Él comenzó a moverse, cada deslizamiento hacia adentro y hacia afuera haciéndola jadear y luego gemir cuando las sensaciones comenzaron a acumularse como montañas arriba de montañas. Su mano estaba sobre su pecho, sus labios sobre su espalda. Su polla dentro de ella estaba grande y gruesa. Se hundía entre sus pliegues sensibles tan profundo que sus bolas golpeaban contra su coño y enviaban pequeñas descargas a través de ella.
Lento al principio, aumentó la velocidad de un sensible deslizamiento a un contundente y duro bombeo. Ella no podía moverse, sus manos estaban aún restringidas, y sólo podía tomar su asalto. El sentimiento de impotencia corrió a través de ella, elevando cada sensación. Sus piernas temblaban sin control, todo su cuerpo se estremecía mientras cada despiadada embestida enviaba cuchilladas de placer fluyendo a través de su cuerpo. Estaba tan cerca otra vez. Su coño apretando a su alrededor, sus manos cerrándose en puños.
Y luego sus dedos abandonaron su pecho, y de repente él estaba acariciándole el clítoris. Con cada empuje de su polla dentro de su cuerpo, su dedo impulsaba a su tierno clítoris, una y otra vez.
Ella gritó cuando se corrió con más fuerza que antes, colosales espasmos interiores la agitaron como un huracán, el fuego fluyó a través de ella todo el camino hasta las puntas de sus dedos.
Él se retiró, agarrando sus caderas y conduciéndose dentro de ella mientras su útero convulsionaba a su alrededor.
– Gatita, tú podrías ser la muerte para mí, -gruñó, y entonces ella pudo sentir su polla sacudiéndose mientras se corría duro dentro de ella. -Gracias, pequeña sub. -Le acarició el cuello, los hombros, antes de salir suavemente de ella. Ella gimió como un cachorro por el espantoso vacío.
Él desapareció por un segundo para deshacerse del preservativo.
Con los ojos cerrados, ella no lo veía, sólo sentía sus manos mientras la hacía rodar sobre su costado y liberaba sus restricciones.
– Ven aquí, pequeña -murmuró, y tiró de ella encima de él como una manta flácida. Él tomó sus labios en un tierno beso y luego ubicó su cabeza en el hueco de su hombro, y ella no encontró nada en sí misma que se resista. El pecho de él estaba húmedo por el sudor, resbaladizo debajo de su mejilla, salado sobre su lengua cuando ella lo lamió.
A través de los músculos que cubren su pecho, ella podía oír los latidos de su corazón en un ritmo estable, nada que ver con su pulso acelerado.
Sus manos le acariciaron la espalda con una suavidad sorprendente después de que la había tomado tan duro. Su cuerpo se sentía abusado, tembloroso.
Dentro de su cabeza, se sentía de la misma manera. ¿Qué le estaba pasando, que un hombre podía tratarla así y ella se sentía bien con eso? Se sentía bien por haber gritado y haber perdido el control por completo.
Ella siempre era controlada, maldita sea, era una contadora.
– Estar bajo control en la cama no debería ser tan confuso, sobre todo para una mujer, -él murmuró.
Ella se puso un poco rígida.
– Parece como que el mundo espera que ustedes tengan que hacer todo por estos días: cuidar de sí mismas, de sus familias, de sus hijos, de sus puestos de trabajo… ¿Quién te cuida a ti, Jessica?
Se las arregló para levantar la cabeza para mirarlo, sólo para encontrar sus negros ojos estudiándola. Y luego él enredó sus manos en su pelo – al igual que ese Dom en la pista de baile había hecho con su sub – y tomó su boca tan dulcemente, tan concienzudamente, que fue como si ella nunca hubiera sido besada antes.
Ella era ceñida, él pensó, sintiendo a su mente desvanecerse y al sueño llevarla. Estaba suspendida a través de él como el más suave de los ositos de peluche, sus pechos amortiguados contra su pecho, sus caderas un agraciado montículo en la luz suave.
Ceñida y chillona. Su desconcierto al descubrir hasta qué punto la pasión podía tomarla había sido maravilloso, y él quería oír sus suaves gemidos, pequeños suspiros, y apasionantes gritos una y otra vez. Le acarició el pelo, suave y sedoso con un pequeño bucle en los extremos. Su fragancia lo rodeaba, una mezcla de vainilla y mujer, ella había sabido como los duraznos sobre su lengua. Él nunca había estado tan contento con quedarse quieto y disfrutar del resplandor crepuscular.
La satisfacción se atenuó al pensar que este podría ser todo el tiempo que tuviera con ella. Ella no iba a ser tan complaciente con lo que había ocurrido aquí esta noche una vez que regresara a su propio mundo.