– Allí hay dos habitaciones de huéspedes, -dijo él mientras caminaban por el pasillo. -Y este es mi cuarto favorito, -dijo, mostrándole un cuarto lleno de muebles antiguos, sofás y sillas cómodamente mullidos, un televisor gigante en una pared, un piano en la esquina, y una pared llena de libros. Ella se acercó para examinarlos: Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Dashiell Hammett, Ross Macdonald. Sus cejas se levantaron, ella tenía muchos de los mismos libros. Su imaginación proyectó una imagen sentada en su regazo, ambos leyendo y discutiendo sobre asesinatos y pistas falsas.
Por último, abrió la puerta de su dormitorio principal. Alfombra azul oscuro, muebles de caoba. Altos ventanales arqueados abiertos al aire de la noche.
Una cama tamaño extra grande. Ella se quedó sin aliento. Su cuerpo se entusiasmó como si hubiera estado esperando sólo por esta sala.
– Pensé que te gustarían los muebles de esta habitación -su voz era ronca mientras sus manos se asentaban en su cintura, cálidas y duras, y…
Un maullido lastimoso provino de la cocina.
El Maestro hizo una pausa y suspiró. -Tengo que alimentarlo o no dejará de quejarse. -La besó en el cuello y luego la soltó. -El cuarto de baño está al otro lado de la habitación si lo necesitas.
Cuando salió, ella cruzó la habitación. Definitivamente lo necesitaba, ahora que él lo había mencionado. El baño era de oro y mármol con toallas de color verde oscuro. La bañera fácilmente contendría a dos, y la ducha podría acomodar a un equipo de fútbol.
Mientras se lavaba las manos, se miró en el espejo y se quedó sin aliento. El rímel y delineador de ojos estaban corridos hasta sus mejillas, parecía una prostituta empapada por la lluvia. Se lo quitó frotándolo, comprobó en el espejo e hizo una mueca. Con maquillaje era apenas llamativa; sin él…
Frunciendo el ceño ante la cara lavada reflejada en el espejo, apagó la luz y volvió a entrar al dormitorio. Oyó al Maestro hablando con el gato, su voz profunda provocaba revoloteos en su estómago. Él hablaba con ella de la misma manera, se dio cuenta. ¿No era más que otra mascota para él?
Su mirada se volvió hacia la cama, y la sensación desagradable en su pecho creció. ¿Cuántas de esas mujeres de abajo habían estado en su cama? La palabras de Ben corrieron por su mente:
¿Esa espléndida rubia estaría aquí arriba mañana? las manos de Jessica se cerraron en puños, pero ¿a quién debería culpar? ¿A la rubia? ¿O a ella misma por ser tan estúpida y dejarse involucrar más de lo que debería? Él nunca había señalado que la quisiera para algo más que sexo, después de todo. Y ella había disfrutado del sexo, no quería nada más al principio. Pero cada vez que conocía algo más sobre él, le gustaba más.
Ella quería que haya un
No había un futuro con él. Se acercó a la pared de ventanas y miró afuera. Las negras nubes se estaban moviendo, cubriendo la luna y las estrellas en la oscuridad. Habría una lluvia torrencial antes de la mañana.
Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma cuando la desdicha le retorció el estómago. En realidad, debería irse ahora, ya había experimentado la locura de conducir por las carreteras bajo una tormenta. Y no había nada para ella aquí.
Echó un vistazo a la cama, y su garganta se cerró. Se lastimaría aún peor si se iba a la cama con él ahora, dejándolo hacerle el amor… No, lo que ellos tenían no era
– ¿Jessica? -Él estaba parado en la puerta. Ella captó la mirada perpleja de sus ojos, su ceño fruncido, luego se apoyó en el marco de la puerta, cruzándose de brazos y esperando. Observándola con una mirada intensa. Maestro Z.
Ella ni siquiera sabía su nombre, se dio cuenta, sintiendo como si la tormenta ya hubiera empezado. No, tenía que salir de aquí antes de hacer el ridículo.
– Creo que es hora de que me vaya, -acertó a decir.
Él tenía la cabeza inclinada. -Yo no diseñé mi dormitorio para hacer que una mujer se ponga triste, gatito. O para hacer que quiera salir corriendo.
– Lo siento, señor. Es sólo que… Ha sido una larga noche. -Su pecho dolía tanto que ella quería presionar las manos en el mismo. -Me voy a casa ahora.
– No. No te vas.
Ella parpadeó. -No puedes…
Su boca se curvó en una débil sonrisa. -No, no te empujaré sobre la cama para tener mi camino contigo, por mucho que me tiente ese pensamiento.
La imagen envió calor fluyendo a través de sus venas.
– Pero tampoco te permitiré irte mientras estés todavía bajo los efectos del alcohol. Yo no te habría dado nada de alcohol en absoluto si no hubiera pensado que te quedarías a pasar la noche.