Después hablaron de Enrique, de
– También cabía la posibilidad -dijo la correctora- de que este Enrique hubiera inventado un artefacto que le permitiera leer sin sostener el libro con las manos.
– ¿Pero de qué manera -preguntó la baronesa- pasaba las páginas?
– Muy simple -dijo el suizo-, con una pajita o varilla metálica que se maneja con la boca y que, por supuesto, forma parte del artefacto de lectura, el cual seguramente tiene la forma de una bandeja-mochila. También hay que tener en cuenta que Enrique, que es inventor, es decir, que pertenece a la categoría de los hombres objetivos, está leyendo la novela
– La frase, de todas maneras -dijo la jefa de prensa-, nos indica que a Enrique
– ¿Y eso cómo lo deduces? -quiso saber la correctora.
– Por la forma en que nos lo presenta Rosny. Las manos cruzadas a la espalda: preocupación, concentración. Lee de pie y sin dejar de caminar: resistencia ante un hecho consumado, nerviosismo.
– Pero el acto de haber usado la máquina de lectura -dijo la diseñadora gráfica- lo salva.
Después hablaron del texto de Daudet, el cual, según Bubis, no era un ejemplo de lapsus cálami sino del humor del escritor, y de
– ¿No tiene nada que ver ese Feuillet con la palabra francesa feuilleton? -preguntó la anciana Marianne Gottlieb-. Creo recordar que ese término indicaba tanto el suplemento literario del periódico en cuestión como la novela por entregas publicada en el mismo.
– Probablemente son la misma cosa -dijo enigmáticamente el suizo.
– La palabra folletín, ciertamente, viene del nombre de Feuillet, el delfín de las novelas por entregas -lanzó un farol Bubis, que no estaba del todo seguro.
– Aunque a mí la frase que me gusta más es la de Auback -opinó la correctora.
– Ése seguro que es alemán -dijo la secretaria.
– Sí, la frase es buena: «con un ojo leía, con el otro escribía»
no desentonaría en una biografía de Goethe -dijo el suizo.
– Con Goethe no te metas -dijo la jefa de prensa.
– Ese Auback también podría ser francés -dijo la correctora, que había vivido una larga temporada en Francia.
– O suizo -dijo la baronesa.
– ¿Y qué os parece «Tenía la mano fría como la de una serpiente»? -preguntó la administrativa.
– Prefiero el de Henri Zvedan: «Después de cortarle la cabeza, lo enterraron vivo» -dijo el suizo.
– Tiene cierta lógica -dijo la correctora-. Primero le cortan la cabeza. Quienes así actúan piensan que la víctima ha muerto, pero es urgente deshacerse del cadáver. Cavan una tumba, tiran el cuerpo dentro de ella, lo cubren de tierra. Pero la víctima no ha muerto. La víctima no ha sido guillotinada. Le han cortado la cabeza, en este caso puede significar que lo han o la han degollado. Supongamos que es un hombre. Lo intentan degollar. Sale mucha sangre. La víctima pierde el sentido. Sus agresores lo dan por muerto. Al cabo de un rato, la víctima despierta.
La tierra ha parado la hemorragia. Está enterrado vivo.
Ya está. Eso es todo -dijo la correctora-. ¿Tiene sentido?
– No, no tiene sentido -dijo la jefa de prensa.
– Es verdad, no tiene sentido -admitió la correctora.
– Algo de sentido sí que tiene, querida -dijo Marianne Gottlieb-, hay casos extraordinarios en la historia.
– Pero éste no tiene sentido -dijo la correctora-. No trate de darme ánimos, señora Marianne.
– Yo creo que algo de sentido sí que tiene -dijo Archimboldi, que no había parado de reírse-, aunque mi favorito no es ése.
– ¿Cuál es tu favorito? -dijo Bubis.