Unas pocas personas en la multitud gruñeron con decepción, pero se detuvieron repentinamente, como si sus reclamos hubieran sido interrumpidos. El otro maestro y su sub desataron sus manos, alguien soltó sus piernas. El Maestro la tomó por la cintura, la levantó sobre sus pies, y la mantuvo firmemente hasta que encontró el equilibrio. Su rostro estaba húmedo, y se secó las lágrimas de sus mejillas. Su interior parecía estar sacudiéndose más que sus piernas.
– Esta vez, ofrece tus disculpas de rodillas, Jessica, -el Maestro le indicó.
Sólo su mano debajo de su brazo le impidió caer mientras torpemente se arrodillaba. Levantó la vista hacia el Maestro Smith y su esclava. -Siento mucho, mucho haberlos interrumpido. Y que no haya leído las reglas. -Los temblores le hicieron temblar la voz.
El Maestro Smith soltó una carcajada. -Suena arrepentida para mí, maestro Z. Disculpa aceptada.
– ¿Estás satisfecha, Wendy? -Le preguntó el Maestro Z.
La morenita asintió con la cabeza.
– Sí, señor. -Sus ojos se encontraron con los de Jessica con un toque de simpatía.
Jessica dejó caer su cabeza hacia adelante por el alivio. Había terminado. Sus muslos se estremecían con tanta fuerza que sólo quería encogerse en el suelo. Las lágrimas aún goteaban por sus mejillas.
Se sentía tan perdida.
Y luego el Maestro se inclinó y sin esfuerzo la levantó en sus brazos. Girando como un trompo, se agarró de la chaqueta.
– Shhh, gatito, estás bien, -murmuró, y algo en su interior se relajó. Sintió sus labios en su pelo y supo que estaba a salvo.
Zachary encontró un sofá vacío en el centro de la habitación y se ubicó allí, manteniéndola firmemente en sus brazos. La culpa era un nudo duro en sus entrañas. Nunca un gesto amable había terminado tan mal. Él debería haberla hecho quedarse en la entrada fría con Ben, nunca debería haberla dejado entrar en el club.
Maldita sea, incluso con su excitación, no habido evadido el dolor y la conmoción de haber sido azotada. Él envolvió sus brazos alrededor de ella, ubicándole la cabeza contra su pecho. -Todo terminó, pequeña.
Ella hundió la cabeza en su hombro, ahogando sus sollozos de una manera que le rompía el corazón. Podía sentirla tratando de esconder su angustia, pero entre un Dom y sub, no debe haber muros. Ella no sabía eso aún y no lo sabría por un tiempo, incluso si quisiera recorrer ese camino. Ella no era su sub, pero él había actuado como su Dom para el castigo; cuidarla después de eso era su responsabilidad.
Allí era donde él comenzaría.
La movió en sus brazos para poder inclinarle la cabeza hacia arriba y mirarla a los ojos. -Te tengo, Jessica, -dijo en voz baja. -Déjalo salir.
Sus ojos esmeraldas parpadearon. Parecía casi sorprendida por sus palabras ¿nunca había tenido a nadie allí para ella? Y luego las lágrimas brotaron nuevamente. Dejó caer la cabeza hacia atrás sobre su hombro, y él podía sentir su estremecimiento junto a los silenciosos sollozos. Sus estranguladas palabras flotaron hacia él cuando su calidez y abrazo se filtraron en ella.
– Delante de la gente… Me dolió… Nadie nunca… -Sus barreras cayeron, y sollozó, estremeciéndose tan duro como cuando había estado congelada por la lluvia.
Él le acariciaba el cabello, murmurando suavemente mientras lloraba, diciéndole lo valiente que había sido, lo maravillosamente que se había disculpado, lo mucho que apreciaba que lo compartiera con él. Alabó su coraje por tratar de salvar a la otra sub, lo raro que era encontrar a alguien dispuesto a actuar para ayudar a otro.
Él dijo la verdad. A pesar de que había sido un error interrumpir la escena, el valor de sus acciones le impresionó. Las múltiples facetas de su personalidad eran fascinantes, desde un volcán a una flexible mujer en sus brazos, desde controladora y cuidadosa a pasionalmente receptiva. Ella le encantaba.
Lentamente su llanto se transformó en entrecortadas respiraciones cuando el agotamiento se apoderó de ella.
Pero después de un tiempo demasiado corto, él sintió su mente funcionar y comenzar a enterrar el dolor y el daño bajo las capas de su control. Su cuerpo se puso rígido, no aceptando ningún consuelo.
– Quiero irme ahora, -dijo con voz dura.
Oh, él sabía que esto iba a llegar.
– La lluvia y el viento no han disminuido, y no tienes coche. Sin embargo, puedes quedarte en la entrada, y nadie te molestará.
Su respiración resopló, y ella se empujó de sus brazos.
– Déjame ir.
– Nos sentaremos aquí hasta que tus piernas funcionen por su cuenta. ¿A menos que quieras que te cargue a través de la habitación?
Se detuvo de inmediato.
– Por lo menos bájame.
– No.
Eso le hizo levantar la cabeza, sus ojos verdes húmedos como un bosque en la lluvia.