Como de costumbre, Ophélie le dio la versión abreviada y luego subió a hacer una llamada desde su dormitorio. La mujer que limpiaba la casa varias veces por semana dijo que podía cuidar de Pip aquella noche, y Ophélie le pidió que fuera a las cinco y media. No sabía cómo reaccionaría Pip y no quería desilusionarla, pero Pip prefería ir al cine el sábado, porque al día siguiente tenía partido y no quería estar demasiado cansada. Ophélie le explicó que el centro organizaba una actividad en la que le apetecía participar, y la niña respondió que le parecía estupendo. Se alegraba de que su madre hiciera algo que le gustaba; era infinitamente mejor que quedarse encerrada en su habitación el día entero o pasar las noches en vela deambulando por la casa con expresión angustiada, como el año anterior.
Tal como había prometido, Alice, la señora de la limpieza, se presentó a las cinco y media en punto, y cuando Ophélie salió Pip estaba mirando la tele. Ophélie llevaba téjanos, un jersey grueso, un anorak de esquí que había encontrado en el fondo de su armario y botas de senderismo que no se había puesto en varios años. Asimismo, cogió una gorra de punto y un par de guantes por si hacía mucho frío, tal como le había advertido Jeff. Las noches de San Francisco eran frías en cualquier época del año, a veces sobre todo en verano, y el tiempo había refrescado en las últimas semanas. Sabía que el equipo llevaba rosquillas, bocadillos y termos de café, y que a veces paraban en McDonald's a media noche para repostar. Estaba preparada para cualquier eventualidad, pero cuando aparcó cerca del centro, advirtió que el corazón le latía desbocado. Cuando menos, la noche sería interesante, quizá la más interesante de su vida, y sabía que si Matt, Andrea o Pip estuvieran al corriente habrían intentado disuadirla o se habrían muerto de miedo por ella. También Ophélie estaba asustada, a decir verdad.
Al entrar en el garaje situado detrás del centro vio a Jeff, Bob y Millie cargando las furgonetas. Ponían cajas y bolsas de lona en la caja de una de ellas, mientras que en la otra iban los sacos de dormir y la ropa donada. Jeff sonrió complacido al verla.
– Vaya, vaya, vaya… Hola, Opie, bienvenida al mundo real.
Ophélie no sabía si se trataba de un cumplido o de una mofa, pero, en cualquier caso, el joven parecía contento de verla, y también Millie le sonrió.
– Me alegro de que hayas podido venir -la saludó en voz baja antes de seguir cargando.
Tardaron media hora más en acabar de cargar, ayudados por Ophélie. Resultaba muy cansado, y eso que el trabajo auténtico aún no había empezado. En cuanto terminaron, Jeff le dijo que fuera con Bob en la segunda furgoneta.
El alto y callado asiático le indicó el asiento del acompañante, porque había desmontado todos los demás para dar cabida a los suministros.
– ¿Estás segura de que quieres hacer esto? -le preguntó con calma mientras arrancaba.
Conocía a Jeff y su modo de persuadir a la gente, y admiraba a Ophélie por acompañarlos; desde luego, tenía redaños. No tenía por qué unirse al equipo, no tenía nada que demostrar a nadie. Parecía proceder de una vida distinta, pero la respetaba por presentarse, por estar dispuesta a exponerse e incluso a arriesgar la vida.
– No tienes ninguna obligación, ¿sabes? Nos llaman los vaqueros del centro y estamos un poco locos. Nadie te considerará cobarde si te rajas.
Le estaba brindando la oportunidad de dejarlo correr antes de que fuera demasiado tarde; le parecía justo, porque Ophélie no sabía lo que le depararía la noche.
– Jeff sí me considerará cobarde -puntualizó ella con una sonrisa.
– Puede -convino Bob con una carcajada-, pero ¿qué más da? A quién coño le importa. ¿Qué, Opie, te vienes o te quedas? Decidas lo que decidas, no pasa nada.
Ophélie meditó unos instantes y miró a Bob de hito en hito. Por fin respiró hondo, a punto de dar marcha atrás, y al mirarlo de nuevo se dio cuenta de que se sentía a salvo con él. No lo conocía de nada, pero presentía que podía confiar en él, y estaba en lo cierto. En aquel momento sonó el claxon de la otra furgoneta. Jeff empezaba a impacientarse y no entendía a qué se debía la demora.
– ¿Vienes o te quedas? -insistió Bob.
Ophélie espiró despacio sin apartar la vista de él.
– Voy -brotó de sus labios.
– ¡Genial! -exclamó Bob con una sonrisa de oreja a oreja. Pisó el acelerador, y las dos furgonetas cargadas hasta los topes salieron del garaje. Eran las siete de la tarde.
Capítulo 16