— En contra de mi voluntad me convierto en cosmonauta — dijo bromeando al encontrarse con Sinitsin —. Y en esto tienes una parte considerable de culpa.
— ¿Qué tengo que ver aquí? — s”asombró Serguéi.
— ¿Cómo que no tienes nada que ver? Tú fuieste el primero que me arrastraste al cosmos. Si no hubiera participado en la expedición de la «Titov», no sería tan «famoso» y a nadie se le hubiera ocurrido encargarme de los cálculos para Leguerier.
Sinitsin se sonrió.
— Esta culpabilidad — dijo Sinitsin — con mucho gusto la acepto. ¿Vas a volar para mucho tiempo?
— No, unas dos semanas. Cuando termine el trabajo nuestra escuadrilla regresará a la Tierra. Podríamos regresar antes de dos semanas, pero tenemos que esperar en Hermes algunos días para convencernos de que se ha hecho bien el cambio de la trayectoria del vuelo del asteroide.
— Es una expedición peligrosa — dijo pensativo Sinitsin —. Yo, claro está, no hablo de ti, sino de Leguerier y sus acompañantes. En un viaje tan largo pueden tener lugar toda clase de cosas inesperadas que no se pueden prever de antemano. Una aproximación tan grande a Júpiter, Saturno y otros planetas gigantes...
— ¿No tienes fe en mis cálculos?
— ¿Y tú estás completamente seguro de ellos?
— Yo, sí. No son peligrosos ni Júpiter, ni Saturno. Peligrosos, incluso teóricamente, son los asteroides entre Marte y Júpiter. Es más, no se puede uno fiar, de que ahora todos son conocidos por los astrónomos. Pero la influencia de aquellos que son desconocidos, como es natural, no puedo tenerla en cuenta en los cálculos.
— ¿Lo comprendes ahora?
— No comprendo nada. Hasta ahora cualquier vuelo cósmico tiene riesgo y Leguerier y sus seis camaradas se exponen a ello. Por si acaso dejaremos en Hermes una de nuestras astronaves, y además todas las instalaciones por medio de las cuales cambiaremos la órbita del asteroide podrán ponerse en funcionamiento en cualquier momento y corregir el curso si algo no previsto lo cambiara.
— ¿Es decir, allí deberá quedarse alguien del personal técnico de tu escuadrilla?
— ¿Mía? — sonrió Murátov —. ¿Qué expresión es esa, Serguéi?
— Quiero decir «dirigida por ti.»
— ¡Claro! El ingeniero William Weston está conforme en quedarse en Hermes durante todos los años del vuelo.
— ¡Pobrecillo! Se va a aburrir de lo lindo.
— Es astrónomo aficionado, por eso no es tan terrible. ¿Qué, ya te has tranquilizado?
— Sí, por lo que veo todo se ha pensado bien.
— ¿Y tú estarías dispuesto a participar? Sinitsin se encogió de hombros.
— ¡Qué astrónomo no sueña con observar los planetas del sistema solar a una distancia tan cercana! — respondió suspirando.
— Si quieres, pídelo.
— Leguerier ha recibido centenares de estas peticiones y se ha visto obligado a rechazarlas todas. Es limitada la capacidad del satélite-observatorio, y fuera de él, en Mermes no hay dónde instalarse. No queda entonces más que envidiar a los siete participantes — respondió Sinitsin.
Llegó el día del vuelo.
Se reunieron centenares de personas para despedir a las naves de la escuadrilla auxiliar que despegarían del cohetódromo en los Pirineos. A pesar de que los vuelos cósmicos ya eran una costumbre y no provocaban una curiosidad especial, sin embargo era particularmente extraordinario el objetivo de la expedición que dirigía Víktor Murátov.
Hermes era un pequeño asteroide que no tenía nada de particular, pero por primera vez en la historia las personas se preparaban para cambiar a su gusto la órbita de un cuerpo estelar, a obligarle a salir del eterno camino trazado por la naturaleza y recorrer otro que fuera necesario para la ciencia terrestre.
El audaz proyecto de Leguerier era el umbral del tiempo ya próximo en el que la poderosa mano del hombre se iba a inmiscuir en el orden cósmico del Sistema solar, orden que por muchas cosas no satisfacía a las personas de la Tierra. El éxito de la tarea de Murátov marcaría el comienzo de una nueva era en la historia de la humanidad, era de la transformación no sólo de su planeta, sino también de todo el espacio que lo rodeaba, comienzo de un grandioso trabajo, cuyo fin se perdía en la lejanía nebulosa de los siglos.
La historia conoce muchos de hechos que se hicieron famosos por haber sido la primera vez que se entraba en lo desconocido: la expedición de Colón, la navegación de Magallanes, el primer intento de llegar al Polo Norte, el vuelo de Yuri Gagárin, la primera expedición a la Luna, y después a todos los planetas. Y cada uno de estos días está escrito en la historia con letras de oro.
La expedición de Murátov de por sí no representaba nada extraordinario: las personas muchas veces habían visitado otros cuerpos estelares. Su importancia histórica consistía precisamente en que era el comienzo, en que era la colocación de la primera piedra del trabajo gigantesco para reconstruir la «Gran Casa» de las personas de la Tierra: el sistema solar.
Por esto no tenía nada de asombroso que esta expedición ocupara la mayor atención de todos los pueblos del globo terráqueo.