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Ninguno de los hospitales que visitó, por otra parte, tenía registrada a una norteamericana. En el último una enfermera le sugirió que fuera a la clínica América, una institución médica privada, pero ella contestó con una exclamación sardónica. Somos trabajadoras, cariño, dijo en inglés. Igual que yo, dijo la enfermera en el mismo idioma. Durante un rato ambas estuvieron hablando y luego la enfermera la invitó a tomar un café en el restaurante del hospital, en donde le informó de que en Santa Teresa desaparecían muchas mujeres. Lo mismo ocurre en mi país, dijo Erica. La enfermera la miró a los ojos y movió la cabeza. Aquí es peor, dijo. Al despedirse se dieron sus números de teléfono y Erica prometió que la tendría al corriente de las novedades que se produjeran. Comió en la terraza de un restaurante del centro y en dos ocasiones creyó ver que Lucy Anne caminaba por la acera, en una acercándose hacia ella y en la otra alejándose de ella, pero en ninguna de las dos se trataba de la Lucy Anne real. Casi no se fijó en lo que pedía y señaló un par de platos no demasiado caros al azar. Ambos estaban condimentados con mucho picante y al cabo de un rato se puso a lagrimear, pero no por ello dejó de comer. Luego condujo su coche hasta la plaza en donde había desaparecido Lucy Anne, aparcó a la sombra de un gran roble y se puso a dormir con ambas manos cogidas al volante. Cuando despertó se dirigió al consulado y el tipo llamado Kurt A. Banks le presentó a otro tipo que dijo llamarse Henderson, el cual le informó de que aún era demasiado pronto para que hubiera progresos en lo relativo a la desaparición de su amiga. Ella preguntó cuándo no sería demasiado pronto. Henderson la miró impávido y dijo:

tres días más. Y agregó: por lo menos. Cuando ya se iba Kurt A. Banks le dijo que había llamado el sheriff de Huntville preguntando por ella e interesándose por la desaparición de Lucy Anne Sander. Le dio las gracias y se marchó. Ya en la calle buscó un teléfono público y llamó a Huntville. Le contestó Rory Campuzano, quien le dijo que el sheriff había intentado ponerse en contacto con ella en tres ocasiones. Ahora ha salido, dijo Rory, pero cuando vuelva le diré que te llame. No, dijo Erica, aún no tengo un sitio fijo, llamaré yo dentro de un rato. Antes de que cayera la noche visitó varios hoteles. Los que parecían buenos eran demasiado caros y al final se alojó en una pensión de la colonia Rubén Darío, en una habitación sin baño ni televisor.

La ducha estaba en el pasillo y tenía un pequeño pestillo para cerrar la puerta por dentro. Se desnudó, pero sin quitarse los zapatos por miedo a contraer hongos, y permaneció largo rato bajo el agua. Al cabo de media hora, sin quitarse la toalla con la que se había secado, se dejó caer en la cama y se olvidó de llamar al sheriff de Huntville y al consulado y se quedó profundamente dormida hasta el día siguiente.

Ese día encontraron a Lucy Anne Sander no muy lejos de la reja fronteriza, a pocos metros de unos depósitos de petróleo que se extienden un trecho paralelos a la carretera a Nogales. El cadáver presentaba heridas de cuchillo, la mayoría muy profundas, en la región del cuello, tórax y abdomen. Fue encontrada por unos trabajadores que dieron parte de inmediato a la policía.

En el examen forense se estableció que había sido violada repetidas veces, encontrándose abundantes pruebas de semen en su vagina. La muerte se la produjo una de las heridas de cuchillo, aunque por lo menos cinco eran de carácter mortal. La noticia le fue comunicada a Erica Delmore cuando ésta telefoneó al consulado norteamericano. Kurt A. Banks le dijo que se presentara de inmediato, que tenía algo triste que comunicarle, pero ante la insistencia de Erica y sus gritos que subían de volumen no le quedó más remedio que decirle sin más preámbulos la pura y triste verdad. Antes de dirigirse al consulado Erica llamó al sheriff de Huntville y esta vez sí que pudo hablar con él. Le dijo que Lucy Anne había sido asesinada en Santa Teresa.

¿Quieres que te vaya a buscar?, dijo el sheriff. Me gustaría, pero si no puedes no lo hagas, tengo mi coche, dijo Erica. Iré a buscarte, dijo el sheriff. Después llamó a la enfermera de la que se había hecho amiga y le contó la última y al parecer definitiva novedad. Seguramente querrán que identifiques el cadáver, dijo la enfermera. La morgue estaba en uno de los hospitales que había visitado el día anterior. Iba con Henderson, que era más amable que Kurt A. Banks, pero en realidad hubiera preferido ir sola. Mientras esperaban en un pasillo del sótano vio aparecer a la enfermera. Se abrazaron y se besaron en las mejillas.

Luego le presentó la enfermera a Henderson, que la saludó distraídamente, pero que quiso saber desde cuándo se conocían.

La enfermera le dijo que desde hacía veinticuatro horas. O menos de veinticuatro horas. Es verdad, pensó Erica, sólo un día pero ya la siento como si la conociera desde hace mucho tiempo.

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