Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

Esta historia, ¡oh rey!, y las maravillas que vi, quedaron tan impresas en mi imaginación, que, cuando estuve en Egipto algunos años después y poseía el libro del sabio Salomón, determiné volver a visitar el jardín del Irán. Lo hallé, en efecto, con ayuda de mi ciencia, y tomé posesión del palacio de Sheddad, permaneciendo algunos días en aquella especie de paraíso. El genio que guardaba aquellos sitios, obediente a mi mágico poder, me reveló el encantamiento con cuya ayuda se construyó aquel jardín, qué poder se había conjurado contra su existencia y por qué había quedado invisible. Un palacio y un jardín como éste, ¡oh rey!, puedo construirte aquí mismo, en la montaña que domina la ciudad. ¿No conozco todos los secretos de la magia? ¿No poseo el Libro de la Sabiduría del sabio Salomón?

-¡Oh sabio hijo de Abu Ajib! -exclamó Aben-Habuz, frenético de ansiedad-. ¡Tú eres un gran viajero que ha visto y estudiado cosas maravillosas! Hazme un palacio como ése y pídeme lo que quieras, aunque sea la mitad de mi reino.

-¡Bah!... -replicó el astrólogo-; ya sabes que soy un viejo filósofo que me contento con poca cosa. La única recompensa que te pido es: que me regales la primera bestia, con su correspondiente carga, que entre por el mágico pórtico del palacio.

El monarca aceptó con júbilo tan modesta condición, y el astrólogo comenzó su obra. En la cumbre de la colina, y por cima precisamente de su cueva subterránea, hizo construir un gran atrio o barbacana, en el centro de una inexpugnable torre.

Había primero un vestíbulo o porche exterior, y dentro el atrio, guardado con macizas puertas. Sobre la clave del portal esculpió el astrólogo con su propia mano una gran llave; y en la otra clave del arco exterior del vestíbulo, que es más alto que el del portal, grabó una gigantesca mano. Estos signos eran poderosos talismanes, ante los cuales pronunció ciertas palabras en una lengua desconocida.

Cuando esta obra estuvo concluida del todo se encerró por dos días en su salón astrológico, ocupándose en secretos encantamientos, y al tercero subió a la colina, pasando el día en ella. A horas bastante avanzadas de la noche se retiró de allí y se presentó a Aben-Habuz, diciéndole:

-Al fin, ¡oh rey!, he llevado a cabo mi obra. En lo alto de la colina hay el palacio más delicioso que jamás pudo concebir la mente humana ni desear el corazón del hombre. Está formado de suntuosos salones y galerías, de deliciosos jardines, frescas fuentes y perfumados baños; en una palabra, toda la montaña se ha convertido en un paraíso. Está protegido, como el jardín del Irán, por poderosos encantamientos que lo ocultan a la vista y pesquisas de los mortales, excepto a la de aquellos que poseen el secreto de su talismán.

-¡Basta! -exclamó Aben-Habuz alborozado-. Mañana al amanecer subiremos a tomar posesión.

El dichoso monarca durmió muy poco aquella noche. Apenas los primeros rayos del sol empezaron a iluminar los nevados picos de Sierra Nevada cuando montó a caballo, acompañado de algunos fieles servidores, y subió el estrecho y pendiente camino que conducía a lo alto de la colina. A su lado, y en un blanco palafrén, cabalgaba la princesa hispanogoda, resplandeciendo su vestido de pedrería y pendiente de su cuello la lira de plata. El astrólogo caminaba a pie al otro lado del rey, apoyándose en su báculo sembrado de jeroglíficos, pues nunca montaba ninguna cabalgadura.

Aben-Habuz quiso contemplar las torres del palacio brillando por encima del mismo, y los abovedados terrados de los jardines extendiéndose por las alturas, pero no veía nada.

-Éste es el misterio y la salvaguardia del palacio -dijo el astrólogo-; nada se divisa hasta que se pasa el umbral del vestíbulo encantado y se entra dentro de él.

Cuando llegaron a la barbacana se detuvo el astrólogo y señaló al rey la mágica mano y la llave grabada sobre el portal y sobre el arco.

-Éstos son -le dijo- los amuletos que guardan la entrada de este paraíso. Hasta que aquella mano se baje y coja la llave no habrá poder mortal ni mágico artificio que pueda causar daño al señor de estas montañas.

Aben-Habuz hallábase embobado y absorto de admiración ante aquellos mágicos talismanes, cuando el palafrén de la princesa avanzó algunos pasos y penetró en el vestíbulo hasta el mismo centro de la barbacana.

-He aquí -gritó el astrólogo- la recompensa que me prometiste: la primera bestia con su carga que entrase por la puerta mágica.

Aben-Habuz se sonrió, creyendo que hablaba en broma el viejo astrólogo; pero, cuando comprendió que lo decía formalmente, tembló de indignación su blanca barba.

-¡Hijo de Abu Ajib! -le replicó airado- ¿qué engaño es éste? Bien sabes el significado de mi promesa: la primera bestia con su carga que entre en este portal. Toma la mula más resistente de mis caballerizas, cárgala con los objetos preciosos de mi tesoro, y es tuya; pero no intentes llevarte a esa cautiva, delicias de mi corazón.

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