– Escucha con atención, mascota. Si tú cooperas de manera agradable, entonces ellos sólo te verán sentada aquí. Si continúas ignorándome, van a verte desnuda con tu espalda sobre el césped, tus piernas sobre mis hombros y conmigo dentro de ti.
La imagen la hizo estremecerse de vergüenza, pero envió otra ola de calor a través de ella, y él lo notó. Su sonrisa brilló.
– Gatito, nunca fallas en sorprenderme, -murmuró, con risa en su voz. Empezó a estirarse hacia atrás a sus muñequeras.
Ella se sacudió hacia arriba sobre su polla, la sensación de él deslizándose dentro de ella tan erótica que ella se quejó antes de susurrar:
– Lo siento. Quédate en el columpio. Por favor, Señor.
Él se rió entre dientes, puso sus manos otra vez sobre sus caderas. La levantó – y esta vez ella no se resistió – hacia arriba hasta que su polla estuvo casi fuera y luego la empujó otra vez hacia abajo sobre él, su grueso eje dentro de ella, su coño apretándose por la sensación. Arriba y abajo, las manos con fuerza en sus caderas, el ritmo implacable. Su mundo se redujo al abrumador placer de él moviéndose dentro de ella cuando con cada despiadada embestida la enviaba cerca del borde.
En algún lugar se oían voces, ella sabía que podían oír el golpe de la carne, el crujido de la mecedora, y se estremeció. Las manos de él apretaban sobre sus caderas, no dejándola reducir la velocidad.
Gimiendo, cerró los dedos alrededor de la parte posterior del columpio. Y entonces él se inclinó hacia adelante y tomó su pezón dentro de su caliente boca, chupando duro.
Inclinada hacia adelante, su próximo movimiento descendente hizo rozar a su sensible y congestionado clítoris contra la dura pelvis, y con una serie de gritos, ella se rompió bajo las olas de placer, corcoveando contra él descontroladamente. Su coño onduló y se contrajo alrededor de su dura longitud, lo que desencadenó su propio orgasmo, y sus manos se clavaron en sus caderas mientras él mismo machacaba en su contra.
Su cabeza se inclinó mientras que su cuerpo quedó inerte. Él la equilibró con una mano.
– Sostente, pequeña, mientras te libero.
Un segundo después, sin restricciones, se dejó caer hacia delante sobre su pecho, temblando con estremecimientos menores. Cada vez que el columpio se balanceaba, su pene se movía dentro de ella, y su interior convulsionaba de nuevo. La besó en el pelo, sosteniéndola de la forma en que ella estaba empezando a adorar, con sus brazos firmes y apretados a su alrededor.
– Déjame levantarme por un momento, gatito, -dijo él finalmente. Después de eliminar su condón en un recipiente oculto, la reubicó sobre su regazo con las piernas juntas a un lado. El columpio se movía suavemente, y ellos simplemente se hamacaron por un tiempo. La fuente gorjeaba. Se escuchaban pasos y murmullos de la gente que pasaba caminando más allá de su rincón aislado. El aire era suave sobre sus hombros desnudos, su mano caliente mientras le acariciaba los pechos. Pechos… se puso rígida. Sus tiras seguían sueltas. Sus dedos se cerraron sobre el material, y entonces ella vaciló, mirándolo. Él curvó sus labios, y su mano no se movió de su pecho. Maldita sea.
– Comparado con lo que alguien vio hace unos minutos, esto no es nada.
– ¿Por qué no te detuviste? -Ella lo miró.
Él inclinó la barbilla hacia arriba.
– Porque tú los escuchaste también, y eso sólo se sumó a tu clímax.
Con un gemido, ella escondió el rostro en su hombro. -¿Qué está mal conmigo?
– Absolutamente nada. -Dejó que él la acurrucara en su contra. -Cada persona es diferente cuando se trata de exhibicionismo. Y tú sabías que ellos sólo echarían un vistazo rápido de lo que estábamos haciendo.
– ¿Y tú?, -Preguntó después de un minuto.
Le acarició el pelo. -Por extraño que parezca, a mi no me importa una u otra manera. Pero las responsabilidades de un Dom incluyen la exploración de tus necesidades, tanto de los deseos que conoces como de los que no has experimentado. Creo que, algún día, tú podrías disfrutar estando expuesta…
Ella empezó a protestar luego recordó a la mujer desnuda en la cruz de San Andrés, allá arriba para que todos la vean, y sintió el lento deslizamiento de calor a través suyo.
El Maestro se echó a reír. -Y disfrutaría viéndote allí.
Ese pensamiento hizo que su vagina se cerrara. Ella escuchó los latidos del corazón de él durante un rato, lentos, estables, calmados. ¿Había tenido alguna vez a un hombre que sólo le gustara sostenerla? ¿Había estado alguna vez contenta con sólo ser sostenida? El silencio entre ellos era tan cómodo…
Bueno, una pregunta de la semana pasad estaba respondida. Esto era algo más que sólo cosas relacionadas con el BDSM, ella deseaba al Maestro por él mismo. Quería sus manos, callosas y duras, sobre su cuerpo. Quería más de sus intensos ojos, de su voz profunda y de su atención.
Oh, ella estaba en problemas ahora.
CAPÍTULO 10