Le habían salvado el pulmón y reparado el estómago, y los médicos aseguraban que los intestinos no le ocasionarían problemas. Podía arreglárselas con un solo ovario e incluso tener más hijos si quería, y además le habían extirpado el apéndice. Había sido increíblemente afortunada, y Louise Anderson, la directora del centro Wexler, fue a verla para disculparse por haberle permitido correr semejante riesgo. Sin embargo, Ophélie le recordó en varias ocasiones que la decisión había sido suya. Pese a ello, ningún voluntario volvería a formar parte del equipo de asistencia, una opción muy sensata, aunque Ophélie había disfrutado horrores en el trabajo. Prometió a Louise que se reincorporaría al voluntariado en el centro al cabo de unos meses, si Matt no se oponía. Ahora también él tenía voz y voto en el asunto, y, a decir verdad, no lo tenía muy claro. Consideraba que Ophélie debía quedarse en casa con él y con Pip.
Cuando Ophélie regresó a casa, Matt se instaló en el antiguo estudio de Ted. Quería estar cerca por si hacía falta, y Ophélie se alegraba de tenerlo allí. Todavía necesitaba mucha ayuda, y la presencia de Matt la hacía sentirse a salvo. Por su parte, Pip estaba encantada.
Los planes de boda iban viento en popa; habían decidido casarse en junio, cuando Vanessa pudiera asistir. Matt la había llamado a Auckland para darle la noticia, y su hija se alegraba mucho por él. Se lo contaron a Robert cuando fue al hospital para visitar a Ophélie.
– Volveremos a ser una familia -señaló Pip a su madre con una sonrisa de oreja a oreja cuando Ophélie volvió a casa.
A todas luces, a Pip la emocionaba la perspectiva, al igual que a Ophélie. Había costado mucho llegar hasta allí, seguramente demasiado, pero estaba a gusto con su decisión. Tenían intención de pasar la luna de miel en Francia, tal vez incluso en compañía de los chicos. Pip estaba encantada con la idea.
Una tarde, Ophélie estaba descansando en la cama mientras Matt iba a buscar a Pip a la escuela. Habían transcurrido seis semanas desde que recibiera los disparos, y cada día se sentía más fuerte, aunque aún no podía conducir y solo salía de casa en contadas ocasiones. Se conformaba con el alivio de poder bajar a cenar.
Los integrantes del equipo de asistencia la habían visitado en varias ocasiones. Estaba pensando en ellos cuando el teléfono sonó. La voz que oyó al descolgar le resultaba familiar, pero no agradable, y además sonaba muy débil. Era Andrea, y Ophélie se sintió tentada de colgar sin más. Pero Andrea presintió sus intenciones y le suplicó que no lo hiciera.
– Por favor… déjame hablar un momento… es importante.
Hablaba en un tono extraño y comentó que se había horrorizado al enterarse de los disparos que había recibido.
– Quería escribirte, pero yo también he estado en el hospital.
Su tono indujo a Ophélie a seguir escuchando.
– ¿Has tenido un accidente? -le preguntó con cierta frialdad, aunque preocupada a su pesar; a fin de cuentas, habían sido íntimas amigas durante muchos años.
– No -repuso Andrea antes de añadir con un titubeo-: Estoy enferma.
– ¿Cómo que estás enferma?
Se produjo un silencio que se le antojó eterno. Hacía meses que Andrea quería llamarla, pero hasta entonces no se había atrevido, y Ophélie tenía que saberlo tarde o temprano.
– Tengo cáncer -explicó en voz baja-. Me lo diagnosticaron hace dos meses. Creen que hace mucho tiempo que lo tengo. Llevaba más o menos un año con dolor de estómago, pero creía que se debía a los nervios. Parece que empezó en el ovario, pero se me ha extendido a los pulmones y a los huesos. Está avanzando muy deprisa.
Parecía casi resignada, aunque triste. Ophélie se quedó de una pieza. Por muy furiosa que estuviera con ella, no le deseaba aquello, y los ojos se le inundaron de lágrimas.
– ¿Te han hecho quimio?
– Sí, de hecho todavía me hacen. Me han operado dos veces y después de la quimio me harán otra vez radio, pero no creo… no creo que aguante hasta entonces -dijo con sinceridad-. La cosa pinta mal… Sé que probablemente no querrás verme, pero necesito saber una cosa… ¿Cuidarás de Willie por mí?
Para entonces, ambas estaban llorando.
– ¿Ahora? -preguntó Ophélie, atónita.
– No -negó Andrea con tristeza-. Cuando muera. No creo que falte mucho, puede que algunos meses.
Ophélie sollozaba sin poder contenerse. La vida era tan imprevisible, tan injusta, tan cruel. ¿Cómo podían pasar tantas cosas? A Ted, Chad… y ahora Andrea. Pensar en todo ello la hizo sentirse aún más agradecida por tener a Matt. No obstante, la noticia la había consternado. Independientemente de lo que Andrea le había hecho, no merecía aquello, pero, por lo visto, su antigua amiga no estaba de acuerdo.
– Puede que sea el castigo de Dios por lo que te hice, Ophélie. Sé que no se arregla nada pidiendo perdón, pero te lo pido. He tenido mucho tiempo para pensar en ello… y lo siento tanto… ¿Cuidarás de Willie? -repitió.
Ophélie siguió llorando sin poder articular palabra. Era tan cruel…
– Sí -musitó entre sollozos.