Oh, Dios. Pedir una muñeca significaba restricciones, ¿no? Un temblor corrió a través suyo y ella se sintió humedecerse.
– ¿Ahora?
– La única respuesta aceptable de ti es “Sí, señor”.
Ella tragó saliva.
– Sí, señor. -Incluso mientras ubicaba la muñeca izquierda en su mano, el calor se concentró dentro de ella.
Él desabrochó algo de su cinturón, y ella abrió mucho los ojos. ¿Cómo no había visto lo que llevaba? Un lado de la boca de él se curvó hacia arriba cuando abrochó unas esposas de cuero forradas en gamuza cómodamente alrededor de su muñeca.
– La otra. -Era más difícil darle la mano esta vez, sabiendo lo que tenía en mente. Pero lo hizo. Con una sonrisa de aprobación, le puso el otro puño.
Ella dio vuelta sus manos y estudió las esposas. De cuero resistente. El puño derecho tenía un anillo de metal, y el otro tenía otro anillo que colgaba del primero.
Su absorta mirada capturó la de ella y no se alejó mientras él encajaba los anillos en los dos puños juntos, uniendo las manos delante de ella. Esto no era en privado. Ella tiró de los puños, su respiración cada vez más acelerada cuando nada cedió. -No creo que me guste…
– En realidad, te gusta, -le dijo, corriendo los nudillos de una mano sobre sus pechos donde sus pezones se habían tensado en duros puntos. Cuando ella trató de dar un paso atrás, él simplemente metió sus dedos alrededor de donde las esposas se unían y la mantuvo en su lugar. Ella sacudió la cabeza mientras él seguía tocándola, acariciando sus pechos.
– ¿Qué sientes ahora, Jessica?, -Preguntó, como si él no estuviera haciendo rodar un pezón entre sus dedos.
– Yo… nad… -Ella se detuvo.
– Solo detente y piensa en tu cuerpo, pequeña. ¿Estás excitada?
Su corazón latía rápidamente. Sus pechos parecían haberse hinchado bajo sus manos. Sus áreas privadas estaban húmedas y pulsátiles. La gente caminaba alrededor de ellos, podía escuchar suaves risas, pero no podía apartar la mirada de los intensos ojos del Maestro.
– Respóndeme, gatito. ¿Los puños te excitan?
– Sí. -Ella se sentía como una puta. Sexo pervertido, eso era todo lo que quería.
Él sonrió lentamente, su mirada calentándola mientras despacio la miró.
– Me gusta verte con ellos. -Le tocó el cuello. -Y ver cómo hacen que tu corazón se acelere. -Arrastró un duro dedo a través de su labio inferior. -Cómo tus labios tiemblan.
Metió la mano debajo de su falda y la tocó tan íntimamente que ella se ahogó. Levantó los dedos hacia su rostro, luego al de ella. Podía olerse a sí misma, tan diferente de su olor.
– Puedo oler tu excitación, -le dijo.
Él se rió entre dientes. Con una mano en su cintura caminaba entre la multitud con indiferencia, como si no estuviera caminando con una mujer cuyas manos estaban amarradas juntas delante de ella. Leer sobre estas cosas estaba segura que era muy diferente a hacerlo.
– ¿A dónde vamos? -Preguntó Jessica, luego hizo una mueca. -Um. ¿Puedo hablar?
– Buena pregunta. -Él se detuvo, apartándole el pelo largo por detrás de sus hombros. Esto en cuanto a su intento por ocultar su escote. -Normalmente una sub pide permiso antes de hablar. Pero quiero que hagas preguntas, así que… -Pasó un dedo por encima de sus pechos. -Por esta noche, tienes permiso para hablar libremente, a menos que te dé una orden o hasta que te quite ese permiso. ¿Eso es suficientemente claro?
– Sí, señor.
Su sonrisa aprobadora hizo que las mariposas en su estómago revolotearan.
– En cuanto a tu primera pregunta, yo trato de hacer las rondas cada hora más o menos, -le dijo. -Me gusta mantener un ojo sobre la multitud y las actividades. No creo que hayas visto todo el club todavía, ¿verdad?
– No -La mirada de Jessica hizo una mueca alejándose de un hombre atado a una silla de bondage. Una mujer con un corpiño de color azul metalizado y calzas estaba atando cuerdas alrededor de las bolas del hombre. El sudor caía por la cara del hombre y el pecho.
Habían llegado a las puertas dobles de la pared posterior. La zona que había evitado la última vez. El Maestro la llevó por un pasillo ancho donde grandes ventanales se alternaban con puertas a cada lado. Z la detuvo en la primera ventana. -Esta es la oficina.
Ella arrugó la nariz por la perplejidad. ¿Por qué iba a tener su oficina aquí? ¿Y por qué había personas reunidas alrededor de la ventana de la habitación? Ella se adelantó para mirar sobre el hombro de un hombre.
La habitación tenía un escritorio, una silla mecedora de cuero, libros en los estantes, gruesa alfombra de color rojo oscuro. Hermosa oficina. Un hombre estaba sentado detrás del escritorio escribiendo, mientras su secretaria – una mujer con el pelo recogido en un moño y con una falda apretada y una blusa blanca – estaba de rodillas, chupándole la polla.
Jessica se lamió los labios, luego le susurró al Maestro:
– Supongo que no es tu oficina, ¿eh?
Él sonrió, un destello blanco de dientes, y luego la llevó más allá por el pasillo. El cuarto de al lado parecía familiar, y Jessica se detuvo bruscamente.