Lo único en que podía pensar era en lo que Matt había hecho por Pip, y eso que solo lo conocía desde hacía ocho, casi nueve meses. Sabía que Andrea no tenía a quien recurrir aparte de ella. Ophélie era la madrina de Willie, y lo correcto era hacerse cargo de él, aunque fuera hijo de Ted. El pequeño no tenía la culpa de nada.
– ¿Dónde está ahora? ¿Te ayuda alguien a cuidar de él?
– He contratado a una
Hablaba del asunto como un hecho consumado; era terrible. Tenía cuarenta y cinco años, y su hijo jamás conocería a sus padres.
Matt entró en la habitación cuando Ophélie aún hablaba con ella. La miró con expresión desconcertada, advirtiendo que había llorado, pero al poco salió de nuevo; no quería entrometerse y suponía que Ophélie se lo contaría más tarde.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -inquirió Ophélie, afligida.
Quería disipar la hostilidad existente entre ellas, sobre todo dadas las circunstancias, aunque sabía que en una situación normal habría costado sobremanera salvar el abismo creado.
– Me gustaría volver a verte -dijo Andrea con voz débil-, pero me encuentro fatal casi siempre. La quimio es espantosa.
– Y yo todavía no puedo salir. Iré en cuanto pueda.
– Voy a mandar redactar un nuevo testamento en el que te dejaré a cargo de Willie, si te parece bien. ¿Estás segura de que podrás cuidar de él sin odiarlo por lo que te hice?
– No te odio -aseguró Ophélie con calma-, solo estoy triste. Me hiciste mucho daño.
Pero en aquel momento supo que la había perdonado. Además, no solo Andrea le había hecho daño, porque Ted también había contribuido. Eso había sido lo más duro. Pero habían sucedido tantas cosas desde entonces.
– Estaré en contacto para decirte cómo estoy -prometió Andrea con sentido práctico- e incluiré tu número en mi ficha de urgencias.
Antes ya figuraba en ella, pero tras el distanciamiento lo había borrado.
– Y también se lo daré a la au pair por si pasa algo y no puedo llamar.
– Tienes que aguantar, Andrea, no puedes tirar la toalla.
Ophélie estaba profundamente afectada por lo que acababa de oír y por la actitud de Andrea, además de triste por no poder salir. Sabía que volver a ver a Andrea resultaría duro, porque todo era muy reciente, máxime después de lo que ella misma había sufrido.
– Te llamaré. Y tú llámame también para contarme cómo estás.
– Lo haré -prometió Andrea sin disimular el llanto-. Gracias. Sé que lo cuidarás bien.
– Te lo prometo.
Entonces decidió contarle lo de Matt; tenía derecho a saberlo.
– En junio me caso con Matt.
Se produjo un largo silencio, al cabo del cual Andrea lanzó un leve suspiro, como si se sintiera absuelta, como si no hubiera destruido por completo la vida de Ophélie.
– Me alegro mucho. Es un buen hombre y espero que seáis muy felices -le deseó con voz serena.
– Yo también. Te llamaré pronto. Cuídate mucho, Andrea.
– Te quiero… y lo siento -musitó Andrea antes de colgar.
Ophélie colgó el teléfono con suavidad justo cuando Matt volvía a entrar en el dormitorio.
– ¿Qué pasa? -preguntó con expresión preocupada, pues a todas luces la llamada había trastornado a Ophélie.
– Andrea… -empezó Ophélie, mirándolo a los ojos.
– ¿Es la primera vez que tienes noticias de ella?
Ophélie asintió con un gesto.
– ¿Te ha llamado para pedirte perdón? Ya puede, desde luego.
Matt aún estaba furioso por lo que habían hecho Ted y Andrea. De repente, Ophélie reparó en que tendría que haberle consultado lo del bebé. Pero ¿cómo iba a negarse? No creía que pudiera ni debiera hacerlo. A fin de cuentas, era hermanastro de Pip e hijo de Ted.
– Se está muriendo.
– ¿Y eso? -exclamó Matt, asombrado.
– Lo descubrió hace dos meses. Tiene cáncer de ovario con metástasis en los pulmones y los huesos. No cree que le queden más de unos meses de vida. Quiere que cuide del bebé… Que cuidemos… -Decidió poner las cartas sobre la mesa sin más dilación-. Le he dicho que sí. ¿Qué te parece? Le he dicho que vamos a casarnos y puedo llamarla para decirle que no, pero no tiene a nadie más. ¿Qué te parece?
Matt se sentó a los pies de la cama y meditó sobre el asunto durante unos instantes. Sin lugar a dudas, representaba un cambio muy significativo e inesperado en sus vidas, pero comprendía a Ophélie. Resultaría muy difícil negarse, sobre todo para ella, porque el bebé era hijo de Ted y hermanastro de Pip. Era una situación en verdad peculiar.
– Parece que nuestra familia crece a ojos vistas, ¿eh? Me parece imposible que no aceptes. ¿Realmente crees que va a morir?
– Eso parece. Sonaba muy resignada.
– No creo que tengamos otra opción. Al menos es mono -comentó al tiempo que se inclinaba para besarla.
Se estaba mostrando increíblemente comprensivo. Acordaron no contarle la verdad a Pip, al menos por el momento. Era demasiado deprimente y ya había suficientes traumas en las pasadas seis semanas. No tenía por qué saber que Andrea estaba a punto de morir; sería demasiado.