Читаем En el primer cí­rculo полностью

¡Comételo tú mismo, perro!



El oficial de guardia arrancó el anuncio y se lo llevó al mayor. Después de esto, Shikin anduvo durante mucho tiempo por los laboratorios comparando los tonos de azul de todos los lápices azules. La cruda y gratuita blasfemia lo ofendía. Él no tenía la intención de apropiarse del dinero de otro. Hubiera preferido que el propietario se lo reclamara; entonces podría haber formulado un caso contra él, analizarlo en las reuniones de seguridad, y desde luego, devolverle su dinero.


Por supuesto, tampoco tenía la menor intención de tirarlo. Después de dos meses se lo entregó como regalo a la larguirucha muchacha de vista deficiente que venía una vez por semana a archivar sus papeles.


Shikin, que hasta entonces había sido un modelo como hombre de hogar, se enredó endiabladamente con esa secretaria, de piernas toscas y gruesas, desdeñada durante todos sus treinta y ocho años. Él apenas le llegaba al hombro, pero descubrió en ella algo todavía no experimentado. Casi no podía esperar los días en que la muchacha venía a trabajar, y abandonó las precauciones, a tal extremo, que lo descubrieron mientras le reparan la oficina y estaba en un alojamiento temporario. Dos prisioneros, un carpintero y un yesero, no sólo los oyeron, sino que los observaron por un resquicio. La historia se difundió con rapidez, los zeks hicieron un hazmereír de su pastor espiritual y querían escribirle una carta a su esposa, pero no sabían su dirección. De manera que, en cambio, lo informaron a los jefes del instituto.


A pesar de ello, no pudieron destruir al oficial de seguridad. En esta ocasión, el mayor general Oskolupov reprendió a Shikin, no por sus relaciones con la empleada del archivo —desde que eso era cuestión de los principios morales de ella—, y tampoco por el hecho de que sus relaciones con ella tuvieran lugar durante las horas de trabajo —desde el momento que Shikin no tenía un horario fijo—, sino sólo porque los prisioneros los habían descubierto.


El lunes 26 de diciembre, habiéndose permitido tomar un día libre el domingo, el mayor Shikin llegó a trabajar poco después de las nueve de la mañana, aun cuando, si no hubiera llegado hasta la hora del almuerzo, no había nadie que pudiera censurárselo.


En el tercer piso, frente a la oficina de Yakonov, había un corredor corto y cerrado que jamás estaba iluminado por una lamparilla eléctrica; en ese corredor habían dos puertas: una que daba a la oficina de Shikin y la otra a la sala del Comité del Partido. Las dos puertas estaban recubiertas de cuero negro y no tenían inscripción o señal alguna. La proximidad de las dos puertas en el corredor oscuro le convenía a Shikin. Era imposible ver desde el vestíbulo exactamente en qué oficina entraba la gente.


Hoy, en camino a su oficina, Shikin encontró a Stepanov, el secretario del Comité del Partido, un hombre delgado, enfermizo, que usaba brillantes anteojos ahumados. Se estrecharon la mano. Stepanov propuso con tranquilidad.


—Camarada Shikin —jamás llamaba a nadie por su nombre patronímico—, entre y jugaremos un poco al billar.


Sé refería, a la mesa de billar del Comité del Partido. Shikin solía hacerlo a veces, pero hoy tenía muchos asuntos importantes qué atender, y meneó su plateada cabeza con dignidad.


Stepanov suspiró y se dirigió a jugar solo.


Entrando en su oficina, Shikin puso su portafolio con cuidado sobre el escritorio.


(Todos los papeles de Shikin eran secretos y super secretos, se guardaban en la caja fuerte y nunca se llevaban a ninguna parte, pero si Shikin saliera sin su portafolio, no causaría impresión. Por eso llevaba a su casa en el portafolio a Ogonyek, Krokodil, Vokrug y Sveta, cuando sólo le hubiera costado pocos kopeks suscribirse a ellos).


Atravesó el piso alfombrado hacia la ventana, se detuvo allí, y volvió a la puerta. Los asuntos importantes parecían haber estado acechando en la oficina, esperándolo... detrás de la caja fuerte, detrás de un armario, debajo de la cama. Ahora, de pronto, se amontonaban a su alrededor reclamando su atención.


Tenía cosas que hacer.


Frotó sus manos sobre el cabello canoso y corto.


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