Esto era como ser Alicia en un muy retorcido País de las Maravillas, Jessica decidió, uno donde todos los personajes sólo tenían sexo en sus mentes. Había recibido proposiciones de una mujer, de un hombre gordo, de una pareja para arrastrarla a un trío. Entonces ella inició una conversación con un tío realmente guapo, y de repente él se arrodilló a sus pies y quiso…
– ¿Quieres que te azote? -Ella repitió con incredulidad. ¿Seguramente habría leyes sobre azotar a las personas?
Él tenía grandes ojos marrones, labios carnosos. La cadena y cuero del arnés revelaban músculos dignamente abultados. Él asintió con la cabeza vigorosamente.
– Por favor, Señora.
Jessica puso los ojos en blanco.
– Lo siento, pero yo no ando amedrentando tipos. -Bueno, no a menos que ellos tuvieran en mal estado sus cuentas, o se olvidaran de guardar sus recibos de gastos de viaje. ¿Pero mangonear en el Club a un tipo en la cama? Había un aumento de la sensación térmica aquí, incluso sin la adición de un látigo al asunto.
Se veía tan decepcionado, le dio una palmadita en la cabeza antes de alejarse. Él inclinó la cabeza hacia atrás para frotar su mejilla contra su mano como un enorme gato.
Este lugar era
Dando la vuelta, continuó su recorrida con sólo un toque de inquietud. Después de todo, nada podía ser mucho peor que mujeres colgando en las paredes, ¿no?
Más allá, otra pequeña zona estaba acordonada, y Jessica se detuvo con una rápida respiración de asombro. Maldita sea, el tipo había hablado en serio sobre la cosa de azotar. Con la cara contra la pared, una mujer desnuda colgaba de las muñecas esposadas. Un hombre bajo y musculoso vestido sólo con pantalones de cuero negro tachonado estaba detrás de ella golpeando un delgado bastón sobre su palma abierta. Probándolo. Con un susurrante sonido, el palo de madera golpeó contra las nalgas desnudas de la pelirroja. El sonido hizo temblar a Jessica incluso antes del fuerte grito de la mujer.
Jessica dio un paso adelante, su estómago revuelto. Esto no era correcto, no se debería permitir. Otro paso, empujando a los observadores, y había llegado a las cuerdas que restringían el área. Se mordió el labio.
El hombre se había detenido, y… la mujer se estaba riendo, su sensual voz, obviamente, más excitada que dolorosa a pesar de la marca roja rayando su piel. Echando un vistazo por encima del hombro, la pelirroja movió su trasero ante el portador del bastón de una manera deliciosamente obscena.
Todo bien. La mujer, obviamente, quería ser golpeada. Lastimada. Esto era demasiado extraño, definitivamente no era material de fantasía. Jessica miró el bastón.
– Ay, -dijo en voz baja.
Un hombre de pie junto a ella sonrió. Su fornido contorno recubierto de brillante ropa de color negro de PVC lo hacía lucir como un tanque.
– A mí me parece que te gustaría participar, -dijo él, su mano cerrándose alrededor de su brazo. -Hay una cruz de San Andrés vacía más allá.
Ella jadeó.
– No. No, yo no estoy…
Él la arrastró lejos de la multitud, mientras ella trataba de alejarle los dedos de su brazo.
Maldita sea, ¿iba a tener que gritar o algo así? ¿Incluso alguien en este bizarro lugar se daría cuenta? Los gritos provenían de todas partes. Querido Dios, cualquier clase de cosas malas podían suceder sin que nadie se dé cuenta. Sus manos se volvieron sudorosas por el miedo que la conmocionaba. Luego la ira la golpeó. Esto no iba a suceder.
Plantando sus pies, ella se resistió y le pegó una patada en la rodilla.
– ¡Mierda! -Él la sacudió haciéndole perder el equilibrio, y cayó sobre sus rodillas delante de él. -Puta, te arrepentirás por desafiarme, -gruñó. La agarró del pelo, los dedos apretaron hasta que las lágrimas llenaron sus ojos.
CAPÍTULO 03
– Déjame…
– Suéltala. -Una figura se alzaba detrás de su agresor. El dueño. El que se hacía llamar Señor. Jessica abrió los puños mientras el alivio la llenaba.
– Consensual es la palabra operativa aquí, y ella no lo está consintiendo, -dijo el Maestro con esa voz profunda y suave.
El idiota se dio la vuelta, todavía sosteniéndola por el pelo.
– Ella lo hizo. Deberías haberla visto observando los azotes. Ella quiere eso.
– En realidad, no. Ella no tiene ningún interés en ser azotada y no tiene interés en ti.
La mano del Maestro se cerró alrededor de los dedos que envolvían su pelo, y luego de un segundo, ella estaba libre.
Sus piernas estaban temblando demasiado como para poder levantarse. Abrazándose a sí misma, se acurrucó en el lugar. Otro hombre apareció, este con una insignia amarilla sobre su chaleco de cuero.
– ¿Hay problemas aquí?
El idiota señaló al Maestro.
– Él interrumpió mi escena.
– ¿Acabas de acusar al Maestro Z de interrumpir una escena? -El portero parecía sorprendido.
– ¿El Maestro Z?
– Ella no quería. -El Maestro le extendió una mano a Jessica, y ella la cogió. Su mano era dura y fuerte, y él tiró de ella para ponerla de pie con tanta facilidad que le dio miedo. -¿Estás bien, pequeña?