— ¡Por todos los cielos negros y azules! ¿Creas modelos de vestidos?
— Pues… sí, en cierto sentido. Pero no los creo, los hago…
Abandoné el tema.
— ¿Y qué es un real?
Esto la impresionó de verdad. Por primera vez me miró como si fuera un ser de otro mundo.
— El real es…, el real — repitió, desconcertada —. Se trata de las… historias que se contemplan…
— ¿Eso? — pregunté, señalando la pared de cristal.
— ¡Oh, no! Esto es visión…
— Pues ¿qué es? ¿Un cine? ¿Un teatro?
— No. Sé lo que era el teatro y que existió una vez. Lo sé: en el teatro salían personas reales.
El real es artificial, pero de modo que no puede distinguirse. A no ser que se entrara dentro de ellas…
— ¿Entrar dentro?
La cabeza del gigante se movía ahora al ritmo de sus ojos; vaciló y me miró, como si la observación de esta escena le divirtiera muchísimo.
— Escucha, Nais — dije de improviso —, o me voy, porque ya debe de ser muy tarde, o…
— Lo segundo me gustaría más.
— Aún no sabes lo que voy a decir.
— Entonces, dilo.
— Está bien. Querría preguntarte sobre algunas otras cosas. Ya conozco un poco las grandes, las importantes: pasé cuatro días en el ADAPT de la Luna. Se trataba de cosas muy extraordinarias. Pero ¿qué hacéis vosotros… cuando no trabajáis?
— Hay muchas posibilidades — repuso —. Se puede viajar, de verdad o con el mut. O divertirse, ir al real, bailar, jugar a toreo, nadar, volar… todo lo que se te antoje.
— ¿Qué es el mut?
— Algo parecido al real, pero que puede abarcarlo todo. Se pueden escalar montañas, ir a todas partes; lo verás por ti mismo, es imposible explicarlo. Pero creo que ibas a hacerme otra pregunta, ¿verdad?
— Sí. ¿Qué pasa… entre las mujeres y los hombres?
Sus párpados palpitaron.
— Lo mismo de siempre. ¿Qué podía cambiar en esto?
— Todo. Cuando me marché…, te lo ruego, no lo tomes a mal…, una muchacha como tú no habría podido llevarme a su casa a estas horas.
— ¿De verdad? ¿Por qué?
— Porque habría tenido un sentido determinado.
Guardó silencio unos momentos.
— ¿Y cómo sabes que ahora ya no tiene este sentido?
Mi mueca la divirtió. La miré y dejó de reír.
— Nais…, ¿qué significa esto…? — tartamudeé —. Invitas a un tipo completamente desconocido y…
Calló.
— ¿Por qué no contestas?
— Porque no comprendes nada. No sé cómo explicártelo. No quiere decir nada, ¿entiendes…?
— Ya. No quiere decir nada — repetí, levantándome. No podía seguir sentado allí, y casi salté… sin darme cuenta. Etta se estremeció —. Perdona — murmuré, y empecé a pasear por el cuarto. Tras la pantalla de cristal se veía un parque bajo el SD! matutino; por una avenida, entre árboles de hojas de un tono rosa pálido, paseaban tres muchachos en mangas de camisa, y las camisas brillaban como armaduras —. ¿Hay matrimonios?
— Naturalmente.
— ¡Entonces no entiendo nada! Explícame esto. Dime: ves a un hombre que te gasta, y, sin conocerle, inmediatamente…
— ¿Qué hay que explicar aquí? — interrumpió ella, enojada —. ¿De verdad en tu tiempo…, entonces…, una chica no podía llevar a un hombre a su habitación?
— Sí, claro que podía, y también con la idea de…, pero no a los cinco minutos de haberle visto…
— Entonces, ¿después de cuántos minutos?
La miré. La pregunta era completamente en serio. Claro, no podía saberlo; me limité a encogerme de hombros.
— No sólo se trataba de tiempo, sino que…, sino que primero tenía que ver algo en él, conocerle, amarle, y entonces iban a…
— Espera — me dijo —, por lo visto… No entiendes nada. Yo te he dado brit.
— ¿Qué es brit? Ah, esa leche… ¿Y jué?
Soltó una carcajada y se retorció de risa. Entonces se contuvo de repente, me miró y enrojeció como un tomate.
— Así que pensaste que yo…, pensaste que…, ¡ah, no…!
Me senté. Los dedos me temblaban, tenía que entretenerme con algo. Saqué del bolsillo un cigarrillo y lo encendí.
Ella abrió mucho los ojos.
— ¿Qué es eso?
— Un cigarrillo. ¿Acaso no fumas?
— Lo veo por primera vez; de modo que esto es un cigarrillo. ¿Cómo puedes inhalar así el humo? No, espera, lo otro es mucho más importante. El brit no es leche. Ignoro qué contiene, pero a un extraño se le da siempre brit.
— ¿A un hombre?
— Sí.
— ¿Por qué?
— Porque entonces se porta, tiene que portarse, bien. Mira, tal vez un biólogo podría explicártelo.
— Al diablo con el biólogo. ¿Quieres decir que el hombre que toma brit no puede hacer nada?
— Naturalmente.
— ¿Y si se niega a beber?
— ¿Cómo puede negarse?
Aquí terminó toda posibilidad de entendimiento.
— No puedes obligarle — aduje con paciencia.
— Sólo un loco no querría beber — repuso lentamente —. No he sabido nunca de un caso semejante.
— ¿Así que es una costumbre?
— No sé qué contestar a eso. ¿No es también una costumbre no ir desnudo por la calle?
— Sí. Bueno, en cierto modo. Uno puede desnudarse en la playa.
— ¿Quedarse desnudo? — inquirió con interés repentino.
— No, con un traje de baño; aunque en mi tiempo había semejantes grupos de personas. Se llamaban nudistas.
— No sé. No, es otra cosa. Yo creía que todos erais…
— No. ¿De modo que esta bebida es… como ir vestido? ¿Igual de necesario?
— Sí. Cuando… dos personas están juntas.