El Maestro Z… no, ella no iba a estar llamándolo Maestro de ninguna manera en voz alta, sin importar lo bien que besaba… miró al gorila. -Muéstrame.
Zachary siguió a Mathew, uno de los custodios de la mazmorra. No era un mal momento, en realidad. Ella necesitaba tiempo para asimilar lo que él le había dicho, tiempo para que progrese la tentación ante el pensamiento de ser tomada. Ella se sentía definitivamente atraída, no sólo por la idea de la dominación, sino por él personalmente.
Cuando le había hablado de tomarla para su placer, no sólo había sentido la llamarada de emoción en su mente, sino que escuchó la profunda respiración que había tomado, observando la aceleración del pulso en su cuello. Y su reacción a un simple beso fue tan caliente que él había tenido que controlarse a sí mismo para no ponerla sobre la parte superior de la barra y llevarla a un berreante orgasmo en ese momento.
No podía recordar la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer. Sólo con verla caminar por la habitación con su paso firme, su barbilla levantada, le había provocado la compulsión de tomarla, de tenerla para sí mismo.
Todo en ella le atraía, desde su lujurioso pequeño cuerpo hasta su mente lógica… y la pasión que estaba liberándose de su riguroso control.
Y ella estaba empujando al propio control de él al punto de quiebre. Así que la dejaría divagar un poco más. Pensar un poco más. Todas las oportunidades necesarias para que sea suya, justo hasta el momento en que se entregara verdaderamente a él.
Mathew se detuvo en uno de los puestos más alejados. Una sub estaba amarrada en un banco de nalgadas. Su Dom había empujado su polla dentro de su boca, y ella estaba llorando, protestando.
– Uno de los observadores estaba preocupado, -dijo el custodio de la mazmorra, -pero la sub no ha utilizado ninguna palabra de seguridad o gesto.
Zachary inclinó la cabeza, sus ojos sobre la sollozante mujer, permitiendo que sus sentimientos se deslicen dentro de él. Él sonrió.
– Es parte de una representación y su actividad favorita. No te preocupes.
Mathew palmeó a Zachary en el brazo con una sonrisa. -Suficientemente bueno. Maldita sea, la vida es más fácil cuando estás aquí, jefe. Lo siento si interrumpí algo con esa pequeña recién llegada.
Mordiéndose los labios, Jessica siguió con la mirada al Maestro. Ella había estado más excitada besándolo que teniendo sexo con otra persona. ¿Cómo hacía eso? ¿Afectarla de esta manera? Había algo en él… no sólo sus palabras… incluso su forma de caminar era autoritaria. Controlada. En la universidad, ella había estado en una exposición de karate, donde algunos de los cinturones negros tenían esa aura, una mezcla inquietante de peligro y disciplina. Ella no era la única que se sentía afectada por él, de todos modos. Los miembros del club se corrían de su camino, las mujeres se volvían a observarlo cuando él pasaba.
Como ella.
Y él la había llamado
Después que él desapareció entre la multitud, se volvió para terminar su bebida. Intentando ignorar la seductora música, sonrió a los dos hombres que se sentaron a su lado, intercambiando presentaciones, y metiéndose enseguida en una acalorada conversación sobre las leyes de impuestos.
Uno de los hombres, Gabe, tenía una personalidad casi como la del Maestro. Su confianza y la autoritaria mirada en sus ojos le daban una divertida sensación de debilidad interior.
La mirada del camarero tenía ese efecto en ella también, se dio cuenta, mientras Cullen vagaba de vuelta hacia su sector. Él negó con la cabeza hacia Gabe.
– Uh-uh. De Z.
Gabe frunció el ceño. -Ahora eso es una lástima. Bueno, Jessica, si alguna vez te encuentras sin compromisos, me gustaría disfrutar llegándote a conocerte mejor.
– Yo… -Incapaz de pensar en una réplica adecuada, Jessica asintió cortésmente y observó a Gabe alejarse. Se volvió a Cullen. -¿Qué es esa cosa “De Z”? Él no es mi dueño, maldita sea.
Su sonrisa parpadeó tan rápidamente que casi no lo vio.
– No, amor, no lo es. Yo sólo pensé en salvar a Gabe de hacer el esfuerzo. Te he visto con el Maestro Z, Gabe no tiene ninguna posibilidad.
Jessica miró y giró dándole la espalda. Así que ella era tan obvia.
No lo era, ¿o sí?