– No, mascota. -Sacó algo de su pelo, abriendo la mano para mostrarle hojas con barro. -Primero una ducha.
Envolvió un duro brazo alrededor de su cintura y la llevó a una de las salas con puerta de vidrio detrás de donde ella había estado parada. Con su mano libre, abrió el agua y el vapor maravillosamente caliente emergió. Él ajustó la temperatura.
– Entra -le ordenó. Con una mano en su trasero le dio un empujoncito hacia la ducha.
El agua se sentía muy caliente sobre su piel fría, y ella jadeó, luego suspiró cuando el calor comenzó a penetrarla. Después de un minuto, se dio cuenta que la puerta estaba abierta. Con los brazos cruzados, el hombre estaba apoyado contra el marco de la puerta, mirándola con una leve sonrisa en su delgado rostro.
– Estoy bien -murmuró, volviendo su espalda hacia él. -Puedo arreglármelas por mi cuenta.
– No, obviamente no puedes, -dijo sin alterarse. -Lava el lodo de tu cabello. El despachador de la izquierda tiene champú.
– Muy bien. -El agua se cerró. Bloqueando la puerta, él se arremangó la camisa, mostrando sus brazos musculosos con venas. Tenía la lamentable sensación que él iba a seguir ayudándola, y que cualquier protesta sería ignorada. Había tomado el mando con la misma facilidad como si ella fuera uno de los cachorros del refugio donde trabajaba como voluntaria.
– Sal de aquí ahora. -Cuando sus piernas se tambalearon, plegó una mano alrededor de la parte superior de su brazo, sosteniéndola levantada con una facilidad desconcertante. El aire frío golpeó su cuerpo, y el estremecimiento comenzó otra vez.
Después de secarle el pelo, la agarró por la barbilla y alzó su cara hacia la luz. Ella miró hacia arriba a una oscura cara bronceada, tratando de reunir la energía suficiente para alejar la cara.
– Sin contusiones. Creo que tuviste suerte. -Tomando la toalla, le secó los brazos y las manos, frotando enérgicamente hasta que se mostró satisfecho con el color rosa. Luego lo hizo en su espalda y hombros. Cuando llegó a sus pechos, ella empujó su mano. -Yo puedo hacer eso.
Él la ignoró como si hubiera una mosca zumbando, sus atenciones gentiles pero minuciosas, incluso levantó cada seno y lo secó por debajo.
Cuando secó su trasero, ella quería ocultarse. Si había alguna parte de ella que debería ser cubierta, eran las caderas. Exceso de peso.
Luego se arrodilló y le ordenó:
– Abre las piernas.
Él miró hacia arriba, levantó una ceja. Y esperó. Su resolución vaciló bajo la firme y autoritaria mirada.
Ella movió una pierna. Su mano con la toalla acarició entre sus piernas, enviando un rubor de vergüenza a través de ella. La completa monstruosidad de su posición se extendió por ella: estaba desnuda frente a un completo desconocido, dejando que la tocara… allí. Su respiración se detuvo incluso mientras un desconcertante placer se movía a través de ella.
Él levantó la vista, arrugando sus ojos, antes de pasar su atención a sus piernas. Rozó su piel hasta que ella pudo sentir el fulgor.
– Listo, ya está hecho.
Haciendo caso omiso de su intento de tomar la ropa, él la ayudó a ponerse una ceñida falda larga, que le llegaba a la mitad de las pantorrillas, por lo menos le cubría las caderas, luego le puso una camiseta elástica sin mangas de color dorado sobre su cabeza. Sus musculosos dedos rozaban sus pechos mientras verificaba el ajuste. La miró por un momento antes de sonreír lentamente.
– La ropa te queda perfecta, Jessica, mucho mejor que la tuya propia. Es una lástima que ocultes una figura tan encantadora.
¿
Su risa entre dientes era profunda y pronunciada.
– Vamos, la habitación principal es mucho más cálida.