– Eso es un…
– Una cama ginecológica, sí. Esta es la sala de médicos.
Un hombre, desnudo de la cintura para abajo, estaba siendo asistido sobre la mesa de examen por otro hombre con bata blanca de médico. Jessica se estremeció al recordar la sensación de las manos de un médico allí, en ese lugar privado.
Peor aún, la habitación de al lado tenía la ventana de vidrio abierta. La gente se inclinaba sobre el alféizar de la ventana, mirando con avidez como un hombre dejaba caer cera caliente sobre una mujer atada a una mesa.
Horrorizado, Jessica se retorció alejándose del Maestro y retrocedió. Tortura. Eso era tortura, liso y llanamente.
El Maestro Z extendió las manos hacia ella, su mirada fija.
– Jessica.
Después de un momento, ella puso sus manos esposadas y frías dentro de las calientes de él. Él sonrió débilmente, tiró de ella hacia sus brazos, y la sujetó con firmeza contra su pecho como a una niña.
– El estilo de vida va desde un pequeño bondage hasta llegar al dolor severo. Yo evito a las subs que necesitan dolor de este tipo, porque no me gusta dispensarlo. ¿Puedes confiar en mí que sabré el mucho o poco dolor que encontrarías agradable?
– No hay dolor agradable. -Enterró la cabeza en su hombro. -Eso está mal.
– Y después de que tu trasero fue azotado, ¿cómo te sentiste?, -Susurró, pasando la mano sobre su culo desnudo, recordándole cómo el dolor se había mezclado con la excitación, poniéndola más caliente.
Ella no pudo contestar.
Él no la obligó, aunque su mirada era demasiado conocedora. Él sabía cómo la había hecho sentir.
El cuarto de al lado, oscuramente medieval con cadenas colgando de una pared rocosa, contenía sólo tres personas. Una rubia desnuda yacía boca arriba sobre un banco apenas labrado, con los brazos y las piernas encadenadas al suelo. Una mujer golpeaba las piernas de la rubia con un azotador, mientras que un hombre le chupaba sus pechos. Dando pequeños gritos, la mujer amarrada arqueaba la espalda, empujando sus pechos hacia arriba.
– La mazmorra, -dijo el maestro Z. -Se pone más popular a medida que la noche avanza, al igual que la sala de juegos.
La última sala era enorme. Una cama redonda alta, por lo menos tres veces el tamaño de una extra grande, ocupaba casi toda la habitación. Cinco personas estaban allí, retorciéndose y girando en varias posiciones, todos entrelazados entre sí. Una mujer de rodillas chupaba una polla mientras que un hombre la machacaba por detrás. Dos hombres…
La boca de Jessica se abrió cuando la incredulidad corrió a través de ella, luego un estremecimiento de excitación. -Qué… insólito, -dijo ella, con voz ronca.
Parado detrás de ella, el Maestro puso los brazos a su alrededor, una mano ahuecando su pecho izquierdo. La besó en el cuello, murmuró: -Tu corazón simplemente se aceleró. ¿Algo de aquí te interesa?
– No. Uh-uh. -Ella trató de dar un paso para alejarse de la ventana, pero él no se movió. Sosteniéndola con un inquebrantable brazo alrededor de la cintura, su otra mano se deslizó entre sus piernas y debajo de su tanga a la creciente humedad de allí. Le acarició el clítoris con sus resbaladizos dedos, una y otra vez, hasta que ella se retorcía descontroladamente.
– Me estoy cansando de tus evasivas, mascota. -Su voz se había vuelto firme. -Respóndeme.
Ella trató de cerrar las piernas, pero su mano estaba allí, extendiendo sus labios púbicos abiertos. Un dedo se deslizó dentro, y ella se sacudió cuando el calor disparó a través de su cuerpo. Él no la haría…
– Y-yo… Bueno. Es que… nunca he visto eso.
– Hay más, -gruñó, obviamente insatisfecho con su respuesta. El dedo empujó más profundo en su interior.
– Señor. -Ella aspiró una respiración y se rindió. -Es excitante.
– ¿Qué parte te pareció excitante?
– La mujer con dos hombres -susurró, su rostro ardiendo de calor.
– ¿Algo más?
Sus caderas se inclinaron en su mano mientras él continuaba con los toques lentos. -La gente que mira.
– Gracias por ser honesta, gatito. -Él la apretó en un abrazo breve. -Sé que es difícil para ti hablar sobre esto. A pesar de que hemos dejado atrás los días en que sólo la posición del misionero era aceptable, la sociedad sigue insistiendo en que el sexo debe ser entre un hombre y una mujer en privado. Es difícil superar esa mentalidad, especialmente para alguien tan conservadora como tú.
La pragmática lógica la tranquilizó, la comprensión de su personalidad aún más. En ese momento, el hombre en la sala detrás de la mujer gritaba con su liberación, y la mujer se corrió, sus caderas sacudiéndose frenéticamente.
Y Jessica podía sentir humedad goteando hacia abajo por su muslo.