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Al cabo de unos días, Ophélie recibió una nota de agradecimiento de Andrea, pero a partir de entonces no supo nada más de ella. Tenía intención de llamarla, pero se sentía tan cansada y débil que lo aplazaba una y otra vez, además de que la idea de hablar con ella aún la trastornaba. Dos semanas más tarde, Matt los llevó a ella, Pip y Mousse a la playa. Dieron un corto paseo y se sentaron al sol. Hacía tiempo de verano pese a que solo estaban en marzo. Hablaron de la boda; habían decidido celebrar un casamiento sencillo en la playa, en compañía de los chicos y oficiado por un sacerdote de Bolinas al que Matt conocía. Ninguno de los dos quería una ceremonia por todo lo alto.

Dos días después de llevar a Pip a la playa, ellos dos volvieron a ir juntos un soleado día. Ophélie comentó que creía que la brisa marina le había sentado bien, y Matt se mostró de acuerdo, aunque estaba pensando en otra cosa. Se llevaron el almuerzo de la ciudad, puesto que Matt no tenía comida en la casa, y en cuanto llegaron a Safe Harbour dejó la cesta sobre la mesa y puso música. Ophélie sabía en qué estaba pensando y esta vez estaba preparada. Habían esperado mucho tiempo; era lo que debería haber sucedido en Tahoe.

En cuanto entraron en la casa, Matt la rodeó con sus brazos y la besó. Ophélie alzó la mirada hacia él. Mucho antes de que la tocara, ya era suya y quería pertenecerle. Lo siguió al dormitorio, donde Matt la desvistió con delicadeza antes de tenderla sobre la cama. Acto seguido se tumbó junto a ella y permanecieron abrazados largo rato, hasta que la pasión se adueñó de ellos y los arrastró a un mar de suave oleaje. Fue la unión de dos vidas, dos personas, dos corazones, dos mundos, lo único que deseaban, lo que ambos habían esperado y soñado. Y por fin, en Safe Harbour, el sueño se había hecho realidad.

<p>Capítulo 28</p>

Ophélie tenía intención de llamar a Andrea desde que tuviera noticias suyas dos semanas antes. Pero las circunstancias la habían abrumado y se había visto obligada a atender los asuntos acumulados durante su convalecencia. Tuvo que comparecer en una vista de supresión en el caso contra su asaltante, pues la defensa pretendía suprimir su testimonio para evitar que declarara en el juicio. Tras una agotadora mañana en el tribunal, al que acudió en compañía de Matt, el juez denegó la moción de la defensa. Además, seguía cansada y, por alguna razón, siempre surgía algo que le impedía llamar a Andrea. Se prometió a sí misma llamarla aquella tarde, antes de que Pip volviera de la escuela. Se disponía a marcar el número cuando la telefoneó la au pair.

– Estaba a punto de llamarla -explicó Ophélie-. ¿Cómo está? Me alegro de que llame.

La voz al otro lado de la línea sonaba incómoda y reacia a darle la noticia.

– Ha muerto esta mañana, poco antes del mediodía -anunció.

Ophélie se sintió como si le hubieran asestado un mazazo.

– Dios mío… cuánto lo siento… no lo sabía… Me dijo que le quedaban varios meses… No tenía idea de que sería tan rápido…

La muerte no siempre llegaba en el momento previsto; de hecho, nunca era así. El único pensamiento que poblaba su mente mientras permanecía sentada era el día en que la acompañó durante el parto, menos de un año antes. Había sido tan emocionante, tan bello, tan conmovedor… De pronto comprendió que la recordaría de ese modo y que se alegraba de no haberla visto enferma. Tras casi veinte años de amistad, sus vidas se habían separado, pero tal vez era cosa del destino. Andrea había seguido por derroteros que ya no incluían a Ophélie. Había cometido un terrible error que había herido profundamente a su amiga, pero gracias a él había nacido un niño que pronto viviría con ella. Los avatares de la vida nunca conducían adonde uno esperaba. Resultaba imposible aventurar siquiera el propio destino.

– ¿Habrá funeral? -le preguntó Ophélie, preguntándose si tendría que organizarlo.

Otra idea extraña. Durante su amistad, siempre habían hablado de bodas y otras fiestas, y Ophélie había organizado el bautizo de Willie porque era su madrina. Y ahora tendrían que organizar el funeral de su madre. Sin embargo, la au pair le explicó que no era lo que Andrea deseaba. Ya habían ido a buscarla, pues quería que la incineraran y esparcieran sus cenizas en el mar, sin oficio religioso, ceremonia civil, deudos ni lápida. Tan solo el recuerdo de los que quedaban atrás. Le parecía más nítido y, por una vez, Ophélie estuvo de acuerdo. Dadas las circunstancias, sería menos doloroso para todos.

Andrea también había dado los pasos necesarios para deshacerse del piso y todas sus pertenencias. Lo único que quedaba era Willie. La au pair se ofreció a llevarlo a casa de Ophélie a última hora de aquel día, lo que significaba que Pip debía conocer la situación.

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