Ella tomó un aliento y asintió con la cabeza. Si tratara de hablar, su voz saldría miedosa, por lo que sólo mantuvo la boca cerrada.
– Ven aquí. -El Maestro Z envolvió un brazo a su alrededor, metiéndola en su costado. Era tan grande que ella se sentía pequeña a su lado. Pequeña y delicada.
El intento de agarrar a Jessica del idiota fue interceptado por el Maestro Z, y luego el portero lo agarró por el cuello.
– Aplícale un mes de suspensión y que repita la clase entera de entrenamiento si desea regresar después de eso, – El Maestro Z le dijo al portero. -Al parecer, no estuvo prestando atención.
– Él ni siquiera habló con ella… él no… -el idiota protestó.
Arrastrándolo lejos, el portero le dijo con voz molesta.
– El Maestro Z no sólo es el dueño de este lugar, imbécil, sino que él siempre sabe lo que quieren los subs. Siempre.
Jessica se estremeció. El hombre la había llamado sub, ese sería el término entonces, para el que estaba siendo amedrentado. ¿Por qué estaba pensando acerca de la terminología ahora? Se las arregló para inhalar, comenzando a respirar de nuevo. Él la llamó una sub. No había manera de que ella fuera una sub. Dios, tenía que irse a casa.
El Maestro Z se rió entre dientes.
– Mal día, ¿eh? -Envolvió sus brazos alrededor de ella, sosteniéndola firmemente. Su mano le apretó la cabeza en el hueco de su hombro.
Ella soltó una media carcajada y tuvo un estremecimiento.
– Él iba a a-azotarme. Y nadie nunca se habría dado cuenta… -Ella niveló su voz. -Gracias.
– Fue un placer. -Él se quedó allí, sosteniéndola, dejando que la gente circule entre ellos como el agua alrededor de una roca. Indiferente. Nada parecía molestar a este hombre.
– ¿Cómo supiste que no quería eso? ¿Qué no estaba… jugando o algo? Tú realmente no… sabes…
– Lo sé, gatito. -Su voz retumbaba en su pecho mientras le acariciaba el pelo. Su atractivo aroma, suave a cítricos mezclado con un almizcle masculino único, la hicieron querer enterrarse más cerca.
Pero ella no podía lograr ir mucho más cerca, estaba pegaba contra él como un papel de pared. Sus pechos estaban machacados contra su pecho duro, sus caderas acunadas contra las suyas. Él se sentía bien contra ella. Demasiado bueno, ¿y ella no había querido mantenerse lejos de él?
Su otra mano estaba en la parte baja de su espalda, sobre el hueco por encima de sus nalgas. Y ella no estaba todo lo rígida que debería al ser tocada. Pero él ya había tenido sus manos sobre ella, se dio cuenta, ruborizándose al recordar cómo la había secado entre sus piernas. Ni siquiera sabía su nombre.
Ella aún no sabía su nombre. Se empujó hacia atrás y lo miró hacia arriba.
Con la luz detrás de él, sus ojos eran casi negros mientras la observaba. Sus labios se curvaron y una arruga apareció en su mejilla.
– Necesitas una bebida y un momento para recuperar el aliento. -La liberó de sus brazos y le tendió una mano. -Ven.
¿Debería? Consideró sus opciones. Ir con él o tratar de caminar hacia la barra sobre sus piernas inestables, recibiendo un golpe cada pocos segundos. Bueno, esto era fácil. Puso su mano en la suya.
Sin dejar de sonreír, la llevó a la barra.
– Esta vez puedes elegir su bebida.
Ella dudó. ¿Agua o alcohol? Agua sería inteligente, pero un trago definitivamente ayudaría a sus temblores. Y de alguna manera el miedo había evaporado cualquier alcohol anterior. -Un margarita. Gracias.
– Cullen, -dijo el Maestro Z, su voz de alguna manera logrando pasar por encima de todas las conversaciones, tal vez porque era muy profunda. El barman miró.
– Un margarita, por favor.
Ignorando a las otras personas que estaban esperando, el barman le hizo la bebida y la puso delante de ella. Le sonrió a su acompañante.
– Definitivamente, una hermosa mascota, Maestro Z.
– No soy una mascota. -Jessica frunció el ceño. -¿Qué tipo de término despectivo es ese, de todos modos? -Ella trató de deslizarse sobre el taburete de la barra, pero no pudo conseguirlo. Sus piernas temblorosas, cortas… ¿por qué sus padres no podían haber sido altos? Entonces ella no se parecería tanto a una albóndiga con pies.
El Maestro la tomó por la cintura y la puso sobre el asiento, quitándole la respiración con su solidez sin esfuerzo y la sensación de sus musculosas manos a través de la delgada tela que llevaba.
– No es despectivo, -le dijo, parándose lo suficientemente cerca como para que sus caderas se rozaran. -Es una palabra cariñosa para un sub.
– Pero yo no soy una sub. No estoy en eso en absoluto. Detesto que el hombre quiera decidir. Ser azotada… Sólo la idea me parece insoportable.
Le acomodó un mechón de su pelo detrás de su oreja, sus dedos dejando un cosquilleo en su estela.
– Es una persona extraña la que podría disfrutar siendo agredida por un desconocido.
– Huh. -Los temblores estaban disminuyendo, y su cerebro estaba comenzando a trabajar de nuevo. -¿Así que una persona sumisa simplemente debe ponerse panza arriba cuando algún tipo reparte órdenes?