—un fumista semianalfabeto gustaba de
Stalin y sus adláteres reverenciaban sus propios retratos, plagaban los periódicos con ellos, los producían en tiradas mi-llonarias. Mas las moscas no tenían muy en cuenta su carácter sagrado, y además era una lástima desaprovechar los periódicos, ¡cuántos desdichados fueron condenados por eso!
Los arrestos se propagaban por calles y casas como una epidemia. Del mismo modo que la gente se contagia entre sí sin saberlo —al estrecharse las manos, con el aliento, al entregar objetos—, cuando estrechaban las manos, con el aliento, al encontrarse por la calle se contagiaban unos a otros la peste de un arresto cierto. Porque sí tú mañana te ves obligado a confesar que has formado un grupo clandestino para envenenar el suministro de agua de la ciudad, y hoy te he dado la mano en la calle, entonces yo también estoy condenado.
Siete años antes, la ciudad había contemplado cómo descargaban sus golpes sobre el campo y lo había encontrado natural. Ahora el campo podía contemplar cómo atosigaban a la ciudad, pero era demasiado ignorante para ello, y además lo estaban rematando:
—el agrimensor (!) Saunin fue condenado a quince años porque... en el distrito moría el ganado y las cosechas eran malas (!) (y los dirigentes del distrito fueron fusilados en su totalidad por el mismo motivo);
—el secretario de un comité de distrito fue al campo para estimular la labranza, y un viejo campesino le preguntó si sabía el secretario que hacía
—otra fue la suerte de un campesino con seis hijos. Por estas seis bocas no escatimaba esfuerzos en el trabajo para el koljós, siempre con la esperanza de ganar algo. Y vaya si lo ganó: una condecoración. Se la impusieron en una asamblea, se pronunciaron discursos. En sus palabras de respuesta, el campesino se emocionó y dijo: «¡Ay, en lugar de esta condecoración hubiera preferido un saco de harina! ¿No sería posible?». La asamblea estalló en una carcajada lobuna, y el recién condecorado dio con sus seis bocas en el destierro.
¿Merece la pena volver ahora a todo cuanto hemos dicho para explicar que encarcelaban a inocentes? ¡Pero si es que hemos olvidado decir que el concepto mismo de