Así las cosas, ya no era posible ocultarle la situación a Adele. Decidió decírselo en la mesa, para que ella no tuviera mucho tiempo de hacer preguntas demasiado detalladas. Pero ¿por qué le costaba tanto contarle lo que le estaba ocurriendo? Quizá las razones eran muchas y no conseguía enfocarlas bien. Desde luego, la principal no era que no quisiese preocuparla; sabía que la preocupación de Adele duraría como máximo media jornada y después sería arrollada por sus compromisos públicos y, sobre todo, personales. Adele era como uno de esos gorriones que, después de que la tormenta los deja empapados por haber permanecido posados en una rama, se sacuden batiendo las alas y quedan más secos que antes. No; tal vez la verdadera razón era que no quería mostrarse disminuido, debilitado, a los ojos de Adele. ¿A los ojos de Adele o más bien a los de Daniele? Desde que había instalado al amante bajo el mismo techo, su mujer había puesto en práctica una estrategia encaminada a excluirlo del centro neurálgico de la casa, constituido por las habitaciones que eran suyas. Pero si ahora él le dijera que ya no gozaba de buena salud, para los amantes podría representar una especie de abandono del territorio. ¿Acaso no ocurre entre los animales? Cuando el líder de la manada es viejo y está enfermo, lo excluyen en favor del macho más joven. Al bajar, descubrió que, ni hecho a propósito, aquel día Daniele no había ido a la universidad y, por consiguiente, comería con ellos. Adele ya había terminado el primer plato. El se lo jugó a pares y nones: ¿hablar con su mujer en presencia del muchacho o hacerlo cuando éste no estuviera? Decidió no decírselo en privado. Si era cierto -y lo era- que Adele había armado todo aquel jaleo con Ardizzone para mantenerlo lejos de casa, la noticia que estaba a punto de darle le encantaría, y él no quería perderse el cómplice juego de miradas entre ella y Daniele. Era una representación teatral que le gustaba presenciar pese a la banalidad y previsibilidad del guión. -Perdona que no te haya esperado -le dijo Adele en cuanto lo vio entrar-. He de darme prisa porque tengo una reunión importante inmediatamente después de comer. Daniele, en cambio, lo había esperado para empezar. -¿Tienes cinco minutos? Debo decirte algo. -¿Y no puedes decírmelo durante la cena? Acabo de explicarte que tengo una reunión. -Esta noche no estaré. -¿Cenas fuera? -preguntó, sorprendida por la novedad. -No. Es que a las cinco ingreso en una clínica. Daniele levantó los ojos hacia Adele, pero ella miraba a su marido. -¿Clínica? ¿Qué clínica? -Como sentía ciertas molestias, he ido a que me examinara Caruana, el urólogo. -¿Y qué te ha dicho? -No parecía muerta de preocupación. -Me ha mandado a un especialista. -¿Caruana no lo es? -Sí, claro, pero necesita que… -¿Quiere la opinión de otro médico? -Aja. -¿Y quién es? -No lo conoces. Adele hizo una pausa antes de inquirir: -¿Por qué no me habías dicho nada? -¿Y para qué? Por el tono, ella percibió el sentido ofensivo de la pregunta, y por sus ojos cruzó un relámpago. Pero él no se sentía con ánimos para afrontar una discusión y consiguió abortarla. -Creía que no sería nada. -¿Y no lo es? -No es eso lo que quiero decir. -Pero ¿cuánto tiempo debes estar ingresado? -Cuatro días. Tienen que hacerme exámenes, análisis, chequeos, lo habitual. -Justo los días en que yo no sabré cómo repartir el tiempo! Él soltó una breve carcajada. -¿Es que acaso piensas ir a verme? ¡Anda ya! -Mira… -Ella consultó el reloj levantándose de la mesa-. ¿Quieres que haga algo? -¿Qué quieres hacer? Giovanni ya lo ha preparado todo. Te llamaré y te tendré al corriente. -Eso espero -espetó ella mientras se retiraba. Poco después, Daniele le hizo la pregunta que Ade-le no le había hecho. -¿Qué clínica, tío? -La de De Caro. Vio cómo el joven se sobresaltaba. Era estudiante de medicina y, por consiguiente, conocía la especialidad de De Caro. El le diría a Adele qué enfermedad podía tener alguien que fuera a aquella clínica. Ese día, aprovechando que su mujer se había ido precipitadamente, no probó bocado. -¿Quieres que te acompañe a la clínica tío? -No, gracias.
Se dirigió al estudio y comunicó a Mario Ardizzone que, antes de una semana y debido a ciertos chequeos ordenados por el médico, no aparecería por el despacho. -O sea, que no tendrá tiempo para echar un vistazo a los papeles -dijo Ardizzone, sin siquiera preguntarle qué dolencia padecía. -Al contrario, tendré todo el tiempo que quiera. He conseguido una habitación individual y podré trabajar tranquilamente… -Se lo ruego: tenga cuidado, no deje las carpetas por ahí. No quisiera que ojos indiscretos… -Tranquilo. Seguramente dentro de una semana esté en condiciones de decírselo todo acerca de la fusión.