Ophélie lo siguió con la mirada mientras se alejaba en su viejo coche familiar. Luego cerró la puerta y apagó las luces. Pip se había acostado en su propia cama, lo cual era infrecuente en aquellos tiempos, y Ophélie se tumbó en la suya, demasiado grande, y permaneció largo tiempo despierta en la oscuridad, pensando en la velada y en el hombre que se había convertido en amigo de Pip y más tarde de ella. Sabía que eran afortunadas al tenerlo, pero pensar en él la hacía pensar en Ted. Los recuerdos que conservaba eran perfectos en algunos sentidos y perturbadores en otros. Cuando los tormentos del pasado se agolpaban en su mente, oía una especie de disonancia profunda y sorda, pero a pesar de ello aún lo echaba de menos muchísimo, y se preguntaba si siempre sería así. Su vida como mujer parecía haber tocado a su fin, e incluso su papel de madre tenía los días contados. Chad ya no estaba, y Pip no tardaría en hacer su propia vida. No alcanzaba siquiera a imaginar cómo sería su vida entonces y detestaba pensar en ello. Sin lugar a dudas, estaría sola y, pese a los amigos como Andrea y ahora Matt, en cuanto Pip se fuera a la universidad y emprendiera su propia vida, la existencia de Ophélie carecería de propósito y utilidad algunos. La idea la llenaba de pánico y nostalgia de Ted. El único rumbo que se sentía capaz de enfilar en noches como aquella era el del pasado, hacia una vida que ya era historia, mientras que al mirar hacia adelante el terror se apoderaba de ella. Era en momentos como aquel, cuando escudriñaba en su fuero interno, que comprendía a la perfección los sentimientos de Chad. Tan solo su responsabilidad para con Pip la impulsaba a seguir adelante y le impedía hacer cualquier tontería. Pero en ocasiones, envuelta en las tinieblas de la noche, no podía negar que la tentación existía. Por mucho que supiera que estaba mal, que se debía a Pip, la muerte se le antojaba la más dulce de las liberaciones.
Capítulo 15
Tres días después de su agradable cena con Matt, Ophélie se enfrentó a un desafío que había temido durante bastante tiempo. Tras cuatro meses de apoyo, la terapia de grupo tocaba a su fin. Se consideraba una especie de «graduación» y se hablaba de «entrar de nuevo» en el mundo al ritmo de cada uno. La última sesión tenía cierto aire festivo, pero la perspectiva de perder a los compañeros de grupo, el apoyo y la intimidad compartida durante tanto tiempo provocó el llanto de casi todos aquel último día, incluida Ophélie.
Se abrazaron y prometieron mantenerse en contacto, intercambiaron direcciones y números de teléfono, y cada uno habló de sus planes. El señor Feigenbaum salía con una mujer de setenta y ocho años a la que había conocido en clase de bridge, y estaba entusiasmado. Varios de los demás también habían empezado a tener citas, otros planificaban viajes, una mujer había decidido vender su casa tras una larga agonía de indecisión, otra había accedido a irse a vivir con su hermana, y un hombre que a Ophélie no le caía demasiado bien se había reconciliado por fin con su hija después de la muerte de su esposa y una guerra familiar de casi treinta años. Casi todos ellos tenían aún mucho camino por recorrer y muchos ajustes que hacer en sus vidas.
El mayor logro de Ophélie, al menos a primera vista, era su trabajo de voluntaria en el centro Wexler. Su actitud había mejorado, el agujero negro en el que aún caía a veces, el que todos comentaban y temían, ya no era tan profundo, los períodos de desesperación se acortaban… No obstante, sabía bien, al igual que todos los demás, que su lucha por adaptarse a la pérdida sufrida no había terminado. Tan solo se sentían mejor que al principio, y en concreto Ophélie había adquirido herramientas más eficaces para afrontar sus problemas. Era lo mejor que podía esperar, y en algunos aspectos le parecía suficiente.
A pesar de ello, se sintió abrumada por la tristeza y de nuevo por el sentimiento de pérdida al despedirse de Blake, y al recoger a Pip en la escuela se pintaba en su rostro la expresión más afligida.
– ¿Qué pasa, mamá? -preguntó Pip, angustiada.
Había visto aquella expresión demasiadas veces y constantemente tenía miedo de que la autómata volviera para sustituir a su madre, como había sucedido durante casi un año. No quería que eso sucediera, porque se había sentido abandonada durante diez meses tras la muerte de su padre y su hermano.
– Nada -aseguró Ophélie, pues le daba vergüenza reconocer su tristeza-. Supongo que es una tontería, pero la terapia ha terminado hoy y voy a echarla de menos. Algunos de mis compañeros eran muy simpáticos y, aunque siempre me quejaba, creo que me ha ayudado.
– ¿No podrías volver? -preguntó Pip, aún preocupada.