Читаем En el primer cí­rculo полностью

Además, también estaba bien remunerada; le daba acceso a uno a lo mejor de los centros de distribución especiales; a los mejores departamentos Confiscados a los condenados; a pensiones más altas que las que se pagaban a los militares y a sanatorios de primera clase.

No era un trabajo que agotara; no habían normas. Es verdad que los amigos, le habían dicho a Shikin que en 1937 y 1945 los oficiales de seguridad tenían que trabajar como caballos, pero Shikin jamás se había encontrado en ese tipo de situación, y en realidad no lo creía mucho. En los buenos tiempos uno podía adormilarse durante meses en el escritorio. El trabajo se caracterizaba por la falta de apuro; a la natural falta de apuro de toda persona bien alimentada, se agregaba la lentitud deliberada para trabajar en la psiquis del prisionero y sonsacar declaraciones sacar la punta al lápiz con parsimonia, elegir una lapicera, una determinada hoja de papel, el paciente registro de todo tipo de trámites tontos y datos circunstanciales. Esta deliberación penetrante era excelente para los nervios y contribuía a una larga vida.

No menos precioso para Shikin era el sistema básico de su trabajo. Consistía esencialmente en conservar el registro de todo lo que abarcaba la conservación del registro. Ninguna conversación podía terminar sólo como una conversación: tenía que terminar en la redacción de una denuncia, o en la firma de una declaración o un acuerdo, o bien en una constancia de no haber dado falsos testimonios ni para revelar secretos ni para dejar el área, o sobre la información o la entrega. Lo que se requería, en especial, era la paciente atención y esa prolijidad que distinguía la personalidad de Shikin; no dejaba que los papeles se convirtieran en un caos, sino que les daba salida, los registraba, y siempre pedía encontrar cualquier papel. (Como oficial, Shikin no podía, por sí mismo, realizar el trabajo físico de archivar; esto lo hacía la ayudante que trabajaba sólo unas horas, una muchacha desmañada y delgada, con mala vista y una especial aptitud y seguridad, que le fue enviada con ese objeto desde el personal de secretaría).

Sobre todo, el trabajo de seguridad y contraespionaje era placentero para Shikin, porque le daba poder sobre las personas, una sensación de omnipotencia, y lo aureolaba de misterio.

Shikin se sentía halagado por esa estima, esa timidez en su presencia que encontraba hasta en sus compañeros de trabajo que también pertenecían a la Cheka, aun cuando no "operaban" como personal de la Cheka en seguridad y contraespionaje. Todos ellos —incluyendo el coronel de ingenieros Yokanov— eran llamados en el momento en que Shikin lo solicitaba, para informarlo de sus actividades. Shikin, por otra parte, no tenía que presentarse a ninguno de ellos para informarles nada. Cuando con su cara morena y el pelo canoso muy corto, subía por la amplia y alfombrada escalera, con su gran portafolio debajo del brazo, y las jóvenes tenientes del MGB, tímidamente, le cedían el paso apresurándose a ser las primeras en saludarlo; Shikin se sentía orgulloso, consciente de su valor y dignidad.

Si alguno le hubiera dicho a Shikin (cosa que jamás sucedió) que inspiraba odio, que torturaba a otra gente, se hubiera sentido sinceramente indignado. Para él, torturar a la gente nunca había sido una satisfacción o fin en sí mismo. Era verdad que esa gente existía: la había visto en el teatro, en las películas; eran sádicos, los apasionados devotos de la tortura, gente que no tenía en sí nada de humano... pero siempre eran guardias blancos o fascistas. Shikin sólo llevaba a cabo su obligación, y su único propósito era que nadie pensara o hiciera nada perjudicial.

Cierta vez, en la escalera principal de la sharashka, usada, tanto por los empleados libres como los zeks, se había encontrado un paquete conteniendo ciento cincuenta rublos. Los dos tenientes que lo encontraron no pudieron ocultarlo ni localizar secretamente al propietario, porque lo encontraron juntos. En consecuencia, entregaron el paquete al mayor Shikin. Dinero, en la escalera que utilizaban los prisioneros... dinero a los pies de hombres a quienes les estaba prohibido estrictamente tenerlo... ¡esto era, después de todo, un suceso extraordinario que afectaba a todo el estado! Sin embargo, Shikin no trató en hacer mucho alboroto sobre esto: se limitó a colgar un anuncio en la pared de la escalera:

Quienquiera que haya perdido 150 rublos en efectivo

en la escalera, puede reclamarlo al mayor Shikin en

cualquier momento.

Esta no era una pequeña cantidad de dinero. Pero era tal la estima universal que se tenía por Shikin y la cortedad frente a él, que pasaron los días y las semanas, y nadie reclamó la maldita pérdida. La tinta del anuncio comenzó a desvanecerse, se llenó de tierra, y se rompió un ángulo de arriba. Finalmente, alguien escribió sobre él, con lápiz azul:

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