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Él sonrió, un destello de dientes blancos en una oscura cara bronceada.

– No lo creo. Como con cualquier relación, una relación Dom/sub tiene atracción… -rozó un dedo hacia abajo por su mejilla y su respiración se detuvo por la intensidad de la mirada de sus ojos. -Y confianza.

Apartar la mirada de él tomó un esfuerzo, pero lo consiguió. Ella no se sentía cómoda en absoluto con la forma en que sus sentidos se habían despertado, como si él la hubiera conectado a la corriente eléctrica.

Girando apoyó los codos en la parte superior de la barra y se concentró en su bebida, tratando de ignorar la forma en que su cuerpo se sentía, la forma en que la afectaba. Hmmm, su reacción se debía probablemente a que él la salvó. Ella había leído algo al respecto. Ok, está bien.

Sé agradable, sigue hablando, mujer.

– ¿Qué clase de confianza? -Ella percibió su olor otra vez, encantadoramente masculino.

Curvó sus manos alrededor de la parte superior de sus brazos desnudos y la giró hacia él. Con una mano, le levantó la barbilla hasta atraparle la mirada.

– La confianza de que tu maestro sabe lo que necesitas y te dará lo que necesitas, incluso cuando no siempre estés segura.

Las palabras, la certeza absoluta en su profunda voz, envió calor punzando a través de ella, una ola de necesidad tan potente que la estremeció por dentro.

Como si él pudiera ver dentro de su cabeza, sonrió lentamente y susurró:

– La confianza que permite que una mujer se deje amarrar y extender abiertamente para el uso de su maestro.

Ella se quedó con la boca abierta mientras tomaba una difícil respiración, la imagen de sí misma desnuda, despatarrada en una cama con él mirándola era más erótico que nada de lo que había sentido antes.

Él ahuecó su mejilla, se inclinó hacia adelante, su cálido aliento contra su oreja mientras murmuraba:

– Y tu reacción a eso demuestra que eres una sumisa.

Ella se sacudió lejos de él, lejos del calor que crecía dentro de ella, y la conciencia de su cuerpo tan cerca del suyo.

– De ninguna manera. Realmente no lo soy.

Hora de cambiar de tema. Se aclaró la garganta, su voz ronca cuando ella le preguntó:

– Así que, ¿cómo te llamas, de todos modos? ¿Todo el mundo te llama Maestro Z?

Él simplemente sonrió y tomó la bebida que el barman había dejado para él. Su gran mano envolvió el cristal. Cuando sus labios tocaron el cristal, su mirada se cruzó con la de ella, y ella casi pudo sentir esos labios cerrándose sobre su boca, sobre su pecho… Por Dios, Jessica, tómalo con calma.

Él apoyó el vaso y, luego, como si hubiera escuchado sus pensamientos, le tomó la cara entre sus manos y llevó su boca hasta la de ella. Su corazón se aceleró por la forma en que la mantenía en su lugar despertándole un deseo ardiente en sus venas. Sus labios eran firmes, conocedores, tentando una respuesta de ella. Un punzante pellizco le hizo abrir la boca, y él entró, su lengua acariciando la suya.

Todo dentro de ella parecía derretirse. Una quemazón comenzó entre sus piernas y sus manos se enroscaron alrededor de sus musculosos brazos en un esfuerzo para mantenerse en posición vertical.

Con una risa baja él tomó sus muñecas y puso sus brazos alrededor de su cuello. Empujando sus piernas para separarlas, se movió entre ellas. Con la mano sobre su trasero, la deslizó más cerca hasta que su monte se frotó contra su gruesa erección, el fino material no era ningún obstáculo en absoluto. Cuando ella jadeó por el placer que surgía a través suyo, él simplemente profundizó su beso, su implacable dominio.

En el momento en que él se inclinó hacia atrás, ella estaba temblando, sus manos clavadas en sus anchos hombros con tanta fuerza que sus dedos dolían. La habitación parecía palpitar a ritmo con su mitad inferior.

Sus ojos se estrecharon cuando ella lo miró, incapaz de hablar. Ahuecando la mejilla, le chupó el labio inferior, arrastrándolo dentro de su boca, su lengua deslizándose a través de él. Y cuando la liberó, su sonrisa malvada le decía que estaba pensando en poner su boca en otros lugares.

Sus pezones se apretaron en duros brotes.

– ¿Maestro Z? -Un gorila diferente se acercó, vacilantemente. -¿Podría comprobar esto? Sólo tomará un segundo.

La mirada del Maestro mantenía a Jessica clavada en su lugar mientas sus nudillos se frotaban contra sus doloridos pechos.

Se las arregló para no gemir, de alguna manera, pero podría haberlo hecho también, teniendo en cuenta el brillo divertido en sus ojos.

– Tengo que ocuparme de algo, -murmuró. -¿Vas a estar bien?

Ella resopló un aliento.

– Sí, claro.

Era bueno… muy bueno… que tuviera que dejarla, en cualquier momento ella habría estado dispuesta a hacer lo que le pidiera, y en este lugar, eso podría ser realmente malo. Dejó escapar un tembloroso suspiro.

Sus labios se curvaron.

– No te consideres a salvo, todavía, mascota. Regresaré pronto.

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