Desperté. El dolor en mi cabeza era tan fuerte que podría partir una lechuga. Tenía la sensación de que acababa de cerrar los ojos, pero el reloj de la mesita de noche marcaba las 5:14.
Otro sueño. Otra llamada a larga distancia de mi línea fantasma particular. No me extrañaba que hubiera pasado la vida rechazando la posibilidad de soñar. Unos símbolos tan estúpidos, tan absurdos y tan obvios. Una ansiedad totalmente incontrolable y odiosa, una bobada tan evidente.
Pero ya no pude volver a dormirme, pensando en aquellas imágenes infantiles. Puestos a soñar, ¿por qué no podían ser unos sueños más propios de mí, elaborados y atípicos?
Me senté y me froté las sienes palpitantes. Una terrible y tediosa inconsciencia se esfumó cual agua por un sumidero y me senté en el borde la cama en actitud de franca perplejidad.
¿Qué me estaba pasando? ¿Y por qué no podía pasarle a otro?
Este sueño había sido distinto y no estaba seguro de en qué radicaba la diferencia o cuál era su significado. La última vez había tenido la absoluta certeza de que otro asesinato estaba a punto de ocurrir, e incluso sabía dónde. Pero en esta ocasión... Suspiré y me fui hasta la cocina a por un vaso de agua. La cabeza de la Barbie volvió a golpear la puerta de la nevera en cuanto la abrí. Me quedé parado, observando, bebiéndome un buen vaso de agua fría. Los brillantes ojos azules me devolvieron la mirada, sin parpadear.
¿A qué venía ese sueño? ¿Era fruto de las aventuras de la noche anterior que se abrían paso desde mi vapuleado subconsciente? Antes nunca había sentido tensión; más bien se trataba de un sentimiento de liberación. Claro que nunca antes había estado tan al borde del desastre. ¿Pero por qué soñar con eso? Algunas imágenes eran dolorosamente obvias: Jaworski y Harry y la cara del hombre del cuchillo, fuera de mi vista. Sí. ¿Por qué molestarme con bobadas psicológicas de principiante?
¿Por qué molestarme en soñar, lo que fuera? No me hacía falta. Necesitaba descanso, y en cambio ahí estaba, en la cocina, jugando con una Barbie. Volví a agitar la cabeza: tac, tac. De paso, ¿qué pintaba Barbie en todo esto? ¿Y cómo iba a averiguarlo a tiempo de salvar la carrera de Deborah? ¿Cómo podía mentir a LaGuerta cuando la pobre estaba tan colgada por mí? Y, para colmo, por si fuera poco, estaba Rita: ¿por qué había necesitado hacerme ESO?
De repente todo me pareció como un culebrón retorcido, y pensé que ya tenía bastante. Encontré una caja de aspirinas y me apoyé en la encimera para tomarme tres. No me importaba mucho el sabor. Nunca me habían gustado las medicinas, de ninguna clase, aunque apreciaba su utilidad.
Sobre todo desde la muerte de Harry.
La muerte de Harry no fue ni rápida ni fácil. Se tomó un tiempo largo y tremendo, siendo el primer y último acto de egoísmo que cometió en toda su vida. Harry estuvo agonizando durante año y medio, en pequeños pasos, empeorando unas semanas y recobrándose luego casi por completo, teniéndonos a todos en vilo intentando adivinar qué iba a suceder. ¿Esta vez se iría, o había vencido por fin? Nunca lo sabíamos, pero, tratándose de Harry, parecía absurdo rendirse. Harry haría lo que debía, por duro que fuera, pero ¿qué significaba eso en algo como la muerte? ¿Lo correcto era luchar y resistir y hacernos pasar a todos por el sufrimiento que conllevaba una muerte sin fin, cuando lo cierto era que, hiciera Harry lo que hiciera, la muerte era inevitable? ¿O era mejor dejarse llevar por ella, dignamente y sin alboroto?