Читаем Un Puerto Seguro полностью

– Te lo prometo, Matt. Sé que puede ser peligroso -aseguró con calma en un intento de tranquilizarlo-, pero muchas otras cosas también lo son, como navegar, por ejemplo, si te paras a pensarlo. Puedes tener un accidente cuando sales solo. De verdad que me siento muy cómoda haciendo esto. Las personas con las que trabajo son excelentes; ya ni siquiera percibo los riesgos.

Era casi cierto. Estaba tan ocupada entrando y saliendo de la furgoneta con Bob y los demás que apenas pensaba en los potenciales peligros que encerraban las largas noches. Sin embargo, se dio cuenta de que sus palabras no convencían a Matt. Estaba frenético.

– Estás loca -masculló con el ceño fruncido-. Si estuvieras emparentada conmigo, te ingresaría en algún sitio o te encerraría en tu habitación. Pero no lo estás, por desgracia. ¿Y de qué va esa gente? ¿Cómo pueden permitir que una mujer sin entrenamiento específico salga a la calle con ellos? ¿Acaso no tienen ningún sentido de la responsabilidad para con las personas cuyas vidas arriesgan? -casi gritó mientras caminaban.

Pip saltaba ante ellos, encantada de volver a estar en la playa, al igual que Mousse, que correteaba y perseguía pájaros y se lanzaba a la carrera con palos entre los dientes. Pero, por una vez, Matt no prestaba atención alguna a la niña ni al perro.

– Están tan locos como tú, por el amor de Dios -exclamó, furioso con la gente del centro.

– Matt, soy adulta y tengo derecho a tomar mis propias decisiones, incluso a correr riesgos. Si llego a la conclusión de que es demasiado peligroso, lo dejaré.

– Para entonces ya estarás muerta. ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? Para cuando llegues a la conclusión de que es demasiado peligroso, será demasiado tarde. No puedo creer que seas tan ingenua.

Por lo que a él respectaba, Ophélie había perdido el juicio. Reconocía que su actitud era admirable, pero aun así le parecía una locura, sobre todo por Pip y en vista de sus responsabilidades hacia ella.

– Si me sucede algo -intentó bromear Ophélie para relajar el ambiente-, tendrás que casarte con Andrea y cuidar con ella de Pip. También sería genial para el bebé.

– No me parece gracioso -espetó Matt en tono casi tan severo como Ted.

Era impropio de Matt, siempre tan relajado y amable. Pero estaba muy preocupado por ella y se sentía impotente para hacerla cambiar de opinión.

– No pienso desistir -advirtió cuando regresaban a su casa-. Pienso perseguirte hasta que abandones esta locura. Puedes seguir trabajando en el centro y hacer lo que quieras durante el día, pero el programa de asistencia es para vaqueros y chalados, para personas que no tienen a nadie a su cargo.

– Mi compañero de furgoneta es un viudo con tres hijos -explicó Ophélie en voz baja, asida del brazo de Matt mientras caminaban.

– Pues también debe de tener ganas de morir. Puede que, si mi mujer hubiera muerto y tuviera tres hijos pequeños que criar, también a mí me entraran ganas de morirme. Lo único que sé es que no puedo permitir que sigas haciendo esto. Si buscas mi aprobación, ya puedes ir quitándotelo de la cabeza; no te la doy. Y si lo que pretendes es matarme de un disgusto, vas por buen camino. Me moriré de preocupación por ti y por Pip cada vez que sepa que estás en la calle.

Estuvo a punto de añadir que también se preocuparía por sí mismo, pero decidió callar.

– Pip no debería habértelo dicho -señaló Ophélie sin perder la calma.

Matt sacudió la cabeza, exasperado.

– Pues me alegro mucho de que me lo haya dicho, porque de lo contrario no me habría enterado nunca. Alguien tiene que hacerte recuperar la cordura, Ophélie. Prométeme que recapacitarás.

– Te lo prometo, pero también te juro que no es tan horrible como parece. Si me siento incómoda, lo dejaré, pero la verdad es que cada vez me siento más cómoda. Los del equipo son muy responsables.

Pero lo que no le contó fue que el grupo era reducido, que a menudo se separaban y que, si alguien disparaba contra uno de ellos o se abalanzaba sobre alguien con un cuchillo o una pistola, era muy improbable que los demás pudieran acudir con suficiente rapidez para salvarlo, sobre todo porque no iban armados. Sencillamente, había que ser inteligente, rápido y mantener los ojos bien abiertos, lo que todos ellos hacían. Pero, por encima de todo, lo más importante era confiar en su propio instinto, en la bondad de los indigentes a los que atendían y en la gracia de Dios. A ninguno de ellos le cabía la menor duda de que podía suceder algo malo en cualquier momento, y Matt era más que consciente de ello.

– Esta conversación no acaba aquí, Ophélie, te lo aseguro -la amenazó cuando se acercaban a la casa.

– No ha sido algo premeditado, Matt -aseguró Ophélie a modo de explicación-. Una noche me llevaron con ellos, y fue amor a primera vista. Quizá un día deberías acompañarnos y verlo por ti mismo -lo invitó.

– No soy tan valiente como tú -replicó él con expresión horrorizada-, ni estoy tan loco. Me moriría de miedo.

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