Como las cosas son así, siempre, Carlitos estaba a punto de preguntarle a Melanie, que era casi una niñita, y que seguía sentada en el sofá de un inmenso salón de dos pisos de altura, pero que bien podían ser tres, porque aquello era altísimo, además, si ella también se mantenía limpia siempre, en vista de que parece que a ti también te compraron así de cara, y, sin embargo…, cuando, gracias a Dios, Molina tocó como loco el claxon ante la reja de «El huerto de mi amada», todo escrito en una tabla a la que el joven Carlitos como que quiso aferrarse, alzando desesperado los brazos en el saloncito posterior del Daimler, o saloncito rodante, como él mismo lo llamaba, haciendo gala de un sentido del humor y realismo que casi nadie le reconocía, porque eran casi las nueve de la noche y hace rato que el señor músico don Erik von Tait debe de estar esperando, seguro que sonriente y ya en el piano, entonando o tarareando bellas melodías, conversador y con su consabida copa de Hennessy, más su sabiduría de trotamundos experto y generoso, para calmarle los nervios y la angustia a este muchacho, que, eso sí, desde niña pensó en todo y en todos, doña Natalia, y a don Erik quién más puede haberle pedido que, por favor, venga a acompañar a Carlitos, va a estar hecho un saco de nervios, Erik, la espera lo puede volver loco, hazme ese gran favor: come con él y convérsale, y dile, dile con tu música que yo también lo quiero muchísimo, que lo adoro, Erik. Lo encontrarás todo listo, querido amigo, todo iluminado con velas, sí, solamente velas, y Marietta y Luigi y Cristóbal y Julia a tu entera disposición, y si el avión se atrasara, no, Dios mío, el avión no puede atrasarse…
Pero como las cosas siempre pasan así, finalmente, y Carlitos también era tan especial, de pronto los sorprendió a todos, ahí en huerto, con una suerte de confesión, o declaración de principios, o con una prueba más de esa capacidad que tenía, de pronto, de captarlo todo incluso mejor que un detective intuitivo y asociador de ideas, de deducciones y conclusiones, y les dijo que, por favor, no se alarmaran, que siguieran disfrutando de la música ahí en la sala del piano, y así, mientras tú tocas un ratito más lo del avión de plata, Erik, mis diecisiete años y yo nos vamos a llorar a mares, allá por el fondo del jardín, porque al aeropuerto quiero llegar ya bien desahogado, por decirlo de alguna manera, para luego no tener que estar temblando y reteniéndome todo cuando me meta entre el cuerpo de Natalia y más parezca un bebe de pecho que el fogoso amante que ella dice que soy, ay, perdón…
Carlitos salió disparado.