¿Su mundo? No había descubierto mucho sobre ella. ¿Qué hacía para ganarse la vida? No estaba casada ni estaba con alguien, ella tenía más integridad que eso. Su esencial honestidad lo atraía como una polilla a la luz brillante.
De hecho, él no había encontrado a nadie en mucho tiempo cuyos pensamientos y emociones hubieran sido tan atractivos. Calmante. La mayoría de la gente era un revoltijo de sentimientos estridentes, pero su mente procesaba los pensamientos y sentimientos de una forma lineal, esta emoción, luego esta otra, cada una clara y simple.
Sin embargo, ella era intrigante, un rompecabezas. La fácil simpatía que mostraba a los que la rodeaban era un bien definido contraste a su conducta controlada y conservadora. Quería saber más.
Se despertó muy pronto, sentándose frente a él y agitando su sedoso cabello hacia atrás. Si ella estuviera arriba cuando la tomaba, todo ese cabello caería sobre el pecho. La idea era tentadora. Pero no, tenía que mostrar cierta moderación.
Él metió una mano debajo de su cabeza, mirándola. Ella era tan agraciada y redonda, y sus pechos se balanceaban suavemente, tentadoramente. No pudo resistirse y pasó los nudillos a lo largo de la parte inferior, haciendo círculos sobre sus pezones con un dedo, disfrutando el fruncimiento.
– Creo que… ¿Se está acercando el amanecer? -Su voz era ronca, un poco áspera, y él sonrió, recordando cómo había jadeado cuando su clímax estuvo cerca. Cómo había gritado.
– El amanecer ya llegó, sí.
– Tengo… estoy segura de que es hora de irme.
Ah, la realidad había llegado efectivamente.
Alguien verdaderamente había lavado y secado su ropa. ¿Cuántas personas tenía el Maestro trabajando aquí?
Estar otra vez en su conservadora blusa y pantalones parecía que la noche fuera menos real.
La sala del club estaba silenciosa ahora, sin música, sin gente, excepto el barman. Él asintió con la cabeza al Maestro y le sonrió a ella. Una agradable sonrisa, pero ella igual se ruborizó, sabiendo cómo ella debería lucir. Sus labios estaban hinchados, su rostro irritado por la barba, su pelo enredado. Debería parecer bastante bien utilizada. Después de un momento, ella le devolvió la sonrisa.
El Maestro Z, con un brazo firmemente a su alrededor, miró en torno a la barra. -¿Todo el mundo se ha ido?
– Sí, señor -respondió Cullen. -Voy a tener todo limpio en unos quince minutos.
– ¿Qué tan tarde es? -Preguntó Jessica.
– No es tarde, mascota. -El camarero se echó a reír. -Temprano. Son casi las ocho de la mañana.
Ella parpadeó. -Definitivamente necesito ponerme en marcha.
– Por supuesto -murmuró el Maestro Z.
Era extraño que ella casi hubiera querido que él protestara. -¿Puedo usar tu teléfono?
– No es necesario. Llamé a una grúa. Y ya debería estar aquí.
Detrás de la barra oscura, la luz brillante de la mañana impactó a sus ojos. En los persistentes vientos de la tormenta, las nubes bajas se deslizaban por el cielo azul profundo. Las palmeras que bordeaban el largo camino se bamboleaban, mientras las hojas y la basura resbalaban a lo largo del asfalto. El aire era limpio, con un azote salado por el golfo que estaba cerca, y Jessica respiró profundamente antes de girar hacia el Maestro Z.
¿Cuál era el protocolo para despedirse de alguien que te había atado? ¿Qué te había hecho gritar mientras tenías un orgasmo?
– Um.
Sus ojos bailaban con humor ante su aturdimiento. Maldita sea, él estaba tan fresco e impecable como al principio de la noche. Sólo el áspero crecimiento de la barba empañaba su elegante apariencia. Se parecía a un peligroso pirata vestido para una noche en Londres. Ella sabía malditamente bien que no se veía tan decente.
– Gracias por rescatarme anoche, dijo. -Y por… Bueno… -Ella se sonrojó.
Una ceja se levantó y él se acercó más y le plantó un beso en su palma.
– ¿Por desnudar tu culo y azotarlo? -Preguntó. -¿Por amarrarte y disfrutar de tu cuerpo y hacerte correr una y otra vez?
Por el calor abrasador en sus mejillas, ella sabía que se había ruborizado. Incluso más desconcertante, su cuerpo respondió a sus palabras, humedeciéndose mientras el calor se reunía en su núcleo. Dios, ella lo deseaba otra vez.
Y él lo sabía, maldición.
– Fue un placer, pequeña.
Él entrelazó los dedos en su pelo y le tomó la boca, su beso largo y persistente con un nuevo indicio de ternura. Ella suspiró cuando él se retiró.
– ¿Vas a darme tu número de teléfono? -Le preguntó gentilmente, estudiándola, sus ojos gris acero en el sol de la mañana.
– Es… -Ella se detuvo. ¿Quería continuar esto? ¿Era el tipo de persona que hacía cosas como estas? La noche había terminado, y a la luz del día, de alguna manera no se sentía cómoda con la idea, a pesar de que, sólo mirando al Maestro Z, quería arrastrarlo de nuevo dentro de ese cuartito. Y hacer más… cosas. -Yo…
Su sonrisa era lánguida.
– Entiendo. Tal vez es bueno que tengas un tiempo para pensar. Me temo que tuviste una introducción más bien brusca al estilo de vida.