La música terminó y comenzó la siguiente canción, una rápida para los miembros más jóvenes. Metiendo un brazo alrededor de ella, se dio cuenta de nuevo lo bien que encajaba en su contra. Tal vez él debería hacerle probar uno de sus nuevos intereses.
– Es una noche agradable, déjame mostrarte el patio lateral.
La hierba estaba fría debajo de sus pies descalzos, el aroma a jazmín del cálido aire tropical florecía de noche. El Maestro la llevó lejos de la puerta, ondulando a través de altos arbustos. Las suaves luces del sistema de iluminación de las fuentes dispersas en varios sitios, dejaban manchas de oscuridad. El paisaje se formaba con pequeñas áreas aisladas, donde Jessica entrevió piel desnuda en una, escuchó un gemido en otra.
Se mordió el labio y miró al Maestro. Esto era sólo un paseo, ¿no? Había estado expectante por una visita a ese pequeño dormitorio otra vez, seguramente ellos volverían allí, ¿verdad?
– Ah -dijo el Maestro en voz baja. -Creo que te gustará este lugar. -Giró dentro de un área pequeña, no tan aislada como otras, ella notó inquietantemente. Una fuente pequeña a un lado gorgoteaba como un río pedregoso, brillando con una luz dorada. En el otro lado había un largo banco acolchado… No, ella se dio cuenta, un columpio, que colgaba del enorme roble detrás de él.
El Maestro Z se sentó en el columpio.
– Me gustaría tenerte sobre en mi regazo, mascota. -Y él la agarró por la cintura y la levantó. -Dobla las rodillas, -le dijo, y la puso de rodillas, a ahorcajadas sobre sus piernas.
– Relájate, -le murmuró, esperando hasta que ella bajó el trasero sobre sus muslos. Sonriendo, puso el columpio en movimiento y la tiró hacia adelante para un beso.
Su boca inclinada sobre la de ella, sus labios firmes y exigentes, y ella se sintió comenzar a deslizarse dentro de la excitación. Cuando su mano ahuecó la parte posterior de su cabeza, sosteniéndola en su lugar para su beso, su interior se derritió como mantequilla caliente. Dios, él sabía besar.
Ella habría estado feliz besándolo por siempre, pero sintió su mano detrás de su cuello. Las tiras de su camisón cayeron, dejando sus pechos al descubierto.
– ¡Hey! -Ella agarró la tela sosteniéndola en su contra. -Hay gente aquí, -susurró frenéticamente. -No hagas eso.
Él suspiró audiblemente.
– Pequeña sub, dame tu muñeca. -Él extendió una mano.
– Señor. -Eso sonó como un quejido incluso para ella. Cerró la boca contra la siguiente protesta y puso la mano en la suya.
Sin siquiera mirar, encajó su muñequera a la soga del columpio detrás de su hombro izquierdo, luego hizo lo mismo con su otra muñeca a su derecha. Ella se inclinó hacia atrás, comenzó a mover las piernas.
– No, gatito. Si mueves las piernas, las ataré abajo.
Ella se congeló.
– Muy bonita. Justo donde te quiero, -murmuró, ahuecando sus pechos en sus manos calientes, los pulgares frotando sus pezones.
Podía sentir la humedad cada vez mayor entre sus piernas. Con las manos suaves, la levantó ligeramente hacia arriba y tomó un pezón en su boca. Sus dedos se curvaron alrededor de la parte trasera de la mecedora cuando él chupó. La sensación la sacudió. Ella trataba de escuchar a la gente que se acercaba, pero su boca era tan insistente, y cuando sus dientes se cerraron suavemente en la punta, contuvo el aliento ante el exquisito placer-dolor. Su coño había comenzado a palpitar, y apenas se contenía de frotarse contra su pierna.
Él levantó la cabeza, sus ojos oscuros en las sombras. Mirándola a la cara, se estiró debajo de su falda para acariciarla entre las piernas.
– Levanta las caderas, -le dijo, su mano presionando hacia arriba contra su montículo, la presión electrizante.
Cuando ella se levantó parcialmente, él le dio un tirón a su tanga sobre una cadera y movió la entrepierna a un lado. Casi gimió cuando él deslizó su dedo a través de su humedad y empezó a jugar con su clítoris. Sus dedos eran firmes, luego suaves, deslizándose hacia arriba y hacia abajo, y todo en ella se centró en ese lugar. Y entonces tomó un pezón dentro de la boca, chupando con urgencia, su lengua frotando la punta contra el paladar. Ella se sacudió cuando demasiadas sensaciones la inundaron, cuando todo en ella se apretó, esperando, cerca…
Cuando él movió sus dedos, ella gimió ante la pérdida, ante la satisfecha necesidad ardiendo a través de ella.
– Shhh, gatito. -Él se cubrió con un condón que sacó de su bolsillo. Agarró sus caderas, sus poderosas manos la levantaron más arriba hasta que estuvo en equilibrio sobre sus rodillas. Deslizó su dura y gruesa polla dentro suyo y tiró de ella hacia abajo hasta que quedó enterrado dentro de ella, llenándola a reventar. Su grito la sobresaltó y la trajo de vuelta a la cordura. Dios, había gente alrededor.
– ¿Qué pasa si alguien se acerca? -Ella dijo entre dientes, paralizada, resistiéndose a sus manos sobre sus caderas. Gente observándolos… El pensamiento era aterrorizante y extrañamente excitante.
Él inclinó la cabeza hacia atrás sobre el columpio, el conjunto de su mandíbula rígida.