terminado a finales de año, y esa vez fueron mejor controladas las pruebas. El éxito de las mismas no fue total. Alan no se llevó ningún desengaño. No le convenía el éxito prematuro.
Transcurrieron los años 3882 y 3883. Alan era ya un hombre alto y recio, conocido en todo el planeta Tierra. El millón de créditos que le dejó Max, gracias a la buena administración de Jesperson, se había convertido en un capital imponente, y Alan empleaba gran parte de él en hacer investigaciones sobre la navegación hiperespacial. Pero Alan Donnell no era objeto de desdén como lo había sido James Hudson Cavour. Nadie se burlaba de él cuando afirmaba que en 3885 sería una realidad la navegación hiperespacial.
También pasó el año 3884. Se iba acercando el momento del triunfo. Alan se pasaba horas enteras en el laboratorio, haciendo experimentos y pruebas, como los científicos que allí trabajaban.
El 11 de marzo de 3885 se hizo la prueba final con resultado satisfactorio. La nave de Alan, la