Le dolía el pecho, y se frotó el esternón. No debería sorprenderse. Y ella, sin duda, debía disfrutar del resto de la noche. Desear más que esta noche con el Maestro era estúpido.
Echó un vistazo a las otras dos mujeres y vio simpatía en sus rostros. Maldita sea. Se volvió para observar al Maestro, disfrutando de la forma en que todos los hombres escuchaban cuando hablaba. Nadie interrumpía al Maestro Z, ¿verdad?
Él giró para tomar el papel que le entregaba el custodio, y Jessica gimió. Su camisa negra estaba desgarrada por encima del hombro, la piel debajo cubierta de sangre. Por debajo de eso la camisa se pandeaba con humedad, aunque el rojo no se veía. -Él está herido.
Y nadie estaba haciendo nada al respecto. Jessica se puso de pie, tirando de la cadena. -Él está sangrado. Libérenme.
Las cejas de Leonora se juntaron. -No podemos hacer eso, lo sabes.
Jessica gruñó. -¡Libérame ahora mismo!
Los ojos de Maxie se abrieron.
– Eres una idiota -murmuró Leonora mientras liberaba la cadena, y Maxie desabrochaba el anillo que mantenía los puños juntos. Libre, Jessica corrió hacia la barra, empujó su camino hacia la parte frontal, y golpeó la mano en la parte superior para atraer la atención de Cullen.
Él se volvió, dirigiéndole una mirada asombrada.
– El Maestro está herido, -le espetó ella. -¿Tienes un botiquín de primeros auxilios?
Echó un vistazo al final de la barra donde el Maestro estaba parado, luego sacó una caja de un estante. -Adelante, cariño.
Jessica tomó la caja y se giró para luchar para poder salir, sólo que la gente se había movido a un lado, dejando un camino entre ella y el maestro Z.
Tan absorto leyendo el papel, él ni siquiera la notó hasta que ella lo agarró del brazo y le arrancó la camisa rasgada de la herida.
– Jessica, que…
– No te muevas, -le ordenó. Una cuchillada, profunda y desagradable. Su cabeza le dio vueltas por un segundo. La sangre no era lo suyo. Luego puso el kit de primeros auxilios sobre la barra, y abrió un paquete de gasa. -Estás sangrando, maldita sea.
Él la miró sobre su hombro, sacudiendo la cabeza. -Las drogas y los látigos no se mezclan bien.
– ¿Él te azotó? -La sorpresa llevó los ojos hacia él.
– Lo intentó. Teniendo en cuenta que todavía está lanzando su cena en el estacionamiento, no me siento muy mal por ello. Me lo merezco por no estar más atento. -Le tocó la mejilla con dedos gentiles. -Estabas preocupada por mí.
Ella bajó la mirada. Colocó una gasa sobre el corte y aplicó presión. -Esto probablemente necesita puntos de sutura, Maestro Z -Ella arriesgó una mirada hacia él, dándose cuenta de que era la primera vez que lo había llamado realmente
Sus ojos oscuros ardían, inmovilizándola en su lugar. Él lo sabía. Pasó un dedo por la parte superior de sus pechos y sonrió cuando sus pezones se endurecieron. -Cullen, -dijo, sin apartar la vista de ella.
– Maestro Z.
– Voy a dejar que mi pequeña sub termine su vendaje arriba.
El corazón de Jessica dio un golpe duro.
– Por favor, hazte cargo del club, -terminó el Maestro Z, mirando al barman.
– Sí, señor. -La sonrisa de Cullen llameó hacia Jessica.
CAPÍTULO 13
Zachary trató de poner su brazo alrededor de su sub, pero ella le tomó la mano y la puso contra la gasa que cubría su herida y le ordenó: -Sostenla ahí.
Él sacudió su cabeza. De una sumisa a un volcán en cinco fáciles minutos. El contraste era sorprendente. Irresistiblemente fascinante. El interés se derramó a través de él como el calor del sol. Hasta ahora, él no se había dado cuenta de que había estado frío.
Estupefacto dentro del silencio, abrió la puerta privada y la llevó hasta el tercer piso. Encendió las luces, ondeó las manos para que entre, y sacó su botiquín de primeros auxilios del armario.
En su cocina con mostrador de granito y electrodomésticos de acero inoxidable, ella era como un rayo de luz con sus vívidos ojos y cabellos de oro pálido. Sacándole el botiquín, empezó a hurgar en él.
Zachary sirvió bebidas para ambos y luego se sentó en la mesa redonda de roble. Ella cogió su vaso y se lo bebió de un trago.
Él se las arregló para no reír. -¿Noche áspera, gatito? -Le sirvió otro trago, aunque bajarlo de un sorbo no era la manera de beber Glenlivet [9]
.– Quítate la camisa.
Él levantó las cejas.
Ruborizada, se apresuró a añadir: -¿Por favor?
Con una sonrisa, se sacó la camisa y la tiró en la papelera. Miró a su hombro. No mucho sangrado, no demasiado profundo.
Con los labios apretados, Jessica lavó el corte para limpiarlo y luego lo cubrió con cinta adhesiva delgada. Terminó poniendo un trozo de gasa sobre la herida. -Creo que va a estar bien, -dijo antes de caer en una silla en la mesa y bajar su segundo trago de whisky.
Él examinó su trabajo. -Excelente trabajo.
Ella todavía estaba pálida, por lo que él le sirvió el último trago y alejó la botella. Un poco más y ella estaría inconsciente. -Vamos a la sala de estar, -dijo él, entrelazando sus dedos con los de ella. Tenía una delicada mano con dedos pequeños.