Читаем Retorno de las estrellas полностью

Al principio me divertí con los trajes; la escenografía era naturalista y por ello me distraje encontrando una serie de anacronismos. El primer actor, un hombre muy guapo de cabellos oscuros, salía de su casa con frac — era por la mañana — y se dirigía en coche a ver a su amada; llevaba incluso sombrero de copa, y de color gris, como un inglés acudiendo al Derby.

Entonces apareció una romántica posada con un posadero imposible en la realidad, parecido a un pirata; el héroe se sentó sobre los faldones del frac y bebió cerveza con una cañita. Y así continuó todo.

De repente dejé de sonreír: Aen entró en escena. Iba vestida de un modo absurdo, pero esto ya no era tan importante. El espectador sabía que ella amaba a otro y engañaba a este joven; el típico papel melodramático de una mujer infiel. Un cliché sentimental. Pero Aen no lo interpretaba así. Era una muchacha que siempre vivía el momento presente, libre de toda reflexión, sensitiva, sin rencor, un ser inocente gracias a la ilimitada ingenuidad de su crueldad, que hace infelices a todos porque no quiere hacer infeliz a nadie. En cuanto se hallaba en brazos de uno olvidaba al otro tan completamente que se creía de verdad en su momentánea honradez.

Todo aquel absurdo no importaba nada; sólo importaba Aen, la eximia actriz.

El real era algo más que un teleteatro: cuando yo miraba una parte del escenario, ésta se agrandaba y ensanchaba; el espectador decidía por sí mismo si quería ver un primer plano o toda la escena. Y las proporciones de lo que permanecía en el campo de visión no se desfiguraban. Era una endemoniada combinación óptica, que daba la ilusión de una vida sobrenatural, como ampliada.

Subí a mi habitación para hacer el equipaje, ya que debía partir dentro de pocos minutos.

Resultó que tenía más cosas de las que imaginaba. Aún no había terminado cuando el teléfono empezó a cantar: mi ulder ya estaba preparado.

— Bajo en seguida — contesté.

El robot del equipaje se llevó las maletas y yo ya salía de la habitación cuando el teléfono volvió a sonar. Vacilé. La suave señal se repetía incansablemente. «No ha de parecer una fuga», pensé y descolgué el auricular, no muy seguro de por qué lo hacía.

— ¿Eres tú?

— Sí. ¿Ya te has despertado?

— Hace mucho rato. ¿Qué has hecho?

— Te he visto. En el real.

— ¿Ah, sí? — dijo solamente, pero en su voz oí algo parecido a la satisfacción, como si pensara: «Ahora es mío.» — No — repliqué.

— ¿Qué quiere decir no?

— Eres una gran actriz, pero yo soy algo muy distinto de lo que crees.

— ¿No me lo ha parecido ya esta noche?

Interrumpió la frase. En su voz sonaba el regocijo, y de pronto volvió el sentido del ridículo. Apenas pude dominarlo: un cuáquero de las estrellas, que ya había caído una vez, desesperado, severo, casto.

— No — repuse, sobreponiéndome —, no te lo ha parecido. Y me voy de viaje.

— ¿Para siempre?

Le divertía esta conversación.

— Oye… — empecé, y no supe cómo continuar. Durante unos momentos sólo oí su respiración.

— Di, ¿qué más? — preguntó.

— No lo sé — y rectificando en seguida-: Nada. Me voy ahora mismo. Esto no tiene sentido.

— Claro que no tiene sentido — admitió —, y precisamente por esto puede ser maravilloso.

¿Qué has visto? ¿Los verdaderos?

— No. La novia. Escucha…

— Eso es un desastre completo. Ya no soy capaz de verlo. Lo peor que he hecho en mi vida.

Ve a ver Los verdaderos, o no, será mejor que vuelvas esta noche; te lo proyectaré. No, no, hoy no puedo. Ven mañana.

— Aen, no iré. Me voy de verdad…

— No me llames Aen, llámame «chica» — pidió.

— Chica, ¡vete al diablo! — exclamé.

Colgué el auricular, me sentí terriblemente avergonzado, lo descolgué, volví a colgarlo y salí corriendo de la habitación, como si alguien me persiguiera. Bajé al vestíbulo y allí me enteré de que el ulder se hallaba en el tejado, así que subí hasta arriba. En el tejado había un jardín con un restaurante y un aeródromo. En realidad un aeródromo restaurante, una combinación de niveles, andenes voladores y ventanas invisibles; ni en un año podría encontrar allí mi ulder. Pero me condujeron hasta él casi de la mano. Era más reducido de lo que creía. Pregunté cuánto duraría el vuelo, ya que me apetecía leer.

— Alrededor de doce minutos.

No valía la pena abrir un libro. El interior del ulder recordaba hasta cierto punto un cohete experimental, Termo-Fax, que había conducido una vez, pero con más comodidades. Sin embargo, cuando la puerta se cerró tras el robot, que me deseó cortésmente un buen viaje, las paredes se hicieron transparentes, y como ocupaba el primero de los cuatro asientos — los otros estaban vacíos —, tuve la impresión de que volaba en una silla dentro de un gran recipiente de cristal.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Возвращение к вершинам
Возвращение к вершинам

По воле слепого случая они оказались бесконечно далеко от дома, в мире, где нет карт и учебников по географии, а от туземцев можно узнать лишь крохи, да и те зачастую неправдоподобные. Все остальное приходится постигать практикой — в долгих походах все дальше и дальше расширяя исследованную зону, которая ничуть не похожа на городской парк… Различных угроз здесь хоть отбавляй, а к уже известным врагам добавляются новые, и они гораздо опаснее. При этом не хватает самого элементарного, и потому любой металлический предмет бесценен. Да что там металл, даже заношенную и рваную тряпку не отправишь на свалку, потому как новую в магазине не купишь.Но есть одно место, где можно разжиться и металлом, и одеждой, и лекарствами, — там всего полно. Вот только поход туда настолько опасен и труден, что обещает затмить все прочие экспедиции.

Артем Каменистый , АРТЕМ КАМЕНИСТЫЙ

Фантастика / Боевая фантастика / Научная Фантастика