Bos maldice. Tiene la nariz encendida, muy roja en la punta. A mordizcos ha hecho trizas el mocho de tabaco babeado que está fumando.
[10:32]
Se sobresalta un poco al ver el mensaje, que le queda exactamente a la altura de sus ojos. En grandes letras negras sobre fondo blanco, Van Dongen lee:
CUELGUE LA MALETA AQUI Y MARCHESE
POR DONDE VINO SIN MIRAR ATRAS.
Van Dongen ensarta el asa de la maleta en el enorme anzuelo donde viene sujeto el cartel. Da media vuelta y se aleja hacia el frente del hotel.
La maleta inicia un rápido ascenso hacia el tercer piso.
Algunos turistas que curiosean alrededor de la piscina asisten intrigados a la escena.
Víctor sigue comiéndose las uñas.
Bos, airado y estupefacto, contempla el final de la maniobra. De la ventana surge una mano que coge la maleta por la correa y la introduce en la habitación.
[10:34]
Alicia se apodera de la maleta y la coloca velozmente en el piso. La introduce en la maleta blanca que ubica sobre el carrito. La amarra firmemente con un el stico amarillo que tiene ganchos en la punta.
Desarma y embala los avíos de pesca, pero deja, según instrucciones de Víctor, la base, que le resultaría muy pesada, y los dos bloques de cemento.
Por fin se quita los guantes y sale al pasillo. Con toda calma se dirige hacia un extremo. Alicia sigue disfrazada de gordita gringa, y saluda en silencio, con una sonrisa tímida, a las dos personas que esperan el ascensor.
Van Dongen ha sentido deseos de vomitar y entró al baño. Y cuando atraviesa el lobby hacia la salida, Alicia distingue su narizota. Con sorprendente aplomo, muy segura de su disfraz, ella se detiene a encender un cigarrillo y lo ve salir por la puerta principal para dirigirse hacia el parking.
Lo ve incluso dirigirse, con gran lentitud, hacia el carro de Víctor.
– No me siento bien -declara al detenerse junto a la ventanilla de Bos, y se toca la frente. Se ve muy p lido.
– Vete un rato a la casa -le propone Bos-. ¿Quieres que te acompañe?
– No, no es para tanto. Necesito un sedante y descansar un poco. Nos vemos después del mediodía en la oficina.
[10:42]
Alicia se apea de un taxi en casa de su mam. El taxista la ayuda a bajar la maleta. Alicia ya no trae peluca ni el vestido holgado.
Margarita abre la puerta. El chofer deposita la maleta sobre el umbral de la sala. Alicia le da una propina y entra. Cuando coge la maleta para desplazarla al interior y poder cerrar la puerta, tiene que subir dos peldaños. El esfuerzo de cargar aquel peso la obliga a arquear mucho la cintura.
Margarita la mira con cierta alarma.
– ¿Y esa maleta tan pesada? ¿Qué cargas ahí, chica?
Alicia se esperaba esa pregunta y ya traía preparada la respuesta. Pero se tomó su tiempo.
Sacó sus cigarros, encendió uno, se sentó en una butaca y puso un pie encima de la maleta. Luego el otro, cruzado por encima.
Y con una mirada entre satisfecha y desafiante, a boca de jarro, le espetó:
– ¿Qué tú crees que puedo traer?
Una muda alarma persiste en los ojos inquisitivos de Margarita.
– No tengo la menor idea. Dime ya, niña…
– Si te lo digo no me lo más a creer… Adivina -y le regala una sonrisa triunfal.
Sin ninguna vacilación y mucho aplomo, Margarita adivina:
– ¿Tres millones de dólares?
La sorprendida es ahora Alicia:
– ¡Sí, Mami! Pero…¿cómo es posible? ¿de dónde sacas…?
– Te conozco Alicia. Y me lo esperaba. Sabía que no me lo ibas a anunciar, para no ponerme nerviosa.
Alicia se para y abraza a la madre, y salta y gira sin soltarla…
– Lo conseguimos, mami, lo conseguimos…
Y enseguida se agacha para abrir la maleta mientras Margarita corre un cerrojo en la puerta y baja las persianas que dan al jardín.
Al ver los fajos de cien dólares que ocupan todo el espacio, Alicia sonríe satisfecha. Va a coger uno, pero detecta una rosa roja en lo alto y se la lleva a la nariz, sonriente. Piensa que si viene de Víctor, es una delicadeza y muy original.
– Chica, aquí en la sala no. Guarda eso ya, me pones nerviosa.
En eso tocan a la puerta.
– ¿No te digo? -susurra Margarita-. Cierra eso ya y sácalo de aquí.
Mientras Alicia arrastra la maleta sobre sus rueditas, hacia un desván que queda debajo de la escalera, Margarita espía por la ventana.
– Es Leonor. ¡Cómo jode! -comenta en voz baja y abre uno de los dos postiguitos de la puerta-. Dime, Leo…
– Nada, es que vi entrar a Alicia y como hace tanto que no nos vemos…
Alicia decide enfrentar a Leo y se acerca al hueco del postigo.
– Ay, no te pongas brava, chica, pero ven en otro momento… Llegué sólo a bañarme y tengo que volver a salir enseguida.
Cinco minutos después, con una toalla al hombro, camino a la ducha, Alicia sonríe al recordar la ocurrencia de la flor y lo comenta con Margarita.
– Verdad que Víctor tiene a veces detalles encantadores…
Ya en pleno baño, enjabonada, ojos cerrados, oye entrar a su madre, que descorre la cortina y le pasa un inalámbrico.
– Disculpa, es Víctor. Dice que es muy urgente.
Alicia se vuelve, cierra la ducha, se seca las manos y coge el teléfono: