–Y como sé que tengo los días contados, me he puesto a hacer el inventario de mi vida y ¿qué es lo que he descubierto que poseo entre mis haberes? Dinero, sí. Propiedades, también. Y una empresa con doscientos trabajadores en la que me he dejado la piel durante tres décadas y en la que el día que no me organizan una huelga, me humillan y me escupen a la cara. Y una mujer que en cuanto vio que quemaban un par de iglesias se marchó con su madre y sus hermanas a rezar rosarios a San Juan de Luz. Y dos hijos a quienes no entiendo, un par de vagos que se han vuelto unos fanáticos y se pasan el día pegando tiros por los tejados y adorando al iluminado del hijo de Primo de Rivera, que tiene el seso sorbido a todos los señoritos de Madrid con sus majaderías románticas de reafirmación del espíritu nacional. A la fundición me los llevaba yo a todos ellos, a trabajar doce horas diarias, a ver si el espíritu nacional se les recomponía a golpe de yunque y martillo.