Así pues, los presos yacían apilados unos sobre otros en las celdas, sus destinos se amontonaban por las habitaciones del bloque administrativo en fajos imposibles de revolver y los capataces tomaban las carpetas del rincón más accesible. Y así ocurría que unos zeks tenían que marchitarse dos o tres meses en aquella maldita Presnia, mientras que otros pasaban por ella con velocidad meteórica. En Presnia (lo mismo que en otras prisiones de tránsito), el hacinamiento, la prisa y la confusión daban lugar a veces a una
permuta de condenas.Los del Artículo 58 no corrían ese peligro, pues sus plazos de reclusión, por emplear la expresión de Gorki, eran Condenas con «C» mayúscula, concebidas con tanta envergadura que, si alguna vez llegaba a parecer que se acercaba su final, éste de todos modos nunca llegaba. En cambio, para los grandes ladrones y para los asesinos sí tenía sentido cambiarse de condena con algún delincuente común de poca monta. El cofrade se ponía en contacto con la víctima personalmente o a través de uno de sus sicarios y, muy solícito, se interesaba por él. Y éste, sin saber que un preso condenado a reclusión menor no debe hacer confidencias en una prisión de tránsito, contaba con toda inocencia que se llamaba, supongamos, Vasili Parfiónich Evrashkin, nacido en 1913, y que vivía en Semidub, su lugar de nacimiento; que su pena era de un año, que lo habían condenado por negligencia en el trabajo, con arreglo al Artículo 109. Luego, esc tal Evrashkin estaría durmiendo —o puede que permaneciera despierto, pero que en la celda hubiera barullo y muchos presos agolpados junto a la rendija por donde meten la comida— y no tendría forma de abrirse paso hasta la puerta y oír qué nombres estaban susurrando en el pasillo, la lista de los que iban de traslado. Después aún gritarían una vez más algunos de los apellidos desde la puerta para que se oyeran al fondo de la celda, pero no el de Evrashkin, porque apenas su nombre había sonado en el pasillo un cofrade, muy servicial (como que no saben serlo cuando es preciso), había metido los morros por la ventanilla y había respondido rápidamente en voz baja: «Vasili Parfiónich, 1913, aldea Semidub, Artículo 109, un año», y había corrido por sus cosas. Mientras, el auténtico Evrashkin bostezaba, se tendía en el catre y esperaba resignado a que lo llamaran al día siguiente, la semana siguiente, el mes siguiente, hasta que al final se atrevía a importunar al jefe de bloque: ¿Y a mí por qué no me trasladan? (Durante todo este tiempo han estado llamando cada día a un tal Zviaga por todas las celdas.) Y cuando al cabo de un mes, o de medio año, tienen a bien pasar lista por expedientes, resulta que hay un historial de más: el de un tal Zviaga, reincidente, doble asesinato, robo en un almacén, diez años. Y sobra también un tímido preso que se hace llamar Evrashkin, pero como la fotografía es un tanto borrosa, hará las veces de Zviaga y habrá que encerrarlo en el campo disciplinario de Ivdel-lag, de otro modo habría que reconocer que en la prisión de tránsito han cometido un error. (Ahora ya no había modo de saber adonde se habían llevado al otro Evrashkin, pues las listas acompañan al convoy. Con una pena de un año, es probable que fuera a parar a un campo de trabajos agrícolas, donde trabajaría sin vigilancia y le descontarían tres días de condena por cada día trabajado, o se habría evadido y llevaría ya tiempo en casa, o —esto es más seguro— en la cárcel con una nueva condena.) Había también tipos extravagantes con penas cortas que las vendían por uno o dos kilos de tocino. Se hacían el cálculo de que luego habría una comprobación y se establecería su verdadera identidad. En parte no les faltaba razón.
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