Читаем Un Puerto Seguro полностью

– Puede que esté deprimido. ¿Toma medicación? Podrías sugerírselo, a lo mejor eso rompe el hielo. Claro que entonces podrías tener que lidiar con los efectos secundarios. Algunos antidepresivos reducen la libido. Claro que siempre queda la Viagra -canturreó Andrea, optimista, mientras Ophélie resoplaba al otro extremo de la línea.

– Se lo sugeriré a la primera oportunidad; seguro que estará encantado. Mira, no le hace falta Viagra para cenar con nosotras, y no creo que esté deprimido, sino más bien herido.

Lo cual era muy distinto.

– Es lo mismo. ¿Cuánto tiempo hace que lo dejó su mujer? ¿Diez años? No es normal que siga solo ni que se interese tanto por Pip si no es un pederasta, cosa que dudo. Necesita una relación, como tú.

– Gracias, doctora, ya me encuentro mucho mejor. Pobre hombre, con lo bien que le iría todo si supiera que estás reorganizando su vida y la mía, además de recetarle Viagra.

– Alguien tiene que hacerlo; a todas luces es incapaz de organizarse solo, y tú tres cuartas partes de lo mismo. No puedes seguir así toda la vida. Además, Pip se marchará dentro de unos años.

– Ya he pensado en ello y me pone de los nervios, gracias, pero tendré que hacerme a la idea. Por suerte, aún me queda tiempo.

No obstante, era una de las cosas que más la atemorizaba en aquellos momentos; no concebía la perspectiva de vivir sola, sin Pip, en cuanto la niña creciera. La sola idea la deprimía sobremanera, la dejaba sin aliento. Pero en cualquier caso, Matthew Bowles no era la solución a sus problemas. Tendría que habituarse a estar sola y disfrutar de Pip cuanto pudiera mientras siguiera en casa. Ophélie no buscaba a nadie para llenar el vacío que Chad y Ted habían dejado en su vida ni el que dejaría Pip cuando se fuera de casa. Tendría que llenarlo a base de trabajo, amigos y cualquier otra cosa que pudiera encontrar, como su voluntariado con los indigentes.

– Matt no es la respuesta -aseguró a Andrea.

– ¿Por qué no? A mí me parece estupendo.

Le parecía más que estupendo, a decir verdad.

– Pues lígatelo tú y dale tú la Viagra. Estoy seguro de que te lo agradecerá mucho -rió Ophélie.

Andrea era un caso, pero eso no constituía ninguna novedad. Era una de las cosas que le gustaban de ella, además del hecho de que fueran tan distintas.

– Puede que lo haga. ¿Cuándo es el próximo partido?

– Eres la pera. ¿Por qué no te limitas a ir a Safe Harbour y derribas su puerta con un hacha? Puede que le impresione tu decisión inamovible de salvarlo de sí mismo.

– Me parece una idea genial -exclamó Andrea sin inmutarse.

Siguieron charlando unos minutos, pero Ophélie no le habló de la excepcional noche que había vivido en las calles. Más tarde, ella y Pip fueron al cine y volvieron a casa para cenar. A las diez, ambas dormían a pierna suelta en la cama de Ophélie.

A esa hora, en Safe Harbour, Matt continuaba trabajando en el retrato de Pip. Esa noche se debatía con la boca mientras pensaba en el aspecto de la niña al terminar el partido. En su rostro se dibujaba la más irresistible de las sonrisas. Le encantaba contemplarla, pintarla, estar con ella. También disfrutaba de la compañía de Ophélie, pero probablemente no tanto como con la de Pip. Era un ángel, un duendecillo, un alma joven de anciana sabiduría en un cuerpo de niña. Quedó muy satisfecho con los progresos que hizo en el retrato antes de acostarse. A la mañana siguiente, cuando Pip lo llamó, aún dormía. La niña se disculpó en cuanto comprendió que lo había despertado.

– Siento haberte despertado, Matt. Creía que ya te habrías levantado.

Eran las nueve y media, bastante tarde a su juicio, pero Matt no se había acostado hasta casi las dos.

– No pasa nada, es que anoche estuve trabajando en nuestro proyecto. Creo que casi está listo -anunció en tono complacido.

– A mi madre le encantará -auguró Pip, también contenta-. Podríamos ir a cenar una noche y me lo enseñas. Mamá va a trabajar dos noches por semana.

– ¿Haciendo qué? -preguntó Matt, sorprendido.

Ni siquiera sabía que tuviera un empleo aparte del voluntariado que tenía intención de empezar en el centro Wexler. Aquello parecía más serio, más oficial.

– Va a trabajar en una furgoneta, atendiendo a indigentes en la calle, los martes y los jueves. Pasará casi toda la noche fuera, y Alice se quedará a dormir porque será demasiado tarde para que vuelva a casa cuando llegue mi madre.

– Parece muy interesante -comentó Matt. Y también muy peligroso, añadió mentalmente, aunque no quería asustarla-. Me encantaría ir a cenar un día, pero creo que deberíamos quedar una noche que tu madre pueda acompañarnos, porque si no podría sentirse excluida.

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