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Tratando de quitarse la imagen del Maestro y Maxie juntos de su mente, Jessica miró hacia el fondo de la sala donde alguien estaba gritando. Dos de los custodios de la mazmorra estaban arrastrando a un hombre hacia el frente. Con el rostro helado, el Maestro caminaba detrás de ellos.

Gritando maldiciones, el tipo daba patadas y luchaba y de pronto se liberó de los custodios. Acusó al Maestro.

Jessica jadeó y saltó sobre sus pies.

El Maestro pegó un puñetazo a un lado, y enterró su puño en el intestino del individuo. El hombre se dobló como una navaja, la cara color púrpura mientras trataba de recobrar el aliento. Sacudiendo la cabeza, el Maestro se lo devolvió a los custodios, los saludó agitando la mano, y se dirigió a Jessica.

Considerando la expresión letal de su cara, ella no estaba segura si correr y esconderse o simplemente suspirar. Ella miró sus muñequeras. Correr no iba a funcionar. Se hundió nuevamente en la gran silla.

Pero a medida que se acercaba, el mortal silencio desapareció. Sus ojos se calentaron cuando ella intentó sonreírle. Puso una cadera sobre el brazo de la silla y la atrajo hacia sí. Y, oh Dios, allí era justo donde ella quería estar.

– Leonora, Maxi, gracias por acompañar a Jessica, -dijo, su voz tranquila, como si no hubiera golpeado a un hombre. -Veo que han hecho un buen trabajo.

– Bueno, hubo una pequeña cosa que sucedió, -dijo Maxi, un temblor en su voz cuando visiblemente se armó de valor para contarle todo al Maestro. Oh, infierno. ¿Y si él decidía que Jessica se había pasado de lista? ¿O decidía ir detrás de Nathan y golpear el infierno fuera de él?

Jessica sacudió la cabeza frenéticamente hacia Maxie entonces se dio cuenta que la mirada del Maestro estaba sobre ella, y sus ojos grises estaban fríos como la plata. Ella se congeló.

Su mano se enroscó alrededor de su nuca, sujetándola firmemente en el lugar. Y maldito si la sensación de su mano sobre ella, incluso la mirada de sus ojos, no enviaba una necesidad tan potente a través de ella que la estremeció.

– Continúa, por favor, Maxie. -La voz del Maestro era más suave y mucho más aterradora.

– Es sólo que… Bueno, Nathan se acercó, y él no molestó a Jessica, Señor, vio que estaba encadenada, pero él quería que yo fuera con él. -Ella miró al Maestro con temor y le susurró: -Le dije que no.

– Tú tienes derecho a decirle que no a cualquiera aquí, mascota. Lo sabes.

El suspiro de alivio de Maxie fue audible y los labios del Maestro se arquearon. -Me agarró de todas maneras y me insultó, pero Jessica le dio una patada.

La mano en la parte posterior de su cuello se apretó dolorosamente antes de aflojar los dedos. Despiadados ojos la inmovilizaron en su lugar. -¿Te lastimó, gatito?

– No. Daniel… quiero decir el Maestro D, lo sacó afuera, y Cullen se aseguró de que estuviéramos bien. Estamos bien, todas estamos bien. En serio.

Sus labios definitivamente se curvaron, a pesar de que la frialdad de su mirada tardó en desvanecerse. Le soltó el cuello y acarició los nudillos sobre su mejilla. -Creo que más tarde discutiremos tu necesidad de resguardar a las otras mujeres, Jessica.

Oh, maldición, ese no era un tema sobre el que ella realmente quisiera hablar. Ella le frunció el ceño. Maldito psicólogo lector de mentes.

Él le inclinó la barbilla hacia arriba. -¿Acabas de fruncirme el ceño a mí?

Ella podía oír a Maxie jadear y a Leonora silbar de preocupación.

– No. No lo hice. -Trató de suavizar la cara y terminó frunciéndole el ceño a él de todos modos. -Realmente.

Él se rió, profunda y completamente, y las dos mujeres simplemente se quedaron sentadas allí mirando.

– Sabes, creo que es culpa tuya que esta noche haya sido tan trastornada. Yo tenía toda la intención de tenerte amarrada y retorciéndote debajo de mí otra vez, mucho antes de esto, pero las leyes de Murphy rompieron ese plan muy bien.

Su mente jugó con las palabras de él de nuevo dos veces antes de darse cuenta de lo que quería decir. Se sintió enrojecer. Y caliente. Y excitada por la imagen que él había puesto en su cabeza: su cuerpo sobre el de ella, sujetándola y…

– ¡Z! ¿Podrías examinar esto otra vez? -Uno de los custodios de la mazmorra que había estado escoltando al hombre salvaje le hizo señas.

El Maestro suspiró. -Perdonen, señoras. -Él se dirigió hacia el grupo acurrucado alrededor de la barra, pero tuvo que detenerse cuando una mujer se arrodilló en su camino. Una hermosa rubia con un bronceado dorado, delgada y tonificada, con una figura perfecta que el escaso camisón azul no ocultaba en absoluto. El Maestro le habló, dijo algo, y la mujer levantó la cara, mirándolo con una mezcla de lujuria y súplica. Ningún hombre podría rechazarla.

Jessica sintió que su corazón golpeaba en el suelo a sus pies.

El Maestro tocó a la mujer en la cabeza, salió rodeándola, y se unió a los hombres. Bueno, al menos no había tomado su oferta justo allí. Por lo menos, siendo un caballero – ataduras y palas incluidas – él probablemente no abandonaría a Jessica por la mujer esta noche. No esta noche.

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