Al día siguiente, Raimundo Silva despertó con ideas muy claras sobre cómo disponer las tropas en el terreno para el asalto, incluyendo ciertos pormenores tácticos de su propia labra. El sueño, que vino profundo, trajo sueños auxiliares por medio, que disiparon bruscamente las dudas que aún lo afligían, cosa natural en quien nunca había sido instruido en los peligros y azares de una guerra verdadera, y encima con no pequeñas responsabilidades de mando. Era por demás evidente que ya no podría obtenerse el llamado efecto sorpresa, ese que deja a las personas sin acción ni reacción, sobre todo a las cercadas, que, no habiéndolo sabido antes, comprenden que al saberlo después lo supieron demasiado tarde. Con todo este alarde de fuerzas, este ir y venir de emisarios, estas maniobras de envolvimiento, más que hartos están los moros de saber lo que les espera, y la prueba está en aquellas terrazas cubiertas de guerreros, en aquellos muros erizados de lanzas. Raimundo Silva se encuentra en una interesante situación, la de quien, jugando al ajedrez consigo mismo y conociendo de antemano el resultado final de la partida, se empeña en jugar como si no lo supiera y, más aún, en no favorecer conscientemente a ninguna de las partes en litigio, las negras o las blancas, en este caso moros y cristianos, según los colores. Y muy abiertamente lo ha venido a demostrar, véase si no la simpatía, e incluso diríamos el aprecio, con que ha tratado a los infieles, en particular al almuédano, sin hablar del respeto que manifestó al referirse al portavoz de la ciudad, aquel tono, aquella nobleza, en contraste con cierta sequedad, cierta impaciencia, e incluso ironía, que siempre aflora en el discurso cuando trata de cristianos. No se infiera de esto, sin embargo, que las inclinaciones de Raimundo Silva van todas del lado de los moros, entendámoslo más bien como un movimiento de espontánea caridad, porque, en fin, por más que lo intentase no podría olvidar que los moros van a ser vencidos, pero sobre todo porque siendo él también cristiano, aunque no practicante, le indignan ciertas hipocresías, ciertas envidias, ciertas infamias que en su propio tiempo tienen carta blanca. En fin, el juego está en la mesa, por ahora sólo se han movido los peones y algunos caballos, y según la advertida opinión de Raimundo Silva, se debe intentar un asalto simultáneo por las cinco puertas, que dos tiene Lisboa menos que Tebas, con el objetivo de probar las fuerzas de los sitiados, que, habiendo suerte, bien puede ser que en una de ellas esté un batallón más asustadizo, caso en el que tendríamos vencida la batalla en poco tiempo y con reducida pérdida de inocentes de uno y otro lado.