La habitación del club era más familiar esta vez, aunque el atuendo de la multitud había cambiado.
Las subs estaban en ropa interior y los subs con los pantalones muy bajos sobre su trasero. Los Dom llevaban pantalones de vestir y camisas, de cuero o látex. Su camisón era en realidad uno de los más discretos.
A pesar que la mayoría de los miembros estaban en pareja o en pequeños grupos, había algunos solos también. Y cuando ella se acercó a la barra, se dio cuenta de las miradas interesadas de los hombres – y mujeres – proyectadas a su paso. Se dio cuenta que sus senos se bamboleaban debajo de la seda. Por Dios, esto era como estar desnudo.
Miró a una vacía cruz de San Andrés y se sobrecogió. O tal vez no.
El barman era otro rostro familiar.
Cullen apoyó un codo sobre la barra para sonreírle mirándola a los ojos.
– Pequeña Jessica. Estoy muy feliz de verte de nuevo. ¿Qué puedo darte?
– Me gustaría un margarita, por favor.
Cuando puso la copa delante de ella, se dio cuenta que había dejado su billetera en el bolsillo de la chaqueta.
– Mi dinero está en el guardarropa. Voy a estar de vuelta en…
Él sacudió la cabeza.
– Nop. No lo dejé claro la última vez, ¿no? Este es un club privado, las cuotas de los miembros cubren sus bebidas. Y tú eres la invitada del Maestro Z.
– Eso fue la última vez. Esta vez…
– Él te está esperando, cariño. Esta vez, también. -Su sonrisa fue lenta y entendida mientras la observaba. Ella se sonrojó. -Él también dijo que si eras lo suficientemente valiente, serías un placer para la vista. Como siempre, tenía razón.
Ella realmente sintió un temblor en el interior por el entendimiento en sus ojos.
Echando un vistazo más allá, se dio cuenta que el hombre alto al lado de ella se comía con los ojos a sus pechos. Con un bufido de exasperación y vergüenza, se volvió hacia la pista de baile. Sus ojos se abrieron. El cuero y la ropa interior sin duda se habían hecho para… bailar interesantemente. Las enaguas, baby-dolls, y camisones ofrecían muy poca protección contra las manos de un Dom.
Humedeciéndose los labios miró hacia otro lado y trató de ver si el Maestro Z estaba cerca. Pero ¿qué le diría de todos modos?
Fuertes manos la asieron por la cintura y la pusieron sobre sus pies.
– Jessica, qué placer. -La voz del Maestro, profunda, oscura y tenue envió una emoción corriendo a través de ella desde la cabeza a los dedos de los pies.
Ella miró hacia arriba dentro de sus decididos ojos, luego se alejó, incapaz de encontrarse con su mirada. Riéndose, la sujetó con su brazo extendido y la estudió. Le sonrió.
– Tan adorable como lo había imaginado. El color rosa te queda bien.
– Um. -Él llevaba una camisa de seda negra otra vez con algunos botones abiertos, revelando las venas de su cuello y los duros músculos de la parte superior del pecho. Ella había pasado las manos sobre su pecho, jugado con el mullido vello negro. Sus dedos hormigueaban, quería tocarlo de nuevo. Quería que la tocara.
– Gracias por… por el vestido, -dijo torpemente. La demasiado-delgada tela no ofrecía ninguna barrera para el calor y la fuerza de sus manos.
Él retumbó una risa.
– El vestido es para mí un placer, mascota. -Tirándola dentro de sus brazos, tomó su boca en un largo beso. Cuando él levantó la cabeza, -cuando su propia cabeza dejó de dar vueltas- se dio cuenta de que él tenía un brazo curvado alrededor de su cintura, y su mano libre estaba frotando sus nalgas desnudas.
Ella se puso rígida, tratando de apartarse. Su agarre se apretó, inclinando las caderas en su contra. Completamente erecto, se presionó contra su área púbica de una forma que le hizo contener el aliento.
– Estoy esperando poder tomarte esta noche, -le susurró al oído, -escucharte gemir y gritar como te corras.
El calor disparó a través suyo tan repentinamente, con tanta fuerza, que casi se tambaleó. Con una risa profunda, la soltó y ubicó la copa en su mano.
Cullen había estado observando. Ahora le sonreía al Maestro.
– Siéntete libre de compartir tu mascota en cualquier momento, Maestro Z.
Para espanto de Jessica, en lugar de reírse y decir “de ninguna manera”, el Maestro Z inclinó la cabeza.
– Voy a tener eso en mente.
Se quedó con la boca abierta. Él no… Ellos no… El alivio la llenó cuando el Maestro Z curvó un brazo a su alrededor y se dirigió hacia la parte posterior del club.
Después de unos metros, se detuvo.
– Casi se me olvida el resto de tu ropa.
Por el brillo en sus ojos, ella no pensó que estuviera hablando de un manto de ocultamiento.
– ¿Qué sería eso?
Él extendió una gran mano.
– Dame una muñeca.