Читаем Un Puerto Seguro полностью

En cuanto estuvo lista, Ophélie dejó subir a Mousse al asiento trasero del coche, y a los pocos minutos se dirigían al campo de polo de Golden Gate Park, donde se celebraba el encuentro. La bruma aún lo envolvía todo, pero daba la impresión de que sería un hermoso día. Pip puso la radio bastante fuerte. Mientras conducía, Ophélie se puso a pensar de nuevo en lo que había visto la noche anterior, en los pobres indigentes hacinados en campamentos improvisados y cajas de cartón, durmiendo sobre el hormigón con el único abrigo de unos pocos andrajos. A la luz del día, le parecía más increíble aún que la noche anterior, pero se alegraba de haber accedido a volver y formar parte del equipo, algo que la atraía sobremanera. No veía el momento de volver a salir, pensó sonriendo para sus adentros. Al apearse del coche junto al campo de polo, se sorprendió al ver a Matt. Pip profirió una exclamación de alegría y se le arrojó al cuello. Matt llevaba una gruesa chaqueta de piel de oveja, zapatillas deportivas y téjanos, atuendo que le confería un aspecto adecuadamente paternal.

– Eres un buen amigo -señaló Ophélie mientras Pip corría al terreno de juego-. Debes de haber salido al alba para llegar a tiempo -añadió con una sonrisa agradecida.

– Qué va, a las ocho. Tenía ganas de venir.

No le contó que antes del divorcio acudía a todos los partidos de Robert, y también a muchos en Auckland, donde su hijo había aprendido a jugar al rugby.

– Pip te esperaba; gracias por no decepcionarla -dijo Ophélie con sinceridad.

En honor a la verdad, Matt no había decepcionado a Pip ni una sola vez; era la única persona con la que ambas podían contar al cien por cien.

– No me lo habría perdido por nada del mundo. Antes era entrenador.

– No se lo digas o te fichará para el equipo.

Ambos se echaron a reír y permanecieron de pie durante largo rato, presenciando el partido. Pip estaba jugando bien y había marcado un gol cuando Andrea llegó con el pequeño en el cochecito, envuelto en un pequeño edredón de plumas para combatir el frío. Ophélie le presentó a Matt, y los tres charlaron durante un rato. Ophélie intentó hacer caso omiso de las vibraciones contenidas en las preguntas, opiniones y suposiciones que Andrea le transmitió al ver a Matt; procuró mostrarse tranquila en todo momento y, después de que el bebé llorara durante media hora porque tenía hambre, su amiga se marchó. Sin embargo, Ophélie estaba segura de que tendría noticias suyas más tarde y esquivó todas las miradas significativas que su amiga le lanzó antes de alejarse.

– Es la madrina de Pip y mi mejor amiga -explicó Ophélie.

– Pip me ha hablado de ella y del bebé. Si la descripción de Pip es correcta, me parece una mujer muy valiente.

Se refería, aunque con gran discreción, a la historia del banco de semen que Pip le había contado, y Ophélie lo captó de inmediato, agradeciendo la delicadeza con que tocaba el tema.

– Sí, fue una decisión muy valiente, pero creía que nunca tendría hijos por otros métodos, y está encantada con el bebé.

– Es muy mono -comentó Matt antes de volver a concentrarse en el partido.

Los dos se alegraron mucho cuando el equipo de la niña ganó el encuentro. Pip llegó corriendo con una amplia sonrisa mientras ambos la alababan.

Matt las invitó a comer, y fueron a un restaurante que eligió Pip. Disfrutaron de un almuerzo muy agradable, y a continuación Matt volvió a la playa. Quería seguir trabajando en el retrato, como le comentó a la niña en un susurro antes de irse. Pip y Ophélie regresaron a casa. El teléfono sonaba cuando abrió la puerta, y enseguida adivinó de quién se trataba.

– Vaya, vaya, así que ahora viene a los partidos de Pip -exclamó Andrea con intención mientras Ophélie sacudía la cabeza, exasperada-. Creo que me ocultas muchas cosas.

– Puede que esté enamorado de ella y algún día se convierta en mi yerno -bromeó Ophélie con una carcajada-. No te oculto nada.

– Pues en ese caso estás loca. Es el hombre más guapo que he visto en muchos años. Si es heterosexual, no lo dejes escapar, por el amor de Dios. ¿Crees que lo es?

– ¿El qué? -replicó Ophélie, sin acabar de entender a qué se refería.

A decir verdad, nunca se había detenido a pensarlo, y en cualquier caso le traía sin cuidado. Solo eran amigos.

– Heterosexual. ¿Crees que es gay?

– No lo creo, pero nunca se lo he preguntado. Estuvo casado y tiene dos hijos, por el amor de Dios. Pero, de todas formas, ¿qué más da?

– Podría haberse vuelto homosexual después -señaló Andrea con gran sentido práctico, aunque no lo creía-. Pero no lo parece. Lo que me parece es que estás loca si dejas escapar esta oportunidad. Los tipos como él van más buscados que los terroristas islámicos.

– Ni terroristas islámicos ni porras. No creo que esté más disponible que yo. Creo que quiere estar solo.

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