Читаем En el primer cí­rculo полностью

Aun aquellos que generalmente se sentían impacientes por empezar trabajar, se sentían desconsolados. Cuando sonó la campana, los zeks salieron con lentitud, con los brazos caídos a sus costados, arremolinándose por los corredores, fumando y hablando; sentados en sus mesas de trabajo volvían a encender cigarrillos y continuaban hablando. Lo que más los preocupaba era: ¿cómo podía ser que la información referente a sus parientes, no estuviera ya recogida y correlacionada en la ficha respectiva del catálogo central? Los recién llegados y los candidos dudaban de esto, pero los zeks antiguos y endurecidos solamente movían la cabeza. Explicaban que las fichas archivadas de los parientes estaban desordenadas, que detrás de la puertas de cuero negro, a menudo, "no cazaban la laucha" no recogían la información de los innumerables interrogatorios; los oficiales de la prisión no consiguen actualizar sus informes con los datos que pueden obtener de los libros, en los cuales se registran las visitas y los paquetes; y la lista de parientes que Klimentiev y Myshin exigían, representaba un certero golpe mortal dirigido a los familiares de los presos.

Eso era lo que estaban diciendo los zeks, y nadie quería trabajar.

Pero la última semana del año comenzaba esa misma mañana, y de acuerdo a los proyectos de la administración del instituto, había que cumplir un heroico esfuerzo de arranque a fin de completar el plan anual para 1949, el plan de diciembre, desarrollar y aceptar el plan anual 1950; separadamente, el plan de enero, el de la primera década y el plan trimestral de enero a marzo. Todo lo que concernía al papelerío, tenía que llevarlo a cabo la administración misma. Todo lo que concernía al trabajo, tenía que ser ejecutado por los zeks. En consecuencia, hoy era particularmente esencial que los prisioneros demostraran entusiasmo.

La administración del instituto no sabía nada acerca del aniquilador anuncio de la mañana, que la administración de la prisión había hecho de acuerdo con su propio plan anual.

Nadie podía acusar al Ministerio de Seguridad del Estado de comportarse evangélicamente. Pero había un rasgo evangélico: la mano derecha no sabía lo que hacía la mano izquierda.

El mayor Roitman, en cuyo rostro recién afeitado no quedaba el menor vestigio de su ansiedad nocturna, había reunido a todos los zeks y empleados libres del Laboratorio de Acústica para informarles acerca del programa. De su rostro alargado e inteligente, sobresalían sus labios, como los de un negro. Sobre su camisa de campaña, a través de su enjuto pecho, se veía una correa cruzándolo desde el hombro, que, en realidad, no necesitaba y que evidentemente era inadecuada para él. Necesitaba cobrar valor e infundir energía a sus subordinados, pero el aliento del fracaso ya había penetrado bajo los arcos del laboratorio, la mitad de la habitación parecía desierta, despojada del aparato de "vo-en-cla". Pryanchicov, perla de la corona de Acústicas, faltaba; Rubín, faltaba, encerrado en el tercer piso con Smolodosidov; y por fin el mismo Roitman estaba deseando acabar su cometido aquí, e irse arriba.

Simochka tampoco estaba allí. Iba a reemplazar a alguien después de almorzar. "¡Alabado sea!", pensó Nerzhin; ella no estaba. Eso era algo que lo aliviaba en ese momento. No tendría que tratar de explicarle los asuntos mediante señas y notas.

En el círculo formado, Nerzhin, sentado, se recostaba contra el respaldo de la silla, con los pies en el travesaño inferior de otra. La mayor parte del tiempo miraba por la ventana.

Afuera se estaba levantando un viento húmedo del oeste, y el cielo nublado estaba plomizo. La nieve caída acumulada comenzaba a deshacerse. ¡Otro maldito deshielo sin sentido!

Nerzhin, que no había dormido bastante, sentía laxitud, sus arrugas se hacían más pronunciadas a la luz grisácea, las comisuras de su boca caían. Estaba experimentando la sensación de los lunes a la mañana, familiar a muchos prisioneros, cuando parece que no se tienen fuerzas para moverse o vivir. Sus ojos entrecerrados miraban sin ver la oscura valla, y la torre de vigía con el guardia, que quedaban frente a su propia ventana.

¿Qué era una sola visita al año? Recién ayer fue la visita. Parecía que todas las cosas más urgentes, más necesarias, habían sido dichas. ¿Y ya hoy...?

¿Cuándo podría volver a hablar con ella? ¿Cuándo podría escribirle? ¿Cómo podría escribirle? ¿Podría comunicarle su nuevo lugar de trabajo? Después de ayer resultaba claro que eso era imposible.

Para no denunciarla, ¿tendría que cortar la correspondencia? La dirección en el sobre sería una denuncia por sí misma.

¿Y si sólo dejara de escribirle? ¿Qué pensaría su mujer? "Hasta ayer yo sonreía; desde hoy ¿guardaré silencio para siempre?"

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