Sam Gulethu, nacido el 10/12/1966 en el bantustán de KwaZulu. Su madre, sin profesión, fallece en 1981, y su padre, dos años antes, en las minas. Deja su aldea natal cuando es aún un adolescente antes de vagar sin rumbo en busca de un pass para trabajar en la ciudad. Acusado de asesinar a una adolescente en 1984, cumple una primera pena de seis años en la cárcel de Durban. Entra en las filas de los vigilantes del Inkatha en 1986, en la época del estado de emergencia [41]
, hasta el final del régimen segregacionista. Sospechoso de varios asesinatos de opositores durante el período de agitación que precedió a las elecciones democráticas, Gulethu es amnistiado en 1994. Se vuelve a encontrar su rastro en 1997, cuando es condenado a seis meses de prisión por tráfico de estupefacientes, y después a dos años por robos con violencia, penas que cumple en la cárcel de Durban. Se traslada a la provincia del Cabo, donde pasa a formar parte de distintas bandas del township de Marenberg. Tráfico de marihuana, atracos en autobuses y trenes. Es condenado de nuevo en 2002, esta vez a seis años de prisión por agresión, secuestro y torturas, pena que cumple en la cárcel de Poulsmoor. Sale en libertad el 14/09/2006. No acude a ninguna de las citas concertadas con los servicios sociales de Marenberg, ciudad en la que se suponía que debía elegir domicilio. No se le conocen actividades de sangoma. Probablemente habrá vuelto a integrarse en alguna de las bandas del township. Signos característicos: marcas de viruela en el rostro, ausencia de un incisivo en la mandíbula inferior, araña tatuada en el antebrazo derecho…Neuman miraba fijamente la pantalla del ordenador de Janet Helms, a cuyo despacho en la comisaría central había acudido de inmediato. Marenberg: el township donde vivía Maia, el tatuaje, Poulsmoor… los datos se solapaban. Pese a algunas zonas oscuras, la pista de Gulethu parecía la buena. Los vigilantes que habían mantenido el orden en los bantustán a golpe de porra se habían quedado en su mayoría en los townships: mal vistos, sin trabajo, acababan cayendo en las redes de las bandas armadas y las mafias que se habían implantado allí. Gulethu había podido formar una nueva banda tras salir de prisión, con todo el que hubiera pillado en la calle -antiguos miembros de milicias, niños soldado, putas, yonquis…-; Gulethu y Sonny Ramphele habían estado internados en la misma cárcel de Poulsmoor, el zulú debía de estar al corriente del tráfico de drogas en la costa; había montado un negocio con el hermano de Sonny para dar salida a su mercancía entre la clientela blanca, más lucrativa que los muertos de hambre del township. Stan le habría comentado algo en algún momento sobre su tatuaje y sobre su fobia a las arañas… El joven xhosa habría podido servirle de gancho para atraer a Nicole Wiese, a cambio de dinero, sin saber éste que la iba a matar. Una vez que Stan se había «suicidado», ¿quién había entregado a Kate Montgomery al zulú?
Neuman no podía apartar los ojos de la foto antropométrica que aparecía en la pantalla. Gulethu no era feo: era espantoso.
10
Hout Bay era el puerto pesquero más importante de la península. Los primeros barcos volvían de alta mar, con una nube de gaviotas detrás. Epkeen saludó a la colonia de leones marinos que vivía en la bahía, pasó por delante del pintoresco Mariner's Wharf y de las marisquerías que bordeaban la playa y aparcó el Mercedes delante de los puestos del mercado.
Mujeres muy engalanadas colocaban sus juguetes de madera antes de la llegada de los turistas. La agencia ATD estaba un poco más lejos, al final de los muelles. Una de las agencias de seguridad más importantes del país. Nombre del responsable de Hout Bay: Frank Debeer.
Epkeen dejó atrás los almacenes de refrigeración donde obreros negros esperaban el botín del día, y se dirigió a la agencia, un edificio con columnas aislado de la actividad del puerto. No había nadie en la entrada, tan sólo un Ford con los colores de la empresa asándose en el patio. Fue hasta el hangar vecino y empujó la pesada puerta corredera: otro Ford abigarrado acechaba en la penumbra, ocultando apenas las líneas oscuras de un 4x4 Pinzgauer.
Había un nido de golondrinas bajo las viguetas metálicas. Epkeen se acercó al vehículo y comprobó la puerta: cerrada. Se inclinó sobre las lunas tintadas: era imposible ver el interior del habitáculo. La carrocería estaba como nueva, sin rastro de pintura fresca… Estaba inspeccionando las escasas marcas de tierra en los neumáticos cuando resonó una voz a su espalda:
– ¿Busca algo?
Un blanco gordo con un pantalón de faena azul se acercaba desde el patio: Debeer, un afrikáner de mediana edad con gafas de sol de cristales de espejo y una enorme barriga cervecera. Epkeen enseñó su placa a las golondrinas.
– ¿Es usted Debeer?
– Sí, ¿por qué?
– ¿Es suyo este juguete? -preguntó, señalando el coche.
El tipo se colocó los pulgares bajo la tripa, en las trabillas del cinturón.
– Es de la agencia. ¿Por qué?
– ¿Lo utilizan a menudo?