– Oh, gatito, -suspiró. -Las mujeres maltratadas mienten como soldados, se sienten avergonzadas, seguras de que hicieron algo para merecer el dolor, o sienten que sólo los fracasados sienten dolor, o están aterrorizadas de su abusador. No te culpes por no ser capaz de verlo. ¿Tu hermana pudo salir?
– Sí. Cuando supimos lo que estaba pasando, la sacamos de allí. Él está cumpliendo una condena.
– Y tu hermana tiene cicatrices, ¿no?, -Dijo en voz baja. -Por dentro y por fuera y te sientes mal cada vez que la ves.
Su garganta se cerró por la simpatía en su voz. Por el entendimiento. Tragó saliva, parpadeó con fuerza. Un minuto más tarde, se las arregló para decir: -Maldita sea, eres bueno, ¿eres un psicólogo o algo así?
Él se echó a reír. -Por lo menos ahora, cuando encuentre a un Dom tirado en el piso, voy a saber por qué. -Le dio una pequeña sacudida. -Pero, pequeña alborotadora, si estoy cerca, me dejas hacerlo a mí. Ese es mi trabajo.
De alguna manera él había reducido parte de la culpa y la calentó más que el alcohol que le había dado. La besó en la mejilla, se inclinó hacia atrás, y tomó un sorbo de su bebida. Él estaba todavía con su primera copa, y ella estaba más que un poco confusa.
Luego, sus manos volvieron a la parte delantera de sus hombros… y se movieron debajo de las tiras de su camisón para acariciar sus pechos.
– Yo… no creo que haya músculos allí, -dijo ella, casi sin aliento mientras su cuerpo revivía y comenzaba a clamar por sexo.
– Bueno, tengo que asegurarme, ¿no? – Sus dedos masajearon sus pechos ligeramente. La besó en el hombro, su indicio de barba raspaba, la rugosidad enviaba escalofríos a través de ella. Sus pezones se endurecieron, y él lo notó, capturando a cada uno entre los dedos.
Su cuerpo se humedeció, y ella trató de girarse, para tocarlo, pero sus manos la mantuvieron en su lugar, y mordió su hombro. -¿He dicho que te podías mover?, -le preguntó, dándole a cada pezón un pellizco, enviando ondas de electricidad cursando a través de ella.
Cuando le clavó la espalda contra la silla otra vez, el calor la bañó. Él la controlaba tan fácilmente. Mordisqueó debajo de su oído y chupó su lóbulo, y su interior se volvió líquido.
– Además, podría mostrarte el resto de mi casa, -murmuró, y tiró de ella para ponerla de pie. -Tengo una habitación. -La condujo hacia la parte posterior de la casa, más allá de la cocina, y un sonido lo hizo detenerse.
Jessica parpadeó cuando un gato de color jengibre acechó por la cocina.
– Ah, ya era hora. Me preguntaba si ibas a hacer acto de presencia, -le dijo el Maestro al gato, arrodillándose para acariciarlo. Miró hacia arriba. -¿Puedo presentarte a Galahad [10]
?– ¿Galahad?, -Dijo con incredulidad. Eso tenía que ser el gato más grande y más feo que había visto nunca, y había visto algunos monstruos en el refugio.
– Es un caballeroso compañero.
Jessica se arrodilló en el suelo y le tendió un dedo que él olió delicadamente. Con aprobación, el gato empujó suavemente su mano, curvándose más cerca para ser acariciado. -Debes ser un gran luchador. -Ella frunció el ceño al contemplar las orejas y la nariz con cicatrices.
– Ha estado conmigo unos cinco años, desde que lo encontré asaltando los botes de basura. Él era grande entonces, ha crecido aún más en este tiempo.
Nunca lo habría catalogado como alguien que adopte un gato callejero. Ella no lo conocía en absoluto, ¿verdad?
– ¿Ben dijo que estás divorciado? -Ella soltó y luego se sonrojó. Sí, las habilidades sociales hombre-mujer definitivamente no eran su fuerza.
– Hace unos diez años, -dijo como si su pregunta no fuera inusual. -Nos casamos jóvenes, cuando yo estaba en el servicio. Dado que pasé la mayor parte de esos seis años fuera del país, fuimos tirando bastante bien hasta que fui dado de baja. Después de eso, los dos intentamos, pero cuando entré en la escuela de posgrado, ella lo dio por terminado. -Él arqueó las cejas. -Entre otras diferencias, ella prefería el sexo vainilla.
Le dio una palmadita final al gato antes de levantarse, sosteniendo su mano extendida para Jessica. Ella le permitió tirar de ella para ponerla de pie.
– ¿Y tú has estado casada?, -Le preguntó.
– No. Nada llegó tan lejos, -confesó. -Nunca… -Ella se detuvo, no iba a contarle que el sexo había sido aburrido.
Sus ojos brillaron como si hubiera recogido ese pensamiento del aire. Imbécil. Pero él simplemente le alborotó el cabello antes de mostrarle el resto de su casa. Una oficina contenía un tablón de anuncios cubierto con fotos y cartas de sus pequeñitos clientes. Enmarcados dibujos en lápiz decoraban las paredes. -Esto es una colección bastante buena, -dijo ella, tocando una foto de un sonriente duendecillo desdentado frente a la cámara.
Él movió los hombros. -He estado en eso por un tiempo.
Y los niños le importaban lo suficiente como para decorar su oficina con sus obras de arte, pensó ella, recordando las oficinas de sus colegas, llena de premios empresariales, fotos de clientes famosos, trofeos de golf.