Читаем El Traje Gris полностью

Vivían en una villa heredada de su padre, que había tenido que defender con uñas y dientes de los constantes ataques de los especuladores inmobiliarios, que la ambicionaban y ofrecían por ella sumas de locura. Situada casi en el centro de la ciudad y con un extenso jardín, era ideal para derribarla y construir un enorme inmueble de más de ocho pisos. En esa defensa había encontrado un firme y decidido aliado en Adele, la cual, al final del tercer año de matrimonio, apuntó la idea de una reforma total de la casa. Cuando habló de ello por primera vez, ya hacía seis meses que no dormían juntos. Adele había hecho preparar para él un cuartito que comunicaba con el dormitorio principal, donde ella seguía durmiendo sola. En el cuartito apenas cabían una pequeña cama, la mesita de noche y una silla. Se trataba más bien de una celda. Cuando les apetecía hacer el amor -las relaciones entre ambos se habían espaciado inexplicablemente, aunque sin perder intensidad-, ella lo acogía de buen grado en la cama matrimonial todo el tiempo necesario, hasta que se cansaban, pero después, en el momento de conciliar el sueño, él tenía que irse; no había nada que hacer. -Roncas tan fuerte que pareces un avión despegando. No me dejas dormir -aducía ella. -¿Y cuando nos casamos no roncaba? -Sí, pero de manera soportable. -Será la edad. -No creo. Pero le había hecho sentir la diferencia de años que había entre ellos, aunque después de una noche ma-ratoniana jamás le preguntaba si estaba cansado. A lo largo de su vida en común, también lo trataba como a alguien de su misma edad. Por otra parte, tal vez Adele le había preparado aquel cuartito porque los encuentros fuera de casa empezaban a pasarle factura y quería recuperar las energías por la noche sin tener ninguna tentación al lado. Como fuere, cuando una noche a la hora de cenar propuso la reforma, él no se sorprendió realmente. Era una petición que esperaba desde hacía tiempo. Pero tuvo la certeza de que ella aprovecharía la ocasión para obtener un ulterior alejamiento. -Tú no puedes seguir durmiendo en ese cuartito. -¿Por qué? -Supón que coges la gripe y tienes que quedarte unos días en cama. A mí me daría vergüenza que el médico o quien sea te viese confinado allí. Cualquiera sabe lo que pensarían, menuda montarían nuestros conocidos. Si la gente se enterara de algo así… Estaba obsesionada con el qué dirán. -Pero ¿a ti qué te importa? -Me importa. Me interesa que me consideren una persona respetable, cosa que desde luego soy. ¡Imagínate! Tú mismo serías ridiculizado. Además, piensa en lo incómodo que estarías si tuvieras que pasar allí todo el día. Te asfixiarías. Por otro lado, yo necesito espacio para recibir a los amigos o celebrar reuniones aquí. Con la villa en este estado nunca puedo invitar a nadie. En resumen, motivos humanitarios para él y motivos mundanos para ella. Su resistencia no duró ni una semana. Adele confió en un joven y prometedor arquitecto y se quedó en la casa para seguir la reforma de cerca. El tuvo que trasladarse a un aparthotel. Pero Adele se reunía con él cada noche, iban a cenar juntos a un restaurante, y ella, entusiasmada, lo informaba sobre el estado de las obras. Y tres o cuatro veces, para demostrarle su gratitud, subió con él a la habitación y se quedó toda la noche.


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