Читаем Un Puerto Seguro полностью

En aquel momento, Pip se unió de nuevo a ellos. Estaba emocionada por la visita de Matt, y cuando su madre fue a la cocina en busca de una copa de vino para su amigo Pip le preguntó en un susurro por el retrato.

– ¿Qué tal está quedando? ¿Has avanzado algo esta semana?

Sabía que sería el mejor regalo que su madre recibiera jamás y se moría de impaciencia de verle la cara cuando se lo diera.

– Acabo de empezar -repuso Matt, sonriendo a su joven amiga.

Esperaba que Pip no quedara decepcionada ante el resultado, pero lo cierto era que le gustaba lo que había dibujado hasta entonces. Lo que sentía por Pip facilitaba la tarea de captar la esencia de su espíritu y de su alma además de reflejar sus relucientes rizos rojos y los amables ojos castaños con motas ambarinas. Le habría gustado pintar también un retrato de Ophélie, pero hacía mucho tiempo que no pintaba a un adulto. En cualquier caso, le gustaría intentarlo algún día.

Poco antes de las siete, se levantaron para salir a cenar, pero al llegar a la puerta principal Matt se detuvo en seco.

– Te has olvidado de una cosa -dijo a Pip, que lo miró sorprendida.

– No podemos llevar a Mousse a un restaurante -advirtió muy seria.

Llevaba una faldita negra y un jersey rojo, atuendo que le confería un aspecto muy adulto. Se había esmerado mucho al elegir la ropa en honor a él, y su madre la había peinado con un pasador nuevo.

– Solo podemos llevar a Mousse a los restaurantes de la playa.

– No me refería a él, aunque debería haberlo pensado. Le traeremos las sobras de la cena. Lo que quería decir es que no me habéis enseñado las zapatillas de Elmo y Grover -señaló con expresión de reproche.

– ¿Quieres verlas? -preguntó Pip con una carcajada.

Estaba contentísima. Matt recordaba todo lo que le decía; siempre lo recordaba.

– De aquí no salimos hasta que las haya visto -aseguró él con firmeza.

Retrocedió un paso, se cruzó de brazos y la miró con aire expectante mientras Ophélie sonreía a ambos. Al poco, Matt se volvió hacia ella.

– Lo digo en serio. Venga, quiero ver las zapatillas. Es más, creo que deberíais desfilar con ellas para mí.

A todas luces, hablaba en serio, de modo que Pip subió corriendo a buscarlas con cara de felicidad. Regresó al cabo de unos instantes con los dos pares y alargó las de Grover a su madre.

Sintiéndose un poco ridícula, Ophélie se las calzó mientras Pip hacía lo propio. Las dos se quedaron de pie con sus gigantescas zapatillas peludas, y Matt esbozó una sonrisa de aprobación.

– Son fantásticas, me encantan. Y me muero de envidia. ¿Seguro que no las hay en mi número?

– No lo creo -repuso Pip-. Mamá dice que le costó encontrar unas para ella, y eso que tiene los pies bastante pequeños.

– Estoy hundido -bromeó Matt.

Ophélie y Pip se cambiaron de zapatos, y Matt las siguió escalinata abajo hacia su coche.

Lo pasaron estupendamente durante la cena, charlando de esto y de aquello. Mientras lo observaba con Pip, Ophélie pensó de nuevo en el golpe que debía de haber representado para él perder el contacto con sus hijos. A todas luces adoraba a los niños y se le daban muy bien. Se entregaba mucho, era abierto y afectuoso, se interesaba por todo lo que decía Pip. Era un hombre irresistiblemente cálido y al mismo tiempo mostraba la medida justa de reserva respetuosa. Ophélie nunca se sentía presionada ni agobiada por él. Se acercaba lo justo para ser afable, pero nunca lo bastante para entrometerse. Era un hombre bondadoso y un gran amigo para ambas.

A las nueve y media, cuando regresaron a casa, todos estaban de excelente humor. Matt incluso había recordado pedir una bolsa de sobras para Mousse, que Pip llevó a la cocina para ponerlas en su cuenco.

– Eres demasiado bueno con nosotras, Matt -murmuró Ophélie cuando se sentaron en el salón.

Matt había encendido la chimenea, como hiciera en la casa de la playa. Pip volvió al cabo de unos instantes, y Ophélie la envió a ponerse el pijama, a lo que la niña protestó un poco, aunque con un bostezo que hizo reír a los dos adultos.

– Mereces que la gente sea buena contigo, Ophélie -sentenció Matt con sinceridad al tiempo que se acomodaba en el sofá junto a ella tras declinar el ofrecimiento de otra copa de vino.

En los últimos tiempos apenas bebía. Lo estaba pasando en grande con el retrato de Pip y le había encantado visitarlas en la ciudad. Era consciente de que bebía más cuando se sentía solo o deprimido, y gracias a ellas últimamente no se sentía así.

– Todos merecemos tener a buenas personas en nuestras vidas -prosiguió sin otra motivación que la de disfrutar de su amistad-. Tienes una casa preciosa -comentó.

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