Читаем Un Puerto Seguro полностью

– Y que lo digas… Y no lo olvides. Buen trabajo, Opie, nos vemos el martes por la noche.

La saludó con la mano y se fue. Mille subió a un coche aparcado junto al garaje, y Bob la acompañó hasta el suyo, donde Ophélie volvió a darle las gracias.

– Puedes dejarlo cuando quieras -le recordó él con gentileza-. Esto no es ningún pacto de sangre.

Sus palabras tranquilizaron un poco a Ophélie. Acababa de contraer un compromiso muy serio y no alcanzaba a imaginar siquiera qué diría la gente si se lo explicaba. No sabía si lo haría, al menos de momento.

– Gracias por la salida.

– Cualquier cosa que hagas y durante el tiempo que la hagas será bienvenida. Todos seguimos mientras podemos, y cuando ya no lo soportamos más, tampoco pasa nada. Cuídate, Opie -se despidió cuando Ophélie subió al coche-. Hasta la semana que viene.

– Buenas noches, Bob -repuso ella en voz baja, empezando a notar por fin el cansancio.

El subidón de la noche empezaba a disiparse, y se preguntó cómo estaría a la mañana siguiente.

– Gracias de nuevo…

Bob la saludó con la mano, bajó la cabeza y se dirigió hacia su furgoneta. Fue entonces cuando Ophélie comprendió con una oleada de euforia que ahora formaba un equipo con ellos. Era una vaquera, como ellos.

¡Uuau!

<p>Capítulo 17</p>

Aquella noche, al volver a casa, Ophélie miró en derredor como si lo viera todo por primera vez. El lujo, las comodidades, los colores, la calidez, el frigorífico repleto de comida, la bañera, el agua caliente en que se sumergió… De repente, todo se le antojaba infinitamente precioso mientras se relajaba en la bañera durante casi una hora, pensando en lo que había visto y hecho, en el compromiso que acababa de contraer. Nunca se había sentido tan afortunada ni segura de sí misma. Al enfrentarse a lo que más temía, su propia mortalidad en las calles, ya no le parecían tan amenazadores otros peligros, como los fantasmas que poblaban su mente, el sentimiento de culpabilidad por haber instado a Chad a acompañar a Ted o el dolor en apariencia sin fondo. Si era capaz de afrontar los peligros de la calle y sobrevivir a ellos, lo demás parecía mucho más fácil. Al acostarse junto a Pip, que había decidido dormir en la cama de su madre aquella noche, se dijo que jamás había experimentado tal gratitud por tener a su hija y la vida que compartían. Se durmió abrazada a ella, dando gracias en silencio, y despertó sobresaltada cuando sonó el despertador. Por un instante no recordó dónde estaba. Había soñado con las calles y las personas que había visto en ellas; sabía que recordaría aquellos rostros el resto de sus días.

– ¿Qué hora es? -farfulló al tiempo que apagaba el despertador y dejaba caer la cabeza de nuevo sobre la almohada.

– Las ocho. Tengo partido a las nueve, mamá.

– Ah… vale…

Aquello le recordó que aún tenía una vida, una vida con Pip, y que tal vez lo que había hecho la noche anterior era más que una pequeña locura. ¿Qué sería de Pip si a ella le sucedía algo? Sin embargo, aquella perspectiva ya no parecía tan probable. El equipo parecía muy eficiente y, en la medida de lo posible, no corrían riesgos evidentes aparte de los riesgos inherentes a la calle. Pese a ello, daba bastante miedo; Pip era responsabilidad suya, lo tenía muy claro.

Seguía pensando en ello cuando se levantó, se vistió y bajó para prepararle el desayuno a Pip.

– ¿Qué tal anoche, mamá? ¿Qué hiciste?

– Pues fue muy interesante. Trabajé con el equipo de asistencia en la calle -explicó antes de dar a Pip una versión edulcorada de sus actividades.

– ¿Es peligroso? -quiso saber Pip, preocupada, mientras se terminaba el zumo y atacaba los huevos revueltos.

– Hasta cierto punto -reconoció Ophélie, reacia a mentir-, pero los del equipo tienen mucho cuidado y saben lo que se hacen. Anoche no vi a ninguna persona peligrosa, pero por supuesto en las calles pasan cosas -advirtió, incapaz de ocultar la verdad.

– ¿Volverás a hacerlo? -preguntó Pip con la misma expresión.

– Me gustaría. ¿A ti qué te parece?

– ¿Te gusta? -inquirió la niña con sensatez.

– Me encanta. Esas personas necesitan mucha ayuda.

– Pues entonces adelante, mamá, pero ten cuidado. No quiero que te pase nada.

– Yo tampoco. Puede que los acompañe un par de veces más, a ver qué tal. Si me parece demasiado peligroso, lo dejaré.

– Muy bien. Por cierto -añadió por encima del hombro mientras subía la escalera en busca de sus zapatillas deportivas-, le dije a Matt que podía venir al partido si quería. Me dijo que quería.

– Es muy temprano, puede que no llegue a tiempo -advirtió Ophélie; no quería que Pip sufriera una decepción e ignoraba si Matt lo había dicho en serio-. También le dije a Andrea que podía venir. Tendrás todo un equipo de animadores.

– Espero jugar bien -suspiró la niña mientras se ponía la sudadera.

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