— Olvídate, el muerto me robó mi técnica de narrar cuentos. Surgía una voz grave, en medio de un agudo, y entonces respondía un pito lejano, con una flauta torpe que no sabía lo que hacía. El muerto no estaba muerto, pero se iba a morir, y yo no quería acusarlo de plagio.
— Y qué le dijiste.
— Nada, lo dejé pasar. Después de todo, se iba a morir. Y yo iba a seguir escribiendo. Aquí tachaste algo.
— Porque ya te lo dije. Una cosa es publicar mi libro como libro. Y otra este fragmento.
–¿Qué decía aquí?
—
En eso sonó una campana, y se levantaron los estudiantes. Yo no me atreví a levantarme. Y te hice una señal para que vieras si mi camisón estaba manchado de sangre porque el Kotex se me había trepado por el culo.
Pero yo sabía que se me notaba. En eso sonó otra campana, y volvimos a sentarnos. Entonces un niño de unos tres años con cara traviesa, se me trepó en la falda, agarrando mis senos, dándome de nuevo tres años, tres años, tres traviesos y ojerosos años. Y no me dejaba ver nada porque no había nada que no tropezara con su carita de asombro, y mis tetas, guanábanas, las estaba exprimiendo, pero lo que hacía era quitármelo todo, todo lo que sabía estaba contenido en las manos que exprimían mis tetas y el niño me miraba sonriéndose, era obsesionante, como uno de esos muñecos de ventrílocuo, y me hizo penetrar en su mundo. Yo estaba subiendo una montaña, y habían unos pedregones y unos peñascos, y yo estaba siguiendo al niño descalzo hasta arriba en un camino recto. Desde abajo, su madre le gritó que ya era tiempo de descansar. Al oír su voz me di cuenta de que era Lourdes, la esposa de Eduardo, mi primo.
Me miró como me miró Dulcinea cuando la había dejado abandonada en la cocina sin comida. Habían pasado tres semanas. Y tú te habías olvidado de que existía. The truth is I didn’t dare to face her for fear she might be dead. And one day, I said: ¿Y Dulcinea? Fuimos a la cocina los dos a ver si estaba muerta. Y vimos que ya no era un scottish terrier. Her coat was orange and knotted, and her tail was long and hairy like a collie. How could it be that she was still alive and fat with so much hair around her eyes that she hardly saw what was going on around her, but she recognized me, and she looked me square in the eye, letting me know she was so lonely, so hungry, she had been eating books, eating empires of pain.
Yo seguí al niño bajando la montaña, me tiré de prisa para saludar a Lourdes.
Y abrió las piernas. Y cuando las abrió, el niño metió la cabeza en su útero.
El niño sacó la cabeza y me dijo: