La chica teñida de rubio se llamaba Rosa Méndez y según Chucho Flores había sido su novia. También fue novia de Charly Cruz y ahora salía con el propietario de una sala de bailes.
– Rosita es así -dijo Charly Cruz-, está en su naturaleza.
– ¿Qué es lo que está en tu naturaleza? -le preguntó Fate.
En un inglés no muy bueno la chica le respondió que ser alegre. La vida es corta, dijo, y luego se quedó callada mirando alternativamente a Fate y a Chucho Flores, como si reflexionara en lo que acababa de afirmar.
– Rosita también es un poco filósofa -dijo Charly Cruz.
Fate asintió con la cabeza. Otras dos chicas se acercaron a ellos. Eran aún más jóvenes y sólo conocían a Chucho Flores y al barman. Fate calculó que ninguna de las dos debía de tener más de dieciocho años. Charly Cruz le preguntó si le gustaba Spike Lee. Sí, dijo Fate, aunque en realidad no le gustaba.
– Parece mexicano -dijo Charly Cruz.
– Puede ser -dijo Fate-, es un punto de vista interesante.
– ¿Y Woody Allen?
– Me gusta -dijo Fate.
– Ése también parece mexicano, pero mexicano del DF o de Cuernavaca -dijo Charly Cruz.
– Mexicano de Cancún -dijo Chucho Flores.
Fate se rió sin entender nada. Pensó que le estaban tomando el pelo.
– ¿Y Robert Rodríguez? -dijo Charly Cruz.
– Me gusta -dijo Fate.
– Ese pendejo es de los nuestros -dijo Chucho Flores.
– Yo tengo una película en vídeo de Robert Rodríguez -dijo Charly Cruz- que muy pocas personas han visto.
–
– No, ésa la ha visto todo el mundo. Una anterior, cuando Robert Rodríguez no era nadie. Un puto chicano muerto de hambre. Un trovo que le entraba a cualquier chamba -dijo Charly Cruz.
– Vamos a sentarnos y nos cuentas esa historia -dijo Chucho Flores.
– Buena idea -dijo Charly Cruz-, ya me estaba cansando de estar tanto rato de pie.
La historia era sencilla e inverosímil. Dos años antes de rodar
Una mañana, una de esas raras mañanas en que el futuro director de cine estaba medio sobrio, le contó que unos amigos querían hacer una película y le preguntó si él se veía capaz de hacerla. Robert Rodríguez, como ustedes se imaginarán, dijo okey maguey y el Perno se ocupó de los asuntos prácticos.
El rodaje duró tres días, según creo, y Robert Rodríguez siempre estaba borracho y drogado cuando se ponía detrás de la cámara. Por supuesto, en los títulos de crédito no aparece su nombre. El director se llama Johnny Mamerson, lo que evidentemente es una broma, pero si uno conoce el cine de Robert Rodríguez, su manera de hacer un encuadre, sus planos y contraplanos, su sentido de la velocidad, no cabe duda, se trata de él. Lo único que falta es su manera personal de montar una película, por lo que queda claro que en esta película el montaje lo realizó otra persona. Pero el director es él, de eso estoy seguro.
A Fate no le interesaba Robert Rodríguez ni la historia de su primera película, o de su última película, lo mismo le daba, y además empezó a tener ganas de cenar o comer un sándwich y luego meterse en la cama de su motel y dormir, pero igual tuvo que oír retazos del argumento, una historia de putas sabias o tal vez sólo de putas buenas, entre las que sobresalía una tal Justina, la cual, por motivos que se le escapaban pero que no resultaba complicado adivinar, conocía a unos vampiros del DF que vagaban por la noche disfrazados de policías. Al resto de la historia no le prestó atención. Mientras besaba en la boca a la chica de pelo negro que había llegado con Rosita Méndez oyó algo sobre pirámides, vampiros aztecas, un libro escrito con sangre, la idea precursora de